Hola de nuevo:
El madridismo y la victoria son dos conceptos que se hallan inexorablemente unidos. Incluso en esta época de relativismo, por lo general descreída de la verdad factual, la amplitud del palmarés blanco constituye un antídoto eficacísimo frente a cualquier menosprecio al respecto. Ante semejante realidad, tan indiscutible, el elitismo antimadridista —valga el pleonasmo—, incapaz de negar el “qué”, intensifica sus ataques hacia el “cómo”. Y lo hace aferrándose a dos leitmotivs, no por manoseados menos efectistas. Por un lado, a la ilegitimidad arbitral de los triunfos —el fiscal siempre es implacable: si hay un saque de esquina señalado erróneamente a favor, el partido se convierte inmediatamente en impugnable— y, por el otro, a la inferioridad estética —y por lo tanto moral— del juego desplegado para obtenerlos, que se decanta en el consabido estribillo popular: “El Madrid no juega a nada”.
El madridismo del siglo XXI se construyó en buena medida contra el antimadridismo, y no al contrario, como creen los ignorantes
Del primer punto poco se puede sacar. Incluso después de todo lo acontecido estos meses, uno podría hacer un esfuerzo y hasta debatir sobre tal o cual jugada concreta. Mas desengañémonos: resulta imposible convencer al borracho que, pese a que las llaves se le cayeron a una alcantarilla, las busca debajo de la farola porque allí “ve mejor”. Sin embargo, la segunda cuestión ofrece mayores aristas. El Madrid ha tenido períodos de brillantez futbolística indudable, pero también ha conseguido numerosos títulos aferrado al aprovechamiento anárquico de la calidad de sus jugadores, sin que medie una estructura tan reconocible como la de otras escuadras. Se me argumentará que también existe belleza en una carga desordenada y potente. O las ventajas de la flexibilidad y la adaptación. Cierto. Pero habrá que conceder que, lo que es condición necesaria —aunque no suficiente— para la victoria de la mayoría —es decir, un estilo definido y coral que se traduzca en automatismos y garantías— en el Madrid supone un extra tan agradable como accesorio. Algo prescindible en múltiples ocasiones. Circunstancia aprovechada por sus enemigos para el mencionado desmerecimiento. El eco de la legión azulgrana de unamunillos, empleado como último detente-bala, persiste en el ambiente tras cada triunfo del Real. Venceréis, pero no convenceréis.
Todos los madridistas, pero muy especialmente los millennials —máximos sufridores del messi-guardiolismo—, hemos crecido bajo una hegemonía discursiva que siempre dejaba una nota al pie de página de cada victoria del Madrid. “No jugáis a nada, no jugáis a nada”. En ese contexto hostil, aprendimos medio obligados a reivindicar la excepcionalidad madridista en los instantes de descuento como un don antes que como una deshonra, convirtiendo en orgullo el pretendido desdoro. De la misma manera que las burlas sobre el acento andaluz refuerzan la identidad fonética del ofendido, encontramos casi mayor placer en una victoria en el minuto noventa, de rebote y producto de la insistencia, que en un 3-0, que parece hasta casi funcionarial y dolería menos a nuestros odiadores. No en vano el madridismo del siglo XXI se construyó en buena medida contra el antimadridismo, y no al contrario, como creen los ignorantes. Aunque, por otro lado, también quizá debamos admitir que nos gusta más el Madrid en sí que el fútbol. No existe otra explicación para la inmensa alegría con que celebramos el gol de Bellingham al Unión Berlín, incomparable a la que habríamos sentido con un contundente 5-0. Me dirás que disfrutar más de una victoria postrera, sufrida y vibrante que de tres puntos cómodos implica una cierta deriva patológica. Sin duda tienes parte de razón. No es la primera vez que te comento que una cosa es hacer de la necesidad virtud, y otra hacer de la necesidad vicio. De modo que habrá que instar a los muchachos a que, si pueden, cambien el guion en el próximo partido en el Metropolitano. Como medida de desintoxicación, y, por qué no admitirlo, de prevención del infarto de miocardio.
Cuídate. Volveré a escribirte pronto.
Pablo.
Getty Images.
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