Hola de nuevo:
Hubo una época en la que el Real Madrid ganaba ligas como ficha un funcionario: con un punto de desgana, entre el hastío y el bostezo, con la cabeza en el vermut del día siguiente. Tu generación creció en esas décadas, y semejante período de bonanza, intuida eterna, terminó por atribuir al torneo de la regularidad una condición de ligero aperitivo, cuya consecución servía como mero trampolín para acceder al reto auténtico, la copa de Europa. A los madridistas millennials, en cambio, condenados a madurar en medio de la crisis que se inició en 2008 —me refiero, evidentemente, a la eclosión de Messi, mucho más dañina que aquello de Lehman Brothers—, jamás nos pareció que el título liguero nos perteneciese por derecho. Al contrario, ya te he comentado en alguna ocasión que nuestro Madrid, hedonista, irregular, cortoplacista y ciclotímico, llegó a convertir en seña de identidad el alternar las gestas europeas con intolerables incomparecencias en el día a día, como si pretendiese homenajear con esa actitud al tópico de la irresponsabilidad adolescente.
La liga trigésimo quinta de los blancos, adulta y circunspecta, supone un perfecto homenaje a las logradas en tu época: la ganó quien fue mejor de principio a fin. Puede que sin excesivos alardes, pero desde luego sin discusión
En este contexto, el valor de la liga conseguida el fin de semana pasado aumenta muchísimo. No obstante, me gustaría subrayar algunas consideraciones más al respecto. Frente a la primera etapa de nuestro entrenador en el banquillo blanco, en la que el equipo, repleto de trequartistas, jugaba desahogado y alegre y parecía instalado en un final feliz perpetuo que invitaba siempre al optimismo —estuviese justificado o no—, este segundo periplo ha presentado un cariz completamente distinto. Muchos partidos se han ganado desde la solvencia y, en lugar del poderío despreocupado del primer Madrid de Ancelotti —capaz de sepultar los borrones con un alud de combinaciones y goles, algunos en el descuento—, la solución del segundo ha pasado por la contención sensata, más hija de la voluntad que del orden, a pesar de lo cual se ha necesitado la intervención de un extraordinario Courtois en numerosas ocasiones. El Madrid, si bien ha ofrecido chispazos excepcionales de Vinicius y Benzema, también ha bajado al barro cuanto ha sido preciso; un poco como en una canción de Sabina, aunque sustituyendo el poético malditismo —más bien colchonero— por la seriedad. Es decir, nada de derrochar la bolsa y la vida. La liga trigésimo quinta de los blancos, adulta y circunspecta, supone un perfecto homenaje a las logradas en tu época: la ganó quien fue mejor de principio a fin. Puede que sin excesivos alardes, pero desde luego sin discusión.
Sin embargo, ya sabes que la falta de fuegos artificiales puede resultar un pequeño problema para los millennials. No solo es que nuestra generación esté, en general, a un tris de echarse a perder por la necesidad constante de estímulos digitales. Futbolísticamente, la inconsistencia liguera ha provocado que cimentásemos nuestro madridismo en las proezas europeas, frente a las que, por desgracia, hasta un título tan meritorio como el del sábado, obtenido desde la suficiencia y sin goles épicos en el descuento, sabe un poco menos sabroso. Antes de que me invites a unirme a la cofradía del Santo Reproche, te reconozco que se trata de una circunstancia profundamente injusta: hace décadas la liga se menospreciaba ligeramente al darse por supuesta, y ahora, paradójicamente, es por falta de costumbre y tener otros hábitos de consumo. Un poco como esos estudiantes geniales y un poco vagos que, adictos a la adrenalina que otorga el aprobar sin estudiar demasiado, valoran menos la nota si llega tras el esfuerzo y el trabajo diarios.
hace décadas la liga se menospreciaba ligeramente al darse por supuesta, y ahora, paradójicamente, es por falta de costumbre y tener otros hábitos de consumo
Afortunadamente, ni a los más veleidosos el Madrid jamás nos deja como perros de nadie, ladrando a las puertas del cielo. Por lo que ni siquiera este segundo Madrid de Carletto, gobernado desde la contención antes que desde la exuberancia, ha renunciado a las noches mágicas en la Champions, pese a que a priori nadie le atribuyese potencial para ello. A su labor de hormiguita en el campeonato doméstico ha sumado un reguero de actuaciones marvelómanas en Europa capaces de saciar la sed del hincha más caprichoso. Uno a uno se ha ido limpiando a los rivales más ricos e imponentes, dejándolos cruelmente con la miel en los labios y escarcha en el pelo, en un ejercicio de funambulismo y de “más difícil todavía” que supera cualquier capacidad de análisis. Dos competiciones para dos caras de la moneda, el orden y la locura, sin renunciar a ninguna. Una dualidad personificada en el propio Ancelotti: alguien cuyo abanico gestual apenas había incluido la media sonrisa irónica y el alzamiento de ceja dejó escapar auténticas lágrimas al ganar la liga el sábado, demostrando así la cantidad de tensión que conlleva el deber, y, al mismo tiempo, unos días después mostraba un rictus de confiada templanza en el momento crucial de las semifinales de Champions.
Llegados a este punto, no resultan descartables ni un petardazo ante el Liverpool que suene como un punto de interrogación ni la enésima remontada imposible que nos traiga la Decimocuarta. En cualquier caso, en una institución en la que los triunfos duran lo que los manidos peces de hielo en el whisky on the rocks, recuperar la tradición de acumular ligas como rutina y hacerla confluir con la majestuosa excentricidad de las noches europeas se antoja algo muy necesario. Al fin y al cabo, se trataría, en última instancia, de una forma de enlazar el Madrid en el que se reflejan los millennials con lo que el Madrid siempre fue. La frente muy alta, la lengua muy larga y la gloria muy corta.
Cuídate, volveré a escribirte pronto.
Pablo.
Muy bien escrito.
Ha hecho pasillo Sabina a al RM.
Muy bien traído lo de Sabina y en general me ha encantado, Pablo.
En estos momentos de tan inmensa alegría para todo el madridismo, quizá convendría tener un recuerdo para esa gente tan importante para el R.M. como por ejemplo, Agustín Domínguez Raimundo Saporta, Luis Molowny ......., pero sobre todo Santiago Bernabeu.