6 de enero de 2004.
Ella fue la primera en levantarse. Se vistió, cogió los zapatos en la mano para evitar que el suelo de madera del pasillo crujiese, abrió la puerta de su habitación y salió al pasillo. Dio un par de pasos cautelosos, medidos, apoyando el pie con cuidado y escuchando el leve chasquido que producían sus pisadas. Al pasar delante de la puerta de la habitación de sus padres se puso de puntillas.
Camino cinco metros más, asió el pomo, lo giró y entró al salón iluminado por las luces de colores que parpadeaban envolviendo al árbol. Cerró la puerta. Las bisagras chirriaron tímidamente y un agudo sonido rompió el silencio de la noche. Se asustó. Espero unos segundos…
…
Nada.
No quería que se despertasen, era su momento, su tío le había hablado tantas veces de aquel regalo que quería disfrutarlo a solas.
Se frotó los ojos, bostezó y sonrió. Allí estaban. Los Reyes habían venido. Varios paquetes con vistosos lazos de colores relucían al lado de su zapato. Cogió uno de color azul, el más grande, lo olió, lo sopesó y lo agitó en el aire con delicadeza. Tenía la intuición de que podía ser aquel. Se sentó en el suelo y fue abriéndolo con cuidado. Para tener solo seis años lo hizo con mucha paciencia, sin rasgar el papel, soltando los celos con mimo.
Al acabar de desenvolverlo lo dejó a un lado.
-No –pensó- aquel castillo encantado no podía ser.
Cogió otro, al azar. Y luego otro, el más pequeño, rojo y con forma de libro. Y uno más...
Cuando terminó de abrir todos los paquetes se levantó, rodeó el árbol y se volvió a sentar. El regalo que había pedido no estaba allí. O al menos eso creía ya que nunca había visto uno.
Su tío, cuando el año anterior los Reyes Magos le habían traído aquella camiseta blanca, le había explicado cómo era, la felicidad que iba a experimentar al recibirlo. Estaba segura de que ninguno de aquellos juguetes era el que había pedido.
Se extrañó. Le habían traído todos menos ese y ella había cumplido: portarse bien, la carta con la mejor caligrafía, acostarse pronto, el zapato reluciente, las tres copas, el vino dulce, un poco de turrón y unas notas excelentes. No entendía qué podía haber hecho mal. ¿Y si no eran tan magos?
Acabaron las navidades y volvieron las clases, luego, sin apenas darse cuenta, con el tiempo menguando tan rápido como sus vestidos, llegó la Semana Santa, el largo verano lleno de juegos y un nuevo curso. Empezó segundo de Primaria.
Cuando se quiso dar cuenta estaba escribiendo una nueva carta a los Reyes Magos. Esta vez solo pidió un regalo: el mismo que el año anterior, el que su tío estaba convencido de que tarde o temprano recibiría.
El día de Reyes sus padres ya estaban despiertos cuando se levantó. Esta vez no tuvo tanta paciencia, se lanzó a por todos los regalos y los abrió atropelladamente. Al terminar Intentó disimular su desilusión.
No lo consiguió. A su madre no podía engañarla.
-¿Te pasa algo?
-No.
-¿Estás segura?
-Sí.
No quería hablar. Su madre insistió.
-No me mientas, te lo noto en la cara, dime, ¿qué te pasa?
-Nada.
Tardó un par de minutos en confesar:
-No me han traído lo que pedí.
Su madre se lo imaginaba. Cada vez que estaba con su tío hablaba de lo mismo. Era una obsesión. Empezaba a preocuparla.
Enfadada, le dijo que debería de estar agradecida, que muchos niños no tenían regalos y que reflexionase sobre lo afortunada que era. Le habló como a una niña y ella lo entendió como una adulta: sacó la conclusión de que no podía desilusionar a sus padres. No era justo, no se lo merecían. Cogió los regalos y se puso a jugar con ellos.
“Igual los Reyes están muy ocupados” -pensó.
Espero un año.
Y dos.
Su tío le seguía hablando del regalo y ella escuchaba embobada, con la imaginación desbordada. Era tan difícil que llegase…
Pasaron cuatro años más.
Había cumplido 14. Llevaba pidiendo lo mismo desde los 6. A veces su ilusión flojeaba.
-¿Estás seguro de que me lo traerán? -le preguntaba a su tío.
-Segurísimo, ten paciencia y disfruta cada momento. No pienses en el futuro. Todo llega. Algún día sabrás lo que se siente al recibir el mejor regalo del mundo.
Dos años después, en el 2014, renovó su petición. Llevaba haciéndolo ininterrumpidamente durante los últimos diez años.
Acababa de cumplir los 16 y recordó que tenía seis cuando escuchó a su tío hablar por primera vez de ello.
Ahora sí, ahora lo entendía todo. El regalo llegó en primavera, un 24 de mayo. Había disfrutado el partido en el Bernabéu, en unas pantallas gigantes. Lucía orgullosa la camiseta del Madrid. Había visto a Ramos marcar en el minuto 93, a Bale saltar para marcar el segundo, a Marcelo rompiendo defensas, a Cristiano…
Nunca, nunca jamás, lo olvidaría.
En cuanto el árbitro pitó el final cogió el teléfono y marcó el número de su tío:
-¿Osaba? -gritó entre el estruendo.
-Dime, sobrina.
-Tenías razón, los Reyes son magos, este es el mejor regalo del mundo.
Emotivo relato, Fred.
El Madrid es el regalo con el que disfrutan los madridistas, pero con el que "juegan" los que no lo son...
Dios mío Fred, soy del 97, no sabes cómo me ha identificado el texto, qué emoción. Los más mayores pensáis que los veinteañeros estamos hartos de copas de Europa, pero no sabéis lo larga que se hizo la infancia esperando "ese regalo" del que todos hablábais y que, ahora, a pesar de haberlo recibido 4 veces, lo seguimos pidiendo conscientes de que no hay nada más grande.
¡ Ay, esos padres del Atleti que no enviaban la carta de la niña !...