Indudablemente somos un equipo único. Especial.
El eterno conflicto madridista, del que no logramos deshacernos, parece querer escenificarse y aglutinarse en un solo año. Es posible que de ese conflicto, de ese choque, nazca en muchas ocasiones nuestra gloria. Una explosión como el Big Bang, donde el Real Madrid es el origen y comienzo de todo.
El orgullo y la insatisfacción, el amor y el odio que nos torturan y amargan, que nos satisfacen y entusiasman, que llevan a enfrentar a la propia afición, a la creación de infinitas tribus, que no nos entendamos unos a otros y a la vez amemos con fuerza lo mismo. El Real Madrid es Caos y Urano, Gea, Tártaro, Eros…
En las últimas décadas vivimos en la extraordinaria peculiaridad. Sólo desde el caos y el mito se entiende que dominando en Liga como nunca nadie lo ha hecho en España (cinco Ligas consecutivas, récord absoluto) y haciendo un juego para el recuerdo, no se lograra la ansiada Copa de Europa; que dominando en la era Champions como ningún equipo lo ha hecho (tres en cinco años), no se lograra emparejarla con la Liga para rubricar un doblete; que llegáramos a finales de Copa de Europa con equipos de medio pelo; que fuéramos capaces de ganar la Champions siendo quintos en Liga; conquistar la mejor Liga que haya visto nadie en plena hegemonía culé; ganar cinco Copas de Europa seguidas; ganar Ligas perdidas con remontadas imposibles de la mano de un técnico italiano; largar entrenadores que van primeros, que acaban de ganar una Liga o una Champions; estar en disposición de un doblete tras ser eliminados en Copa ridículamente y estando a once puntos del líder avanzada la segunda vuelta…
El madridismo vive en esa dicotomía, que le impulsa a presumir de todo ello porque es motivo de orgullo y a lamentarse por lo que pudo ser, por aquello que no se logró, por lo que pudo ser aún mejor… Una carga que llevamos heroicamente sobre nuestros hombros, como Hércules engañado por Atlas para sostener los cielos. Nos engañamos a nosotros mismos y cargamos con exigencias y obsesiones titánicas absurdas.
Como se dice en Antes del anochecer (Richard Linklater, 2013), la condición humana natural es estar siempre un poco insatisfechos, continuamente descontentos. El madridismo lo lleva a rajatabla.
Este equipo dirigido por Zidane parece heredero de todo esto, quizá una de sus máximas expresiones, y aunque muchos madridistas pedimos que se rompa con esa tendencia, la cosa por ahora no acaba de solucionarse, viviendo en la intermitencia que va de lo sublime a lo caótico.
Zidane ha venido a rescatarnos del inframundo, viene a ser nuestro Orfeo, pero para triunfar donde aquel falló, porque un madridista nunca mira hacia atrás, salvo para regocijarse de lo ya logrado, de la gloria asumida y conquistada, del trabajo ya consumado.
Nuestra excepcionalidad lleva a gente como Joan Laporta, desde su antimadridismo y desde la victoria, a decir que “al Real Madrid habría que inventarlo si no existiera”. Es normal, ¿qué sería del resto sin el origen, sin el referente glorioso y perfecto, sin la admiración o la rebeldía que despierta? El Real Madrid moviliza todo lo demás en su convulsa y vital existencia. Invita a superarse, a confabularse para usurpar su trono, anhelar lo imposible. Por supuesto, si el Real Madrid no existiera habría que inventarlo, porque si no todo lo demás no tendría sentido.
Es lícita y comprensible la rebelión ante nuestra gloriosa tiranía de títulos y éxitos, como lo fue la de Hera, Poseidón, Apolo y demás deidades contra Zeus, pero que ser magnánimos no evite ser severos con esas acciones y las faltas de respeto.
En muchas ocasiones me preguntan por qué soy optimista, me explican que ellos no pueden, que con esa gente es imposible confiar, que tal y como van las cosas se avecina la hecatombe… Lo he oído en distintas épocas, y yo siempre respondo lo mismo: Soy optimista porque he visto y vivido cosas que no creeríais, que no creería ni Roy Batty. He visto a mi equipo hacer lo imposible, lo más raro, lo que no existe. Logros inalcanzables, remontadas hercúleas, odiseas homéricas… Sí, soy optimista, aunque me desespere muchas veces, aunque me enfade y aunque mantenga mi espíritu crítico desde la mesura, que nunca debe faltar, porque el Real Madrid es el Zeus del Olimpo futbolístico.
¿Qué son 12 trabajitos de nada para Hércules? De hecho a nosotros sólo nos quedarían siete. Cuando menos lo esperas, cuando más te desesperas, cuando todo parece perdido, va el Real Madrid y lo vuelve todo del revés.
Y es que yo sí creo que ese escudo gana partidos. No por magia o porque subyugue o hipnotice a los rivales, ni los convierta en piedra como Medusa, sino porque impele, exige y levanta a jugadores, entorno y afición. Ese escudo sí convierte en piedra al que no lo honra. Porque no darlo todo, no llegar, te condena, y darlo es el paso imprescindible para lograrlo.
Sí, el escudo gana partidos, y hasta competiciones. Este Madrid imprevisible, del talento y la competitividad intermitente, que lleva ese escudo eterno, nos tiene desconcertados e ilusionados. No es la primera vez ni será la última en la que ocurran estas cosas.
El piperío y el antimadridismo viven al límite, en el alambre, indecisos sobre si hablar de directores deportivos, modelos y demás historias, o ignorar sucesos como si nada hubiera pasado. ¿Es posible que este Madrid sin modelo, sin jugadores competitivos, sin Masía, valors y humildat gane el doblete en esta caótica temporada? Pues aunque queda todo por decidir, la posibilidad está ahí, cada vez más cerca, con un equipo que vuelve a convertir en algo tangible lo imposible. Yo ya puse negro sobre blanco que me encantaría la Undécima por la gloria que supone y por ver que se hace lo que se tiene que hacer zambullidos en el éxito, esa limpia en el vestuario que debió acometerse hace años y que no debe volver a obviarse ni evitarse porque sobrevengan títulos en esta desquiciada temporada.
Y así nos tienen, desconcertados e ilusionados, deseando que esta temporada sea el reverso luminoso de la de Queiroz o la pasada con Ancelotti, que lo que parecía un desastre haga atisbar la gloria. Que aquellas desgraciadas temporadas cojan el puente aéreo y contagien al rival, que la suya del año pasado viaje hacia la capital, porque no son pocos los paralelismos.
Y dicho esto, esperando, sólo queda divagar. ¿Volverá a ocurrir? ¿Lo volveremos a hacer? ¿El mito volverá a hacerse carne y realidad en medio del caos?
"Sí, soy optimista, aunque me desespere muchas veces, aunque me enfade y aunque mantenga mi espíritu crítico desde la mesura, que nunca debe faltar". También soy optimista como tú, Jorge.
"Yo sí creo que ese escudo gana partidos. No por magia o porque subyugue o hipnotice a los rivales, ni los convierta en piedra como Medusa, sino porque impele, exige y levanta a jugadores, entorno y afición. Ese escudo sí convierte en piedra al que no lo honra. Porque no darlo todo, no llegar, te condena, y darlo es el paso imprescindible para lograrlo". Tal cual, muy bien explicado.
Un placer volver a leerte, Jorge.
Hechi
Muchísimas gracias, Hechi! De optimista a optimista esperando al mito!
"(...) la condición humana natural es estar siempre un poco insatisfechos, continuamente descontentos. El madridismo lo lleva a rajatabla."
Se puede agregar algo más ¿? Un abrazo del tamaño del mar !!!