A pesar de que ya era rotundamente padre aún no me había dado cuenta. El caso es que la habitación del hospital estaba en penumbra. Habían pasado unos diez minutos más emocionantes que diez Copas de Europa vividas todas juntas (aunque puede que llegaran a ser diecinueve: “No hay Madrid de fútbol y de baloncesto, sólo una camiseta blanca, un escudo en el pecho y muchas Copas de Europa”, decía el recordado Juanan) cuando de pronto alguien tocó a la puerta que se abrió dejando entrar la luz del pasillo alrededor del contorno de una figura humana.
Un instante antes de esto yo trataba de pensar en mi hija recién nacida, a la que tenía delante junto a mi mujer, que dormitaba exhausta y feliz, de comprender todo su significado entre las sombras, con sus ojos de línea y su olor irrepetible, o con esas muecas productoras de desmayos (yo en su presencia me confieso una damisela), y aquella aparición casi fue como ver salir del Delorean a Marty McFly con su traje protector después de haber atravesado mi granero.
Instintivamente busqué la escopeta y al caer en la cuenta de que no tenía ninguna, a punto estuve de levantarme y, al menos, empezar a gritar: “¡Sal de mi cuarto, marciano h…!" Pero me contuve. Y menos mal. También antes había estado llorando un rato emulando a mi hija sin poder evitarlo. El mismo mohín, el mismo timbre sólo que el de la niña sonaba a Mahler y el mío debía de hacerlo a King África.
El visitante penetró en la estancia y pude distinguir al fin un cuello blanco y una bata blanca cuyo pecho rezaba en letras primorosamente cosidas: “Capellán”. Se presentó con amabilidad y me pidió permiso para darle la bendición a la recién nacida y a punto estuve de pedirle que me la diera igualmente a mí después de oírle decir que no le extrañaba semejante llanto de presentación en este valle de lágrimas, o algo así, por lo que me sentí primero afligido y después liberado con toda esta ilusión que nace casi en pretemporada.
Luego de aquello salí de la habitación y sentí deseos de celebrar el milagro de la jugada como el Buitre, corriendo al trote por el pasillo antes del saltito final, pero me miraba fijamente una enfermera por encima de sus gafas que me decía sin decir: “No lo hagas”. Afortunadamente no lo hice aunque en estos momentos terribles de sensibilidad no descarto nada: así soy ahora mismo de peligroso. Yo en mi fuero interno desde hace una semana soy campeón de Europa y del mundo y me señalo todo el día el escudo porque es aproximadamente del mismo tamaño que los vestidos de Candela.
A mi hija nada más llegar le basta con el escudo y yo ya me siento orgulloso. Aprende, Casillas. Candela no se anda con jueguecitos y me guía a mí, pobre madridista, con el símbolo siempre puesto encima, de rayas o de florecitas, en la cuna y en el Bugaboo que es un bólido de estrella y arrambla con las aceras y los baches del parque llamando la atención mucho más que en la puerta de Valdebebas. A mi hija hay que detenerla por las esquinas porque la gente no para de pedirme autógrafos. Ya he perdido la cuenta de los selfis, por no hablar de la histeria, expresada en derretimientos gestuales, que provoca a su paso.
Yo a mi niña la subo al autobús el día del Dortmund en el Bernabéu y Mourinho la alinea por amor para ganar la décima en Wembley. Carlo no necesitaba mano dura en Chamartín sino el hipo de mi hija que es en sí un esquema y un carácter, un delicado metrónomo para enhebrar contraataques o lo que se quiera. Y con sonrisa de tonto. Ni hablar de lo que le hubiera hecho a la Juventus con esos ojos, esa nariz a la que Gógol le hubiera escrito el cuento en romántico, esas manos o esos pies que ya hubiera querido tener Zinedine para su volea en Hampden Park y en vez de hacer historia con una parábola haber compuesto unas Hojas de Hierba a la española llenas de alegría y exaltación de los sentidos. Porque a Candela hay que sentirla y yo la siento, perdónenme, pero qué emocionantes temporadas me esperan.
Enhorabuena D. de las Heras. La aventura que empieza ahora es más grande que ganar una Champions.
Enhorabuena tambien desde aquí. La aventura es colosal, que le pregunte a D. Jesús.
Muchas gracias a los dos. Gran aventura, sí señor.