Los vaivenes del equipo de fútbol tienen desconcertado al madridismo y este humilde escribidor no iba a ser una excepción. A cada cuál la situación le afecta de forma distinta, ya que los sentimientos, incluso las neuronas, tienen vida propia y hormiguean a su voluntad, independientes, ajenos a la dirección que uno quisiera darlos. Así estoy yo, entre continuos vaivenes, entre la perplejidad del fútbol y las satisfacciones del baloncesto, entre el frío del Bernabéu y la calidez del Palacio. Y allí estaba yo hace unos de días, al lado de la pista, disfrutando con el juego de la banda de Laso, cuando de repente, un baloncestista arrancó a correr y me asaltó una visión por sorpresa: ¡Campazzo era Carvajal! O viceversa..
Y ciertamente, en ese estado de ilusión por desilusión los parecidos se me antojaron razonables. Un físico cortado por el mismo patrón. Dos velocistas potentes, musculados, más alto el argentino, claro, que por algo juega al baloncesto. Pero ambos con el nervio propio de los purasangres, que despliegan en corto y en largo. Macizos, potentes, gustosos de ir al choque confiados en su armazón, tan sólido como su juego.
Un juego de corte batallador, generoso, al base le falta cancha y al lateral la banda se le queda corta. Les gusta participar y no se detienen un instante. El partido va con ellos, tanto que si algo se les puede achacar es -por decirlo en términos político-económicos- exceso de intervencionismo. Pero puestos a escoger, siempre es más fácil embridar a un impetuoso que excitar a un negligente. Y el bullicio se templa con la experiencia.
Que sean luchadores y que les guste meterse en todos los fregados no quiere decir que no tengan calidad. A raudales. Son jugadores imaginativos y desequilibrantes, aunque a veces se también en esto son excesivos. Las incorporaciones de Carvajal tienen más de extremo filigranero que de lateral que sube porque lo marca el guión, y a veces Laso se pone de los nervios con Campazzo por buscar la solución más difícil y espectacular. La afición lo agradece y, al final, tampoco parece importarle demasiado al entrenador, más allá de la protesta instintiva del que nunca sabe qué va pasar. Ambos tienen un sentido del juego que los convierte en jugadores determinantes de los dos Madrid.
Con todo y con ello, su mejor virtud es la de ser extraordinarios defensores. Duros, pegajosos, con sentido de la anticipación y contundentes. No temen a nadie y no le importa enfrentarse con los más rápidos ni con los más grandes. Su aportación defensiva es sobresaliente y de fundamento para la resistencia de unos conjuntos que, en ocasiones, abusan de su apetencia por el ataque. Entonces, siempre se encuentra a estos dos gigantes para restablecer el orden que sus equipos nunca debieron perder.
Obviando la ocurrencia infantil que a uno casi le da vergüenza contar de que los apellidos de ambos comienzan por las mismas letras -así son las ensoñaciones, la fantasía se mezcla con el absurdo-, la coincidencia más importante de nuestros protagonistas es incorpórea: tienen alma de madridistas. Uno en Ciudad de Córdoba, allá en la patria de don Alfredo, otro en Leganés, en esta parte del océano, ambos nacieron madridistas y el destino los encauzó al lugar donde les correspondía por naturaleza. Vestidos de blanco, encarnando la esencia ancestral del club más prestigioso del planeta, Carvajal y Campazzo, Campazzo y Carvajal, honran el escudo de la camiseta en cada ocasión que la visten. Esto no puede ser más Real. Así sea durante muchos años.
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Otro gran artículo del señor Llorente. Enhorabuena. Efectivamente gente como Campazzo y Carvajal encarnan a la perfección el ideal del madridista entregado a los colores. Ellos son los que permanecen en la memoria de los aficionados para siempre, puesto que llevan al Madrid en el corazón.
Totalmente de acuerdo en que Carvajal es un modelo de madridista entregado a unos colores y, probablemente, lo que los británicos llaman "hombre de un solo club" pero, lo de "extremo filigranero" y lo de "extraordinario defensor" ni en sus sueños más húmedos. O, ha visto a pocos laterales defensores y, muchos menos extremos filigraneros. Lo más opuesto.
No me cojen los comentarios.