Camavinga es el jugador de moda por partida doble: todo el mundo habla de él y le quiere, sobre todo desde su demostración de ayer ante el Atleti como improvisado lateral izquierdo. Pero es además un jugador de moda en sentido literal. Es modelo de Balenciaga, lo que le convierte en lo más parecido a David Beckham que ha habido en el Madrid desde el spice boy, si bien el tener por icono a alguien tan rotundamente instalado más allá de la frontera del ébano otorga a Balenciaga un plus de acierto, no solo porque la corrección política vende, sino también porque se acrecienta el exotismo, y la sensualidad franca de revolcón en la campiña de Sir David se ve sustituida por otra más lóbrega y salvaje, alumbrada de ululares nocturnos. Una sensualidad de marcas tribales (la quintaesencia de los juegos de posesión), tambores lejanos y sombras al otro lado de la tienda de campaña.
Este país será medianamente aceptable cuando las adolescentes se enamoren de Camavinga y no de Gavi. Gavi es a los hombres lo que el reggaetón a la música, perreo extemporáneo y lenguas enhiestas. Dios nos libre como sean ciertos los rumores de devaneos con la realeza. Nos sumiremos en la más honda sima de ordinariez, que parece ser por otra parte lo que estamos buscando como sociedad.
Este país será medianamente aceptable cuando las adolescentes se enamoren de Camavinga y no de Gavi
Si tu hija quiere a Camavinga y no a Gavi, quédate tranquilo/a. Perteneces al exiguo grupo de gente que no está en riesgo de arruinar la estirpe. Camavinga tiene clase para dar y regalar, lo que demuestra que esta no se compra, que la puede atesorar un niño crecido en un centro de refugiados de Angola. La misma clase con la que controla el balón y zurdea para confusión del rival es la que luce cuando viste un Balenciaga, y su caminar sobre la pasarela posee la elegancia alquitranada de una jirafa. Es una cosa marciana, paralizadora. Onírica. Su magnetismo es indudable, y recuerda a lo que sintió Bowie la primera vez que vio a Iman haciendo el cat walk. Ya nunca más se fue de gira con tranquilidad. “¿Cómo voy a querer irme de casa y dejar allí a una mujer de estas características?”, soltó, guiñando un ojo de un color radicalmente distinto al otro.
Yo, que soy una cincuentona entrada en años y kilos, si tuviera a Camavinga en mi casa, tampoco querría ir jamás a parte alguna. Lo tendría gentilmente secuestrado, asegurándome de que no necesitara nada de allá fuera, como Gloria Swanson con William Holden en Sunset Boulevard. Lo tendría vestido de rosa haciendo rondos consigo mismo en el jardín, rodeado de balones que le haría pasar de una rodilla a otra para terminar en las trenzas, preso de la nuca que después le aliviaría con ungüentos de macadamia. Nunca permitiría que su sonrisa mostrara laxitud, y si intuyera una disminución del ángulo de los márgenes de sus labios bailaría yo para él, ojalá para hacerle sonreír y no reír.
Pensaréis que soy una vieja verde y que no tengo a Camavinga en mi jardín, como un tótem irresistible y reluciente. En lo segundo tendréis plenamente la razón, y por eso me he de conformar con sus vídeos, que repaso una y otra vez con la admiración de una niña en Disneyland y la pulsión lúbrica de una hembra que empieza a conformarse con cualquier versión de turbia fantasía. I’m mad about the boy, como Dinah Washington, y en ese instante en que dibujando un escorzo caleidoscópico mete a Benzema al balón que aniquilará al City vivo yo, aterida de amor.
Getty Images.
Josefina, amiga, te habla una cincuentona también entrada en carnes que murió de amor nada más verle. Es un Dios. Es de otro tiempo. He de reconocer que tengo el corazón un poco partido con Tchouameni…pero solo un poco. Cuando sonríe es como que se le ilumina la cara, cara de buena persona, por cierto. Lo de Gavi prefiero no comentar. Inflar el globo de ese pollo sin cabeza por el campo de fútbol me irrita sobremanera, como con el dichoso Pedri. Somos de otra pasta, menos mal. Y bueno, todo esto para decirte que me ha entusiasmado tu artículo. Gracias, veo que no soy la única loca enamorada de esta bella criatura. Me siento más acompañada.