Reconozco que, cuando llegó este verano de vuelta de Milán, Brahim Díaz me entusiasmaba tanto como sentarme delante del televisor a ver un partido del Atlético de Madrid a las 9 de la noche de un domingo de noviembre. Me parecía uno de esos futbolistas que se quedan obsoletos antes incluso de comenzar a caminar, un talento del pasado, otro mediapunta sin físico y sin la versatilidad que requiere la élite. Ideal para esas viejas formaciones, como el 4-5-1, hoy impracticables en este fútbol del 4-3-3, reino de la velocidad y de la fuerza. Pero como en esta vida sólo los tontos son los que no cambian nunca de opinión, yo quiero hacer aquí un trágala de manual y envainármela con mucho gusto. Los dos últimos partidos de Brahim, sobre todo el del sábado con el Valencia, lo confirman como uno de los recursos más útiles y, verbigracia, necesarios que tiene la plantilla del Madrid en este año extraño que atufa a transición y que sin embargo exigirá como siempre —como todos los años— al equipo de Ancelotti.
Brahim Díaz es un jugador peculiar. Cuando lo fichó el Madrid, allá por 2019, en aquel mundo que había antes de la pandemia, pareció un movimiento muy raro. Fue un fichaje de invierno, para empezar, cosa extrañísima con Florentino Pérez, enemigo declarado de esos movimientos de saldo en el outlet de enero. Brahim vino además en un año horrible, nefando, que había comenzado con las fugas de Zidane y de Cristiano, es decir, con el hundimiento del techo del mundo, y que a esas alturas ya se había cobrado también la cabeza de Julen Lopetegui, el supuesto capataz encargado de las obras de reforma.
El equipo del threepeat era humillado sistemáticamente por todos los rivales, Courtois parecía un portero sin manos Ramos vivía una alucinación, Bale dimitía de todos sus cargos y entonces el Madrid pagó 17 millones de euros por un niño al que nadie conocía. Nadie había visto a Brahim pero algunos decían que era un prodigio. De chiquillo, el Barcelona estuvo empeñado en llevárselo para La Masía y por cómo era descrito, Brahim Díaz sí que parecía hecho a medida de aquella planta industrial de homúnculos: bajito, habilidoso, virguero, hipertécnico, liviano, una parodia del messiniesta, otro idólatra del pase horizontal. Gracias al jeque que tenía entonces el Málaga, primo hermano de Abu Dhabi, el Manchester City impidió que ingresara en aquella fábrica de mutantes, y Brahim se fue a Inglaterra sin haber debutado en España, con todo el futuro por delante.
Reconozco que, cuando llegó este verano de vuelta de Milán, Brahim Díaz me entusiasmaba tanto como sentarme delante del televisor a ver un partido del Atlético de Madrid. Pero como en esta vida sólo los tontos son los que no cambian nunca de opinión, yo quiero hacer aquí un trágala de manual y envainármela con mucho gusto
La verdad es que traía resonancias familiares. Evocaba la fantasía mediterránea de Isco, su tragedia barroca y genial. El caracoleo, el zigzag entre líneas, el último pase torero. Se crio para el fútbol en el Club Deportivo Mortadelo, una de las canteras del Málaga, y ya allí Pellegrini, que había encumbrado a Isco después de que Emery le desechara en el Valencia, le echó el ojo al pequeñito español de sangre marroquí. Brahim Abdelkader Díaz tiene un apellido benimerín que remite directamente a la frontera y su familia paterna se estableció en Melilla hace dos generaciones, de donde saltaron a Málaga, donde se conocieron sus padres. Abdelkader se traduce del árabe como “el servidor del Poderoso”, es decir, de Alá, y con la marcha de Benzema el madridismo sufí ha encontrado en él el último depositario de un linaje marcado por la belleza y la trascendencia, que empezó con Zidane. Aunque su padre, que se fue con él a Inglaterra cuando lo fichó el City con trece años, decidió acortarle el nombre, hispanizándolo en simplemente Brahim Díaz, algo de esa música antigua queda en su juego de derviche, en gestos y recortes de suma plasticidad.
En el Milan, Brahim ha cogido peso, cuerpo, ha echado músculo y ganado físico de élite. Al principio parece que Carletto no contaba mucho con él y la gente se preguntaba para qué había vuelto. Algo, empero, tiene que tener este chico para haber sido Il Diez de un AC Milan resucitado que ganó el Scudetto y llegó a las semifinales de la Copa de Europa por primera vez en trece años.
Me acordé de Brahim cuando volví a ver el otro día a Chenoa por la tele, yo que vivo alejado de ese monstruoso artefacto de corrupción de masas: hacía tanto que no sabía nada de ella que me pareció que ahora está más buena que antes, que hace veinte años. Con Brahim Abdelkader me ha pasado lo mismo: antes me recordaba a un futbolista de juguete, tan diminuto y liviano que todas sus virtudes, una fantástica conducción, la facultad de atravesar paredes con la pelota imantada al empeine, se quedaban al final en nada. En nada relevante. Antes, a Brahim se lo quitaban de encima los rivales con un soplido, un poco como a veces pasa con Rodrigo. Pero ahora el malagueño tiene más empaque cuando choca, y eso se le nota en los cuádriceps. Sin un talento extraordinario para ser verdaderamente determinante, Brahim acumula, sin embargo, méritos para ser el heredero del gran dorsal 21 que lleva desde agosto, Solari, es decir, un jugador número doce, el primer gran recurso cuando el míster mira al banquillo.
Sin un talento extraordinario para ser verdaderamente determinante, Brahim acumula, sin embargo, méritos para ser el heredero del gran dorsal 21 que lleva desde agosto, Solari, es decir, un jugador número doce, el primer gran recurso cuando el míster mira al banquillo
Este Madrid carece de profundidad en la zona de ataque y esa es la principal falta de la plantilla esta temporada. Es cosa sabida, no descubro América. Bellingham ha roto a meter goles y eso nadie se lo esperaba, pero así y todo la cosa se queda pírrica en cuanto Vinicius y Rodrigo no cumplen con sus cuotas esperadas. En tal panorama la irrupción de Brahim tiene mucho valor. Ahora que su recorrido es mayor puede jugar en cualquiera de las posiciones delanteras, desde la punta del trivote del mediocampo hasta de interior con querencia al centro, que es la posición en la que más rendimiento se le puede sacar a su llegada. No apunta a gran goleador pero tiene en sus botas en torno a diez o quince goles por temporada que pueden dar una Liga. En la decadencia de Lucas Vázquez, Brahim puede ser el relevo, con un salto de calidad técnica, en ese papel de comodín, que ayude a no quemar a Bellingham sosteniendo el tono del equipo en el transcurso de esos meses de entretiempo, entre Navidades y la primavera, en que se van (o se quedan) las copas domésticas y por qué no decirlo, el aliento europeo.
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Brahim no tiene que ser el jugador número 12, tiene que ser un jugador muchas veces titular en el Madrid
Excelente artículo Antonio. Coincido. Esperemos que Carletto, que no es muy rápido tomando decisiones y que no es fácil que amplíe su guardia pretoriana, le de los minutos que se merece porque puede ser muy útil al equipo. Incluyo a Ceballos en esta carta a los reyes magos, ahora que se acerca la navidad.
En mi opinion Brahim es un jugador que tiene mucha calidad tecnica pero es muy intermitente y desaparece en cuanto las cosas no le salen bien, juega demasiado acelerado y de físico anda bastante justito.
Resumiendo no da el nivel para el Real Madrid me recuerda un poco a James otro jugador muy bueno tecnicamente pero que el Madrid le vino grande.
En un Milan regular nunca fue titular indiscutible y hacia un buen partido y dos malos, no es del agrado de Carletto y mucho me temo que será carne de banquillo.