Entre las ventajas palpables de escribir en un medio madridista está la de no tener que escribir sobre el Barcelona, bostezo. Hago cuanto está en mi mano por disfrutar de ella, pero hay veces que no queda más remedio. Tratar del Madrid requiere ocuparse de los otros, claro, no estamos solos en el mundo; pero hablar del Barça incluye necesariamente desacreditar al Madrid, fatiga. Es una condena que el mundo culé vive con fruición bondage, como un preso enamorado de sus cadenas.
Por cortesía de Fred Gwynne llega a mis manos un texto de Claret Serrahima publicado en La Vanguardia (Heráldica y corona, 2-11-2016) sobre el escudo y los colores del Barça. Claret sabe de lo que habla, es un excelente diseñador gráfico y le hizo la identidad corporativa al club a principios de siglo, incluyendo un leve aggiornamento del escudo. Culé al fin, cantar las virtudes del escudo y los colores implica para él hacerle algunos ascos comunicantes a los del Madrid, qué vachaché. Ciertamente sabe de lo que habla. Otra cosa es que se dé cuenta del significado preciso de lo que dice, así que renuncio por hoy al privilegio galernauta, aunque no del todo, y voy a ello.
Explica Claret, muy didáctico, que los escudos de armas se usaban antaño “como código de identificación del linaje, la ciudad o la persona y, más adelante, también de los gremios y las asociaciones”. También que estos solían incluir “el objeto de dedicación u origen y los colores que lo identificaban”. No sé gran cosa de heráldica, aunque sí lo suficiente para advertir al lector de que sus códigos son un poco más elaborados, pero bien está. Sostiene Claret que el escudo del Barça se ajusta a esos requisitos heráldicos: ahí están la ciudad con su cruz de Sant Jordi, el país y sus cuatro barras de Guifré el Pilós y el balón sobre campo azulgrana, o sea, la herramienta para el tiquitaca y los colores corporativos, rien ne va plus.
El escudo del Madrid, en cambio, “no nos aporta ninguna referencia de pertenencia [esa llamada postrera que ha sonado en la escalera], ni siquiera a qué se dedica o la acción. La única referencia heráldica del escudo reside en la corona monárquica, dejando claro que solamente podemos deducir del Real Madrid que es un club monárquico (aunque, para ser justos, habría que decir que, según el contexto político del país, la corona se colocaba y se quitaba como si de un sombrero se tratara)”. Y tanto, Claret. Exactamente un sombrero, algo que se quita, se pone y muda del fieltro en diciembre al panamá en agosto. La corona no estaba ahí cuando el escudo tomó su forma actual allá por 1908; apareció en 1920 cuando Alfonso XIII le otorgó el privilegio de anteponer el término “Real” al nombre del club. Para entonces ya hacía años que al Betis Foot-Ball Club, al Club Español de Foot-Ball de Barcelona y a la Sociedad de Foot-Ball de San Sebastián se les había concedido el mismo honor, razón por la que sus escudos lucen igualmente coronados, como los del Real Sporting de Gijón o el Real Unión de Irún. No le arriendo la ganancia al amigo Claret si intenta convencer a la chavalería abertzale y algo borroka que abunda entre las aficiones txuri-urdin e irundarra de que en realidad, además de por la patria, tifan por el rey. Decir que el Madrid es monárquico tiene el mismo sentido que atribuir esa condición a los nacionalistas escoceses golosos por aquello del appointment of Her Majesty en las chocolatinas de After Eight. Si hay tanta corona por ahí suelta tocando escudos futboleros, malamente se podrá deducir que ese sea otra cosa que un rasgo contingente en el del Madrid.
Sostiene Claret que “el escudo del FC Barcelona tiene un planteamiento claro sobre estas bases históricas de la heráldica, y el del Real Madrid, no. Creo que es un rasgo diferencial de identidad primordial [en la escalera y postrera] de un equipo respecto al otro”. Y no seré yo quien lo discuta. La heráldica es un fruto de la cultura feudal del Antiguo Régimen, una representación gráfica de vínculos personales y territoriales inamovibles. Un vasallo y un siervo lo son de por vida y su sumisión se transmite a sus descendientes por los siglos de los siglos. El escudo del Madrid es manifiestamente postheráldico. De hecho no es propiamente un escudo: ¡es un logo!, una representación sintética y abstracta que juega con la tipografía de su sigla, un instrumento que pertenece a una cultura moderna y cosmopolita, donde los vínculos personales y territoriales no son ni sagrados ni insoslayables. Me resulta difícil entender que algo así se le escape a un diseñador tan competente e inequívocamente moderno como Claret Serrahima, pero aún más que le parezca preferible la retórica de metopa de cuarto de banderas que el escudo del Barça respira por los cuatro costados al planteamiento mucho más audaz de las tres letras limpiamente amoldadas al círculo, la forma incluyente y universal por antonomasia.
Ciertamente, de la comparación del escudo del Barça con el del Madrid se desprenden datos interesantes sobre la cultura corporativa de ambos. “La forma del escudo del Barça recuerda los antiguos escudos de armas de ciudades y ejércitos que defendían su territorio”, dice Claret en versión recta de aquello de Vázquez Montalbán sobre el brazo armado de Cataluña. “Por el contrario, la esfera [¿esfera?] perfecta del escudo del Real Madrid nos lleva a un círculo de confianza, estatus y poder concentrado, desde donde todo se controla y todo se cuece, incluso las decisiones más importantes del país. Por todo el mundo es sabido que el palco del Bernabéu es donde se cierran más negocios de España”. Debe de ser cosa de la manipulación mediática que en el clásico del otro día yo no consiguiera ver un solo descamisado en el palco del Camp Nou (¡basta de photoshop en la tele, Roures!, todo tiene un límite); y solo la abnegación y el singular talento emprendedor que queda inscrito en el adn de todo catalán tan pronto como adquiere la condición de tal explica que ese pequeño país en estado de postración perpetua haya dado lugar a un tejido empresarial de tal potencia con el palco del Bernabéu, ese ónfalo mareante de la economía española, a seiscientos kilómetros. Y sí, Claret, hace falta mucha confianza para perseverar hasta arrancar un empate en el minuto noventa cuando te han birlado dos penaltis por el camino; y dosis extra para aguantarle el paso a un equipo francamente bueno al que le han pitado un penalti en contra en los últimos 58 partidos de Liga y le han expulsado un jugador en los últimos 57.
Pero no son estas minucias estadísticas las que me interesan. Tampoco la parte directamente astracán de la cuestión, como esa heroica belicosidad culé “en los juzgados y en los despachos de la UEFA y la LFP”, o “su guerra contra federaciones arbitrajes e incluso la dictadura”, como aquella intrépida acción de comando en la que Montal asaltó el Pardo blandiendo la insignia de oro y brillantes del club sin duda con intención de apuñalar a Franco con ella. Efectivamente, en el escudo del Madrid no hay referencias identitarias ni territoriales (es significativo que, hasta los años treinta, las autoridades deportivas locales obligaran al club a lucir en la camiseta el escudo de la ciudad en lugar del propio en partidos oficiales, lo que prueba que esa ausencia ni es involuntaria ni pasó inadvertida). No las hay porque el madridismo no tiene nada que ver con quién eres o de dónde vienes. No tenemos territorio que defender porque el Madrid es de Madrid como los Beatles son de Liverpool, pero el madridismo y la beatlemanía no son fenómenos folclóricos. El Madrid ni siquiera es un estilo futbolístico, esa cosa académica y reaccionaria con la que el Barça atonta a la afición como si fuera el soma de Huxley, si acaso un cierto modo de desenvolverse en la épica de la competición deportiva y la conciencia de ser parte de un club que no se parece a ningún otro. El Madrid es un fenómeno único, una referencia respecto de la que otros se definen e identifican. Por eso el círculo y la autorreferencia de la sigla: el Madrid incluye virtualmente a todos, incluso a sus enemigos, cuyo antimadridismo –no hay otro club que haya generado algo ni remotamente parecido– los convierte en parte impepinable del fenómeno.
Ya oigo a Claret diciendo que menuda arrogancia. Vale, ir algo sobrado es muy madridista, no todo van a ser flores. Sin embargo los afanes totalitarios no visten precisamente de blanco, un color que, de nuevo cargado de razón, Claret Serrahima tacha de color corporativo imposible: “Si vemos un coche pintado de amarillo y negro entenderemos que es un taxi de Barcelona; si los colores son azul y grana, percibiremos que es un coche del Barça o que el conductor es un culé empedernido. Si, en cambio, el coche es blanco, realmente nadie pensará que es del Madrid, ni siquiera que el conductor es madrileño” [el subrayado es mío, no de Claret]. Pues claro, el Madrid elige identificarse mediante valores que se asocian al blanco (“El blanco nuclear como sinónimo de pureza, el blanco radiante que puede mancharse de tierra, de barro, de sangre, pero nunca de vergüenza, etc.”, como escribió aquí Antonio Valderrama), pero no coloniza un color al que se vincula precisamente por su valor universal de suma de todo el espectro. El barcelonismo suele olvidar que comparte colores con otros clubs (San Lorenzo de Almagro, Basilea, Levante, Eibar) porque aspira a quedarse con todo el pastel corporativo, del mismo modo que aspira a la totalidad del pastel social-institucional-deportivo barcelonés y catalán, donde al Espanyol se le reserva si acaso un cameo como apestado y botifler. El Madrid comparte escena institucional y social en su ciudad de origen con el Atlético y hasta con el Rayo sin mayores problemas, porque madridistas hay en todas partes –a miles en Barcelona, por cierto– y los madrileños son de muchos colores, pese a la primitiva insistencia territorial de Claret. No tenemos ninguna necesidad de agotar el blanco hasta el punto de que quien elija un coche determinado sea sospechoso de madridismo, mientras que el Barça respiraría triunfal si sus homócromos mudaran la elástica.
El extravío de Claret en materia de semiótica de los colores reserva aún una vuelta de tuerca escatológica: “Los lavabos de un bar de color blanco pasan inadvertidos. Mientras que unos lavabos blaugrana se relacionan automáticamente con el Barça y hay quien descargaría la tensión con más placer, y otros se negarían a pisarlos”.
Hombre, Claret.
En la versión americana de Pitch Fever que rodaron los hermanos Farrelly en 2005, el personaje de Jimmy Fallon tiene papel higiénico en el baño con los colores de los New York Yankees… porque es forofo de los Boston Red Sox. Dani Freixes, hombre sabio y bueno, arquitecto impar y culé a machamartillo, diseñó en los noventa un restaurante temático llamado Magic Barça donde todo era gratamente blaugrana menos los baños. El buen diseño se la juega siempre en el terreno de la precisión, no en el del estilo. Es cuestión de hilar muy fino, todo menos el brochazo. En la Viena de principios del siglo XX, Karl Kraus, al que los periodistas españoles deberían leer como quien reza, escribía lo siguiente sobre sí mismo y sobre el arquitecto Adolf Loos, al que los diseñadores jamás deberían perder de vista: “Adolf Loos y yo (…) no hemos hecho otra cosa que mostrar que existe una diferencia entre una urna y un orinal, y que solo a partir de esa diferencia se establece un margen para la cultura. Los otros (…) se dividen entre los que usan la urna como orinal y los que usan el orinal como urna”.
Un día de estos, el Sport se abre de capa con la promoción del orinal del Barça con caganer a juego. Benvolguts amics, como se dice por allí, os lo tenéis que hacer mirar.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos
Genial. Mejor imposible.
Buenas tardes, D. José María, la verdad es que lo pone usted imposible, acaba de escribir un artículo
memorable, sublime, casi científico en su precisión, lo mejor publicado en La Galerna junto a la
trilogía de D. Manuel Matamoros sobre D. Santiago y algunos artículos de D. Antonio Valderrama
como el noveno presidente, la guerra del los buenos y los malos etc... Pero sin embargo se
equivoca usted no en la crítica al Claret este, que cuando lea su artículo querrá que le trague la
tierra, sino en esta afirmación.
(Efectivamente, en el escudo del Madrid no hay referencias identitarias ni territoriales (es significativo que, hasta los años treinta, las autoridades deportivas locales obligaran al club a lucir en la camiseta el escudo de la ciudad en lugar del propio en partidos oficiales, lo que prueba que esa ausencia ni es involuntaria ni pasó inadvertida). No las hay porque el madridismo no tiene nada que ver con quién eres o de dónde vienes. No tenemos territorio que defender porque el Madrid es de Madrid como los Beatles son de Liverpool, pero el madridismo y la beatlemanía no son fenómenos folclóricos.)
Sólo hay que repasar la historia del Madrid por medio de alguno de los impagables artículos de
D. Antonio Valderrama, para darse cuenta de que el Madrid tiene un origen cultural y tiene una
identidad territorial, por cierto de la que debe sentirse orgulloso, yo eso de ser ciudadano del mundo
me parece algo sinsentido, sospechoso de que me quieren vender gato por liebre. Entre paréntesis
(Ya en 1879 se fundó en la ciudad una sociedad deportiva pionera: el Cricket y Foot-Ball Club de Madrid. Una década después, hacia 1889, la hornada de jóvenes profesores de la Institución Libre de Enseñanza (ojo)(destacando el célebre Manuel Cossío) que habían perfeccionado su maestría en Oxford, Cambridge o Eton, transmiten a sus alumnos los modos de aquel extraño sport que causaba recelo y admiración entre las buenas gentes de Madrid. Maestros y chiquillos patean con brusquedad los primeros balones alrededor de los campos y praderas de la Puerta de Hierro y la vera del Manzanares; nadie sabe muy bien cómo funciona aquel juego caótico, y tienen que venir algunos súbditos de la Albión como sir Arthur Johnson -el primer entrenador del Madrid, quien fue de los primeros en recomendar a los delanteros que evitasen fumar junto a los guardametas rivales mientras esperaban a que les llegasen los balones en franquía- o el suizo, empleado de banca, Paul Heubi, para enseñarles a todos a organizarse sobre el albero. Creciendo conforme al cosmopolitismo de sus cercanos docentes -los paseos matutinos por el campo, las meriendas comunes, el desarrollo de la actividad física como complemento básico de la educación teórica de la juventud, eran preceptos absolutamente establecidos en la cultura pedagógica de la Institución- un grupo de aquellos alumnos, ya mozos y muchos de ellos estudiantes superiores o universitarios, fundaron La Sociedad de Foot-Ball. Era 1898 y los colores del patriarca del fútbol madrileño eran el rojo de la casaca y el azul oscuro de los calzones y las medias.
Esta Sociedad carecía de escudo. Un año después, un grupo de descontentos encabezados por Julián Palacios, casi todos procedentes de la Escuela de Ingenieros de Minas y del equipo del Association Sportive Française, se escinde formando la Nueva Sociedad de Foot-Ball. Muchos de aquellos jóvenes habían vivido algún tiempo en Inglaterra a expensas de sus familias, todas ellas burguesas y de buena posición. De eso conocían la fama del Corinthian de Londres, el equipo amateur más célebre de la Historia del fútbol británico. Los jugadores del Corinthian lucían una camiseta blanca de seda muy llamativa que era percibida como un venerable icono de pureza. Por esta influencia, y por la de sir Arthur Johnson, se decidió que la camiseta de la Nueva Sociedad fuese blanca. Esto disgustó a quienes aún permanecían fieles a la memoria de la vieja Sociedad (confundida en la mayoría de las fuentes con el Sky). Ambos grupos habían acordado reunirse en una taberna para unirse en una misma entidad. No se llegó a un acuerdo y los leales a la vieja Sociedad fundan el Sky Foot-Ball Club, cuyos colores continuaron siendo los mismos que los de la vieja Sociedad.
En octubre de 1901, el Sky languidece y muchos de sus futbolistas se unen a Julián Palacios y su Nueva Sociedad: deciden entonces darle un empaque diferente que resuelva todas las antiguas rencillas, y nace el Madrid Foot-Ball Club, sociedad convergente de aquellos esfuerzos pioneros, esporádicos y fragmentados. A pesar de ello, el Sky seguiría vivo, rebautizado tras el nacimiento del Madrid como New Foot-Ball Club. Su escudo se formó con las iniciales en acrónimo: NFC, entrelazadas. Probablemente inspirasen el primer escudo netamente madridista, que habría de esperar todavía unos meses. La actividad del Madrid no se regularía oficialmente hasta la fecha, ya imperecedera, del 6 de marzo de 1902, cuando se formalizó su primera Junta Directiva; y más adelante, el 22 de abril siguiente, cuando se levantó el acta fundacional y se celebró la primera reunión de la Junta. En ella se constataba el alquiler del primer terreno de juego (junto a la Plaza de Toros de Goya) y se disponía cómo había de ser la indumentaria del nuevo club:
“Pantalón y blusa blancos, medias negras con vueltas, y cinturón con los colores nacionales, completándose con un casquete azul oscuro”. La blusa está cruzada por una ancha banda morada, representativa del austero color de Castilla, en la que figura el escudo de Madrid bordado en colores.”)
Para terminar sólo me queda ponerme de pie para aplaudir este extraordinario artículo tanto en la
forma como en el fondo, algo que yo les había criticado ( a la terna) con la expresión tanto talento " pa na"
y que vea mi comentario como un complemento( perdón por la inmodestia) y no una crítica
Saludos blancos, castellanos y comuneros
Me llama la atención (bueno: en realidad, no) que el autor del artículo de La Vanguardia no haya mencionado un hecho tan obvio como que el rojo y el azul del Barcelona son colores que combinan tan bien como un Cristo y dos pistolas. Y, si se le añade el amarillo a los dorsales en lugar del blanco, se completa la abominación cromática.
El blanco, en cambio, es el rey de los colores: es el color del Sol. Es el color apropiado para un club que simbólicamente es, y también para los barcelonistas, el Rey Sol del fútbol.
"Efectivamente, en el escudo del Madrid no hay referencias identitarias ni territoriales"
Omiten parece ser, tanto en el articulo original al que hace referencia (un chiste del que no me sorprende nada), como en el presente articulo, la banda en el escudo que históricamente siempre represento a Castilla.
Es la banda de Castilla, en la versión moderna del escudo el tono es algo mas azulado, pero la referencia es la misma.
Nuestro primer equipo de la cantera no se llama Castilla por casualidad tampoco.
El hecho de que el Real Madrid tenga vocación universal innegable, no quiere decir que sea un club desarraigado y ajeno a su región, siempre representó a Castilla, por ser un club de Madrid. (De hecho ahora que lo pienso, es el único club de Madrid que siempre exhibió su ligazón con Castilla).
Veo extraña esta omisión.
Por lo demás nuestro escudo siempre fue de elegancia minimista -- nunca del tipo abigarrado, lleno de parafernalia, recargados.. barrocos, y como en el caso que nos ocupa, al que jocosamente proclaman como escudo de armas, y los gremios de la edad media... No me digan que no tienen gracia. Nos estamos refiriendo a un club deportivo moderno.
Pero allí lo quieren vestir de todos los ropajes que haga falta por razones políticas que cansan hace mucho.
Buenas tardes, fue, creo recordar D. Lorenzo Sanz el que por motivos comerciales,( eso alego), cambio el color
morado tradicional, que ni el franquismo se atrevió a hacernos quitar( claro que Bernabéu era mucho
Bernabéu), por el actual azulón, que nada significa, ni nada representa, esperemos que más pronto que
tarde volvamos a recobrar nuestra esencia y señas de identidad.
Saludos blancos, castellanos y comuneros
No entiendo que ganamos comercialmente con variar el color (y no mucho, del morado a un tono mas azul) que criterio se usa para una cosa tan arbitraria?
Esperemos que a Lorenzo Sanz no le molestara lo que representa.
Pero como decía en mi otro mensaje, el símbolo sigue siendo el mismo. Desde el origen del club se mantuvieron los colores de Castilla. Si a algunos se les había olvidado, pues repasen la historia del uniforme del club y su escudo.
Saludos para usted también. 🙂
Que mal que no se puedan editar los posts, quería decir
* siempre fue de elegancia minimalísta.
(Lo altero el corrector)