Alfonso X el Sabio aspiraba a la corona del Sacro Imperio Germánico. Tras sobornar con cantidades ingentes de dinero a los príncipes electores descubrió que no le había votado ni uno. “Joder, qué tropa”, debió de pensar.
Para resarcirle de su disgusto por la pérdida de la corona imperial, el papa quiso concederle un premio de consolación y envió un legado a la corte de Castilla para comunicárselo.
— Majestad, el Santo Padre os ha nombrado rey de Jerusalén.
— Ah, pues qué bien —respondió el soberano. — Decidle de mi parte que en agradecimiento yo le nombro califa de Damasco.
El pasado lunes la revista “France Football” nombró al Manchester City rey de Jerusalén y a Karim Benzema califa de Damasco. Ciertamente, y ahora que lo pienso, a Benzema se le está poniendo porte de Comendador de los Creyentes. Me lo imagino paseando por los jardines de la Alhambra durante una fragante noche de primavera, con los azahares reventando en flor. Vestido de sedas e hilos de plata y con su Balón de Oro en el regazo. Mirando las estrellas. Pensando en goles de tiempos pasados y futuros.
Abderramán III, califa de Córdoba, llevaba la cuenta de sus días felices. Al morir solo sumaban catorce, y no eran consecutivos. “Así pues, no cifréis por tanto vuestras esperanzas en las cosas de este mundo”, escribió. Benzerramán I califa de París y Perla del Occidente supongo que también suma un mínimo de catorce días felices en su haber, como cualquier otro madridista, y que están expuestos en una vitrina del Santiago Bernabéu.
El Balón de Oro, en cambio, es un premio al que dignifica quienes lo reciben, no al revés. En manos de jugadores como Modric o Benzema parece una cosa importante. Cuando Messi lo recibe por sexta vez no impresiona mucho más que la banda de Míster Simpatía que concede cada viernes noche la discoteca “Jaleo” de Alicante. Con derecho a consumición gratis para el galardonado
Siendo sincero, los premios que concede la revista France Football me parecen últimamente tan vacíos y absurdos como los honores que Alfonso X intercambiaba con el papa: rey de Jerusalén, califa de Damasco… Ganar el Balón de Oro me resulta lo más parecido que a te nombren Príncipe de Beckelar o Presidente de la AMPA del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. A pesar de ello me alegro por Karino, porque sé que le hacía ilusión recibir ese reconocimiento.
El Balón de Oro es un premio peculiar. La mayoría de los galardones suelen dignificar al premiado. El premio Nobel, por ejemplo, hace famosos a literatos de los que la mayoría de la gente ignora su existencia. O el Oscar, que convierte en actores de prestigio a gente como Cuba Gooding Jr. El Balón de Oro, en cambio, es un premio al que dignifica quienes lo reciben, no al revés. En manos de jugadores como Modric o Benzema parece una cosa importante. Cuando Messi lo recibe por sexta vez no impresiona mucho más que la banda de Míster Simpatía que concede cada viernes noche la discoteca “Jaleo” de Alicante. Con derecho a consumición gratis para el galardonado.
Al rey Juan II de Castilla quisieron agasajarle durante un banquete: “majestad, os hemos reservado un puesto en la cabecera de la mesa”. El monarca respondió: “sabed que la cabecera de la mesa es cualquier lugar donde se sienta el rey.” Pues la cabecera de la mesa viene a ser como el Balón de Oro.
Como no quiero ser hipócrita reconoceré sin ambages que a mí el Balón de Oro solo me interesa cuando lo gana algún futbolista del Real Madrid. Y no porque me parezca un gran premio, sino porque empatizo con la alegría que sienten los jugadores de mi equipo cuando lo reciben. Por otro lado, no me supondría un problema si el Balón de Oro cayese cada año de forma sucesiva en Messi, Gavi, Pedri, Fati, Busi, Gruñón, Mudito y Dormilón; y luego vuelta a empezar. Pero eso no impide que me alegre por Benzema como me alegraría por la felicidad de un buen amigo.
Me gustó que al recoger el premio Benzema dijera que no era suyo, que era “del pueblo”. Karino de pronto es Abraham Lincoln en Gettysburg prometiendo un Balón de Oro del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Allors, enfants! Karino quiere al pueblo, especialmente al pueblo madridista. Es Benzema como aquel soldado que en plena Revolución Francesa fue rodeado por un grupo de sans culottes:
— ¡Ciudadano! ¡Tú nunca dispararías contra el pueblo, verdad!
— No… No.., qué va… Yo…
— ¡Albricias! ¡He aquí un buen soldado amigo del pueblo! ¡Vente con nosotros! —y se lo llevaron a hombros a una taberna. Allí, presos de delirio etílico, lo aclamaban sin cesar: “¡Este soldado es uno de nosotros! ¡Es nuestro hermano! ¡Nunca dispararía contra el pueblo!”. Y el soldado, borracho como una cuba en un rincón, se decía en voz baja: “pero yo qué voy a disparar contra nadie… Si soy el corneta de la banda…”
Dicen que Meryl Streep se dejó su Oscar olvidado en el cuarto de baño la misma noche que lo recibió, y tengo la sospecha de que Tibu le dio su premio de propina al aparcacoches cuando regresó a su hotel de París. Me alegro también por el aparcacoches
Cuando Benzemá levanta el Balón de Oro se parece a Danton arengando a las masas mientras Mbappé le mira desde el patio de butacas con cara de María Antonieta. Karino es el Robespierre de los estadios chutando las cabezas de la aristocracia del fútbol europeo hasta el fondo de la red de la portería. Al Manchester City, la madame Pompadour de la Premier League, Karim lo dejó convertido en las ruinas de la Bastilla para que Vallejo se paseara entre sus escombros, como el sultán Mehmet II cuando vagaba por las ruinas del Sacro Palacio Imperial tras conquistar Constantinopla. Para France Football, al parecer, ser humillado por Jesús Vallejo te convierte en el mejor equipo del año. Normal. Vallejo es un tío estupendo.
En fin, que a pesar de todo yo me alegro por los trofeos que el lunes recibieron Benzema y también Thibaut Courtois. Dicen que Meryl Streep se dejó su Oscar olvidado en el cuarto de baño la misma noche que lo recibió, y tengo la sospecha de que Tibu le dio su premio de propina al aparcacoches cuando regresó a su hotel de París. Me alegro también por el aparcacoches.
Ayer el Balón de Oro volvió a ser un premio prestigioso y respetable, como siempre que lo gana un jugador del Real Madrid. El resto de ocasiones: el pisapapeles más caro del mundo.
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