Ese terreno de juego de Yokohama fue al final aquella colina donde Oliver Atom hacía una jugada que duraba un capítulo. No se veía la portería desde medio campo. Imagínense desde el lado contrario. La lentitud del Madrid tenía ahí su explicación: el campo estaba en cuesta y al llegar al área, después de subir, casi había que frenar con los tacos para no caer al Pacífico.
Al poco de empezar, Benzema ya había marcado atento al rechace de Sogahata luego del tiro de Modric. Sería un gol trampa pues es el gol que al Madrid le produce un estado de tranquilidad inoportuna. El trote de percherón tiquitaquesco al Madrid no le funciona. El Madrid necesita obstáculos: un seto, un foso, un precipicio.
El heroísmo. El heroísmo que pone al madridismo en vilo antes de triunfar: el triunfo superlativo. Da igual el Kashima de Japón que el Barcelona de Cataluña. No se trata de jugar al fútbol sino de vivir. Vivir intensamente. Ya sea gracias a las novedosas internadas de Kroos o a las bicicletas de Cristiano que el locutor español pone a remojar en caldo.
Sanchís asiente piadoso desde el refectorio porque no es que las bicicletas sean para el verano sino que son pecado. Cristiano Ronaldo haciendo bicicletas: Ave María Purísima. Oremos. Menos mal que aparece Wanda en las vallas publicitarias. El Señor está con nosotros.
El Madrid parece 'El marino que perdió la gracia del mar' y el Kashima esos adolescentes crueles, con occidentales cintas para el pelo, del cuento de Mishima. Daigo, Endo, Shoma, Ueda... se conocen al dedillo cada rincón de la vieja Yokohama. El Madrid es un turista al que en vez de robarle la cartera le marcan al filo del descanso.
Sólo están a la altura Lucas, Modric y, sobre todo, Benzema, que da toques no a una pelota sino a un paquete frágil. Benzema hoy es una caricia, una brisa que golpea, que baila hasta que marca Shibasaki desde un viejo barrio portuario. El Madrid parece acercarse al ritual del suicidio. El harakiri puede hacérselo él y para completar el seppuku no le faltan voceros ansiosos de la decapitación.
Pero, ¡ay!, el Madrid empata de penalti después de que Yamamoto arrolle con su caballo al valeroso Lucas Quinto. Es Cristiano el que lanza con determinación un disparo ajustado al poste. La olla del Madrid chisporrotea pero la mirada del Kashima sigue siendo la del kamikaze en el crepúsculo.
Benzema sigue poniendo las aceitunas en los martinis y protegiendo el balón con una pierna de valla hípica. Kroos se interna, otra vez. Y Benzema, otra vez, hace que se posen sobre la palma de su mano las mariposas. A Sanchís parece gustarle más la manera de cazarlas de Sogahata.
El Madrid deambula los últimos minutos por el cuadrilátero. Golpea Fabricio y encaja Keylor. Un directo de Shoi al estómago pero al Madrid le salva la campana, como a Ramos, que sigue vivo mientras en la locución se hacen cruces. Benzema para Cristiano y gol, y pocos minutos después otra vez Benzema para Cristiano y gol.
Al final eso fue todo más allá de la lentitud que no fue la de Benze ni la de Lucas que siempre juega en la calle sobre yerba, sobre tierra o sobre pinchos. Fue una lástima Kovacic al que poco pudimos ver correr como un loco entre los muertos.
O casi muertos irreductibles, que se lo pregunten a Morata despues de treinta y cinco bellos recortes (ya saben que en los campos de Oliver Atom las jugadas duran capítulos) cuando se encontró con Ueda bajo los palos como si fuera aquel anciano soldado que aún resistía en una isla cuarenta años después de acabada una guerra que, naturalmente, ganó el Madrid.
Preciosa crónica, tanto como el partido que hoy nos ha regalado Benzema
¡¡ Hala Madrid y nada más !!
HEY!! ,es un gustazo leer éste artículo, sobre todo hoy, es pura poesía como la ocasión de hoy lo merece, bravo!! D.Mario,así da gusto leer,como bien dijo hoy Míster Zidane:fue la. Hostia)
El las aceitunas y Ud. la Sapphire. Bravo!