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No fue un sueño

No fue un sueño

Escrito por: Antonio Valderrama6 junio, 2023
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Hace unos años el filósofo francés Jean Juan Palette-Cazajus definió «tradición» como «ilusión», o sea: «ilusión de perennizar y sacralizar cualquier producción histórica de la mente humana mediante la creencia de que su periódica repetición ritualizada podrá preservar una pureza originaria. O sea, ilusión de vencer o parar el tiempo. Ilusión de que uno pueda bañarse todas las veces que quiera en un mismo y eterno remanso del río de Heráclito».

Buscando entender por qué me siento tan mal hoy, después de que Benzema abandonara para siempre el Real Madrid, he llegado a la conclusión de que, para los aficionados, los futbolistas nos pertenecen, aunque, por desgracia, sólo por un tiempo limitado. He ahí la razón del desasosiego. Padecemos de esa irremediable, inevitable ilusión. Ese tiempo limitado puede, en ocasiones, dilatarse mucho: Benzema, por ejemplo, llevaba a nuestro lado catorce años, es decir, una década y media. Nosotros, sin embargo, nos engañamos creyendo que ese momento reducido es, en cambio, eterno, y más si se trata de catorce temporadas. ¡Las cosas que pasan en catorce años! Nos acostumbramos a tenerlos todo el rato en nuestro paisaje sentimental, nos habituamos a ellos; forman parte del decorado de nuestras vidas, incluso nos referimos a ellos como a parientes cercanos y comentamos su vida con naturalidad.

Benzema y Di María

Yo hablo con los míos de Karim como si lo conociera, como si fuera uno de mis compadres. En realidad, es mucho más que eso: a Karim lo he visto más veces, dos a la semana desde hace tanto, que a casi toda mi familia. Están ahí. Nos enamoramos de ellos como de las personas que subliman nuestra existencia, con la ilusión de detener el tiempo en un limbo perpetuo, en un presente continuo inalterable, que es la causa de una de las insatisfacciones antropológicas del hombre: conservar nuestro mundo sin mancha, sin cambio. En ese presente continuo habita la pureza originaria de la que hablaba Cazajus, que sólo existe en nuestros sueños y en la literatura. ¿Y qué es la literatura sino el lugar donde siguen vivos nuestros sueños? Cuando los futbolistas como Benzema se marchan de un día para otro de nuestras vidas, lo que se va es, en realidad, nuestra juventud. Hoy ya somos viejos.

Cuando los futbolistas como Benzema se marchan de un día para otro de nuestras vidas, lo que se va es, en realidad, nuestra juventud. Hoy ya somos viejos

Por eso nos cuesta tanto deshacernos de unos tíos a los que, en realidad, no hemos visto nunca. Da lo mismo, forman parte de nosotros: son nosotros. Don Draper, en Mad Men, describió la nostalgia, en uno de los capítulos más memorables de la televisión contemporánea, como el dolor de una vieja herida: una punzada en el corazón, delicada pero poderosa. El eco de una voz que amábamos y que dejamos de escuchar hace mucho tiempo y que nos llama desde una pared oculta dentro de nuestra memoria, desde un lugar inaccesible del pasado. El Madrid anunció de improviso, el domingo a media mañana, que Benzema se iba, que el partido con el Athletic de por la tarde iba a ser el último en el que se vistiera la camiseta blanca, el último en el que llevara el brazalete de capitán. La voz que nos reclamaba desde el pasado se hizo muy potente, derramando un chaparrón de recuerdos sobre nosotros, que estábamos por ahí, despreocupados y a la intemperie.

Y Benzema, como Casemiro el verano pasado, como Ramos el otro, se fue; como Modric y Kroos se irán, también. Se fue porque tenía que irse, se fue pues así es como tiene que ser, porque la misión del tiempo es la que lamenta en Twitter Pipanti, «arrebatarnos todas las cosas buenas». La nuestra, también, es la de oponernos a ello, la de negarlo. Por eso somos Sísifo y cargamos con la piedra del olvido, es decir, con la conciencia de nuestra muerte, montaña arriba, una y otra vez. Pero allí donde habita ese dolor dulce que es la nostalgia también reina, quizá con más poder, el recuerdo. Recordar es amar.

Casemiro y Benzema

La importancia de Karim Benzema en la historia del Real Madrid trasciende las cifras. No sólo es el que más copas ha ganado de blanco ni tampoco el símbolo de la etapa más brillante de la historia del club, pues esas son simples consideraciones, algo pomposas, buenas para los libros de oro y los discursos oficiales. Benzema ha sido un hito cultural, un fenómeno artístico que, desde la tradición, ha roto en otra concepción del fútbol (y de la vida, como sentó jurisprudencia el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía a cuenta de Curro Romero y un currista) que niega el futuro de los algoritmos vinculándose a la fuerza renovadora, eternamente joven, de las raíces.

Benzema se fue porque tenía que irse, se fue pues así es como tiene que ser, porque la misión del tiempo es la que lamenta en Twitter Pipanti, «arrebatarnos todas las cosas buenas»

Benzema era una capacidad de emocionar, un pellizco. Mientras el mundo entero achacaba las victorias del Madrid a magia, superstición o fatalismo, y en una época en la que la belleza del juego, según los entendidos, le correspondía a los equipos mecanizados dirigidos por sesudos analistas con gafas de pasta y gorra de béisbol, el Real contaba con Benzema para sublimar plásticamente el engrudo infumable de este juego: durante tres lustros ha ido dejando catedrales de arena fina de la playa en la orilla de la Liga, catedrales que se ha ido llevando el viento y la marea, monumentos efímeros que exigían la atención del que miraba y un cierto grado de conocimiento que él consignó con aquella frase memorable: yo juego para los que saben de fútbol. De conocimiento y de iniciación, por eso Benzema es la última etapa de la evolución de un sport con antecedentes de combate colectivo que nació en la Inglaterra de la revolución industrial hace casi doscientos años.

Benzema Chelsea

Cuando Florentino anunció su fichaje yo estaba terminando segundo de Periodismo en la Universidad de Sevilla, en la facultad de comunicación de La Cartuja. A un tiro de piedra de ella, Benzema levantó hace un mes su último título como madridista, una Copa del Rey, que fue también su primer título de blanco. La vida es un círculo. Antes de llegar, sólo por lo que se le había visto en vídeos, en Lyon, en el imaginario madridista tomó la forma de un híbrido formidable entre Zidane y Ronaldo Nazario, tal y como expresó con genialidad el llorado Van Palomaain. Todos los chavales quisieron hacerse la raspadura en el flequillo que llevaba él en su presentación. Su nombre tenía eurritmia, sonaba a la de estrella de los Lakers: Kareem, rápidamente españolizable en Karino, nombre de superhéroe, de personaje de cómic.

Benzema ha sido un hito cultural, un fenómeno artístico que, desde la tradición, ha roto en otra concepción del fútbol que niega el futuro de los algoritmos vinculándose a la fuerza renovadora, eternamente joven, de las raíces

Su despedida del Bernabéu evocó la de Zidane, que también era Zizou: siendo las carreras de ambos de todo menos intrascendentes, hasta el resultado de los dos partidos fue de un empate sin relevancia, como si el destino hubiera querido hacerse manifiesto para convencernos a los madridistas de que tenemos razón y todo forma parte de un plan preconcebido por una inteligencia superior.

Benzema Zidane

Para los griegos, a lo verdadero se llegaba a través de lo bello. De lo bello queda fuera lo falso, lo impostado. El fútbol de Benzema siempre fue bello porque fue verdad: su jugada en el córner del Calderón, en la vuelta de las semifinales de la Copa de Europa de 2017, es el ejemplo perfecto de que las «enigmáticas producciones cinéticas» (así define Cazajus la tauromaquia) en que Benzema basó desde el principio su manera de entender el fútbol, se llevaban a cabo siempre entre los pitones de la realidad. Skin in the game. En aquel instante, el Madrid estaba a un tris de perder una ventaja fabulosa de tres goles con la que había llegado cómodamente desde la ida. El estadio del Atlético de Madrid era una caldera en la que se asaba el campeón de Europa. Benzema pidió la pelota en el punto más desfavorable del terreno de juego, casi ya en la M30. Recibió de espaldas, encimado por cuatro agentes de la Historia que vestían de rojo y blanco. Logró traspasarlos con la porosidad de las grandes ideas, como si estuvieran hechos de papel. Fue verdad y fue belleza. Pero sobre todo, fue riesgo.

Benzema Calderón

Con Benzema se aquilata una genuina cultura islámica del fútbol, que nace con Zidane. En la danza sutil de sus tobillos, en su amagar permanente como forma de deslizarse sobre la superficie de la tierra, hay una poesía minimalista que esconde una fuerza terrible: la nube oscura que lleva dentro el rayo fulminante. El verdadero poder es el que no necesita exhibirse, el que derrota a los enemigos por sí mismo, antes de desencadenar el combate. Benzema llevaba dentro todo un alambique que depuraba y apartaba el zumo auténtico de las cosas, el verdadero juego, orientado hacia la percusión de las redes del contrario, pues un juego sólo puede cobrar vida si hay quien gana y hay quien pierde.

Cuando en 2018 Cristiano se fugó rumbo al olvido, Benzema saltó al campo en cada partido con el orgullo herido de los patriarcas. Se negó a que el Madrid, su Madrid, se rindiera a la mediocridad

Benzema fue siempre un ganador patanegra. Con todo el plano del campo en la cabeza como si fueran las nociones primigenias del bien que decía Platón, Benzema era capaz de abarcar todo el terreno de juego sabiendo por dónde respiraban los partidos, era un talento individual supremo al servicio de una causa comunitaria. El fútbol sólo se juega con inteligencia, por más que los alemanes del gegenpressing nos llenen cíclicamente de fondistas la semifinales de la Copa de Europa, y alguna vez que otra incluso la ganen. Así, labrando el terreno de la imaginación madridista que pertenecía a los juegos entre Roberto Carlos y Zidane, Benzema se formó de escudero de Cristiano hasta que el rey abdicó y en el trono, de pronto, lo que había era un cráter. Por el camino se había hecho un futbolista completo adquiriendo la listeza tenaz de Raúl en la persecución obsesiva de los rechaces; la facultad de volar por los aires y rematar lavadoras de Van Nistelrooy, Ramos y Cristiano; el cuerpeo de gladiador dentro del área con los centrales y todas aquellas suertes del oficio que desmentían recurrentemente su apariencia de poeta frágil, ensimismado y místico.

Benzema y Cristiano

Por eso no se quedó nunca en un esteta. Benzema era un canchero, un animal competitivo. Cuando en 2018 Cristiano se fugó rumbo al olvido, Benzema saltó al campo en cada partido con el orgullo herido de los patriarcas. Se negó a que el Madrid, su Madrid, se rindiera a la mediocridad. De aquella temporada infame el Real salió, sin saberlo, con un padre de familia empeñado en poner otra vez la corona de su escudo encima de la Copa de Europa. Sus cuatro últimas temporadas, ya como líder moral absoluto del grupo, no son las de un artista, sino las de un forjador de mundos. Son las de un Di Stéfano.

Sus cuatro últimas temporadas, ya como líder moral absoluto del grupo, no son las de un artista, sino las de un forjador de mundos. Son las de un Di Stéfano

Como cuentan de don Alfredo, Benzema acabó capitalizando el juego de equipo bajando muchas veces hasta casi la bombilla del área de Courtois. Así se iniciaban en numerosas ocasiones las jugadas que acaban en gol blanco. No hacía sin embargo nada que no estuviera ya en aquel cuerpo felino del esteta que llegó, tímido y risueño, desde Francia en 2009. El gol que cambia la mentalidad competitiva del Madrid contemporáneo, el 1-0 al Bayern de Guardiola en abril de 2014, en el Bernabéu, comienza con un robo precisamente suyo casi en las barbas de sus propios centrales. Benzema se anticipa silenciosamente y hace que a la gran maquinaria guardiolista se le salga la cadena. Entrega el balón a Alonso y este abre a banda izquierda, desde donde el Madrid de Ancelotti, todavía por hacer, crece como una ola, viniendo desde muy atrás, desde el fondo del tiempo. La ola rompe, treinta segundos después, contra la portería de Neuer, que era infranqueable: el que la termina dejando dentro, con esa suavidad mediterránea, arábiga, es Benzema. Las puertas de Lisboa, es decir, de La Décima, estaban abiertas. Las puertas del futuro estaban abiertas.

Benzema, Di Stéfano, Florentino

El fútbol de Benzema ha sido una teoría de líneas y de contralíneas, de curvas y de contracurvas, trazadas con «cadencia, hondura y armonía» que siempre tenían un sentido absoluto, un fin: el de acercar a su equipo al gol, a la portería rival. Nunca hubo nada superfluo en sus movimientos, por eso Benzema causaba una gran impresión en la percepción sensorial de los espectadores. Su juego era una epifanía, que en griego significa mostrarse, romper la superficie de las cosas y revelar algo profundo, un trozo de la verdad que para los antiguos sólo podía corresponder con la naturaleza de los dioses. Mourinho, que conoce a los hombres, lo vio rápidamente cuando llegó al Madrid y lo bautizó como El Gato, un apelativo del que los idiotas se aprovecharon para menospreciar a un chico francés sin padrinos en el hediondo entorno mediático que envuelve el fútbol. Pero lo del gato estaba muy bien puesto y, con los años, el pequeño felino se convirtió en una pantera hermosa y autoritaria que gobernó el juego del equipo más importante del mundo elevando la categoría de todos sus compañeros con una capacidad única en el fútbol moderno de interpretar las idas y venidas de los partidos como si dentro de ellos sonara una música que sólo él pudiera escuchar.

Su juego era una epifanía, que en griego significa mostrarse, romper la superficie de las cosas y revelar algo profundo, un trozo de la verdad que para los antiguos sólo podía corresponder con la naturaleza de los dioses

Al final de su carrera se hizo tan esencial como El Samurái de Melville, un fútbol de belleza mínima y absoluta al que este texto, tan largo y redundante, no rinde tributo. Pero a Benzema sólo se le puede llorar con el rumor, cual último deleite, de los «sublimes instrumentos de la secreta comitiva» con la que Alejandría, que somos nosotros, despide hoy a nuestro Antonio.

 

Getty Images.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

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3 comentarios en: No fue un sueño

  1. Me pasa con no poca frecuencia. Escribo algún comentario, sin haber leído el artículo (que luego leo con la atención debida) , y posteriormente compruebo que en algún comentario correspondiente a ese texto u otro de la Galerna,
    las expresiones son increíblemente similares cuando no idénticas. Pura casualidad y/o magia blanca. Una especie de fenómeno extrasensorial.
    (*) Fantástico artículo del virtuoso Antonio Valderrama.

  2. Querido Antonio, esta vez te has pasado...de bueno, escribiendo este impresionante (fondo y forma) artículo. Opinion y Sintaxis con mayúsculas. Gracias, de verdad. Por otra parte,
    creo que es necesario que más pronto que tarde (que tal para inaugurar el nuevo Bernabeu?) Se haga un Homenaje a esta generación impagable de futbolistas. Un partido con todos los protagonistas de estas ultimas Champions que ya no estarán en el Real, desde Cristiano a Benzema, Kroos, Lukita, Alonso, y sí, Bale. Y el resto de actores secundarios, pero a veces muy decisivos, como Keylor, Di Mari Asensio y otros que posiblemente me dejó en el teclado.
    Como no te voy a querer!!

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🎂Cumple 33 años el hombre que le enseñó a Bellingham lo que significaba «chilena», el hombre tranquilo que no flaqueará jamás ante un penalti decisivo, el gran @Lucasvazquez91

¡Felicidades!

Lamine Yamal es muy joven.

Enormemente joven.

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👉👉👉 https://www.lagalerna.com/lamine-yamal-es-muy-joven-y/

En el hecho de que @AthosDumasE llame a la que muchos llaman "Selección Nacional" la "selección de la @rfef" encontraréis pistas de por qué no la apoya.

La explicación completa, aquí

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

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