Haya calma, el chico no ha sido tentado por el reggaetón. Si me acompañan unas líneas, si superan la pereza, más abajo me explico.
—¡Fíjense en Pies de Humo, fíjense! —bramaba un entrenador de juveniles.
Pies de Humo era el apodo que le había puesto al jugón del equipo, “Hagan como él, no se le oye llegar”.
Hay frases muy taquilleras, que se te quedan en la meninge para los restos. Pies de Humo era de la estirpe de los indescifrables, esas buenas personas que te navajean un partido con la mejor de sus sonrisas. Y supongo que también saludan por las escaleras.
Bellingham es otros pies de humo, otro con ese don escaso y superlativo de llegar sin ser oído y descerrajarte tres pelotazos en la sien de la portería. Poderoso y silencioso, así que como es inglés, digamos que un Rolls Royce; no escatimemos en elogios. Celebremos las cosas de celebrar, especialmente las que tienen que ver con el juego y no con sus desagües, tan omnipresentes en el menú del día: Los martes cochambre y los jueves paella.
Dijo Pedro Almodóvar “después de Jesucristo, nadie abre los brazos como Chavela Vargas”; les prometí más arriba que les explicaría la astracanada del título, y si han vencido la pereza, ya ven por donde voy: en eso de abrir los brazos, Bellingham sube a ese podio.
Chavela Vargas, mujer de frontera, vividora en el mejor sentido, o en el peor, qué importa. Muerta y resucitada varias veces, de las que se comen la vida a bocados. Cuarenta mil litros de alcohol confesó un día que había calculado haberse bebido; ya son botellas, noches, días, juergas y soledades. Sabemos que por ahí Jude no le va a empatar.
Dijo Almodóvar “después de Jesucristo, nadie abre los brazos como Chavela Vargas”; les prometí más arriba que les explicaría la astracanada del título, y si han vencido la pereza, ya ven por donde voy: en eso de abrir los brazos, Bellingham sube a ese podio
Pero no sólo en abrir los brazos Chavela y Bellingham cruzan sus caminos, La Voz Áspera de la Ternura (así la llamaban) confesó que siempre salía a cantar con una pistola debajo de su eterno poncho. Le preguntaron cuál era el motivo, la explicación no pudo ser más honesta: Hace bonito.
Ya ven, dos tiernos pistoleros.
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Sublime. Madridista lírico en estado puro.
Contenido de mucho nivel. Le ha quedado redondo.