Tres puntos cualesquiera

El análisis de las portadas de los periódicos deportivos de hoy

Buenos días, amigos. Ganar al Barça producía más satisfacción cuando el Barça no estaba en la lona. En el clásico, el Real Madrid no quiso abusar de una formación azulgrana voluntariosa y poco más, a la manera de un Levante o un Getafe, con todos los respetos para clubes que no han dilapidado fortunas ni manejado las instituciones ni cometido los múltiples desmanes que sí ha llevado a cabo, en cambio, el club catalán, y por los que algunos habrían merecido un correctivo más severo que el que se llevaron, y que los futbolistas del Madrid no quisieron ejecutar.

Es una vieja historia. El Barça se rige por una saña periférica y grosera en cuanto tiene oportunidad de hacer sangre con el Madrid, pero ese sentimiento no es recíproco, o no lo es al menos en ese vestuario. Parte de la masa social blanca se pregunta qué fue de la “sangre en el ojo” invocada por Zamorano en la previa de aquel 5-0 que queda ya tan lejano en el tiempo.

Fue una victoria suficiente que genera la satisfacción justa, pero el partido fue demasiado versallesco. Los de Ancelotti ganaron con seriedad, oficio, Alaba y Vinícius, por este orden. Pero desaprovecharon la ocasión de brindar una alegría orgiástica a sus seguidores, que no se habrían andado con tantas contemplaciones para triturar a un rival que jamás duda en triturarnos cuando tiene ocasión. Fue una victoria edificante y tranquila, como si se hubiesen juntado coito y postcoito, como si la conciencia de la propia superioridad por parte de los blancos comunicase una astenia primaveral en pleno otoño. Para el Madrid fueron casi tres puntos más, y no sabemos si es posible transmitir una peor noticia para el Barça.

En medio de ese panorama de civismo y corrección política, sobresalió el coloso David Alaba, un tipo con trazas de mito desde que cruzó el umbral de la puerta. Hay gente con tanta sed de leyenda que se convierte en leyenda de manera irrebatible. Alaba lo llevaba en los ojos desde que se presentó delante de Florentino con ese traje Prince of Wales, y no ha dejado de proyectar esa obsesión cada minuto que ha disputado sobre el campo. Ayer dio un paso de gigante en su irrefrenable hambre de gloria. Todo su partido fue para enmarcar, pero la acción que será recordada para siempre fue ese robo en la frontal del área propia, ese acompañar el contragolpe como un orate y ese chutazo seco que no pudo atajar Ter Stegen, que no podría bloquear nadie, como nadie jamás podrá parar la necesidad de triunfo de este jugador superlativo.

“Dos contras formidables sentencian el Clásico”, resume Marca, y tiene razón. Sería de necios que el Madrid no aprovechase la velocidad de puntales como Vini y Rodrygo —ambos participaron decisivamente en el tanto de Alaba—, por lo que el contragolpe puede y debe ser un arma decisiva en el juego de este Real Madrid. El segundo gol, obra de un denodado Lucas Vázquez (pocos otros jugadores, en tiempo de descuento, habrían ido a por ese rechace con fe semejante), es otra catedral del contragolpe, esta vez primorosamente conducido por Asensio. Carletto parece haber abrazado la idea de defensa en bloque medio para minimizar el riesgo de errores, algo que se antoja juicioso tanto como mecanismo defensivo como a manera de catapulta para el contraataque.

El resto de jugadores ayudaron. Muy solvente la defensa, con un Militao y un Mendy que jamás se arrugaron ni la pifiaron ante la agresiva defensa en bloque alto del cuadro catalán. Y pujante el medio campo, con el doctorado habitual de la famosa CKM.

La prensa cataculé, por su parte, es relativamente indulgente con su equipo, no sabemos si por caridad cristiana o porque tampoco andan sobrados de fuerzas para dar. El culerío está de un alicaído que preocupa. Hasta en las declaraciones postpartido se traslucía la mediocre satisfacción de no haber sido goleados. Los únicos que no parecían estar resignados fueron los cafres que acosaron el coche de Koeman cuando el técnico holandés abandonaba el estadio. Esos animales no tienen cabida en ninguna parte.

Pasad un buen día.