Mi infancia son recuerdos de un patio de colegio de curas en el que durante los recreos se jugaban hasta seis partidos de fútbol simultáneos. Yo alcanzo a vislumbrar los arcanos de la física cuántica y la posibilidad de universos paralelos cuando pienso en esa media docena de balones perseguidos por niños de distintos equipos que se identificaban y reconocían sin necesidad de escudos ni camisetas de colores, que ante la ausencia de un árbitro pitaban las faltas por consenso y que sólo cantaban y lamentaban los goles propios, a favor y en contra, ignorando por completo la existencia de las otras cinco dimensiones. A falta de míster, las alineaciones las decidía el particular draft alfabético de las listas de clase. El abecedario era un criterio tan injusto como la desigualdad presupuestaria de los clubes de Primera; podía acumular caprichosamente fichajes de cracks en 4º A y concentrar rompepiernas y paquetes en 4º C. En el multiverso del “dos contra uno, mierda para cada uno” y “penalty-gol es gol”, cada día se celebraba una nueva jornada desde las once a las once y media de la mañana en la que los únicos puntos en liza eran de sutura, circunstancia que afortunadamente no se producía con la frecuencia que cabría esperar teniendo el cuenta el estado del terreno de juego, que era siempre el mismo, así lloviera o hiciera un sol de justicia: durísimo cemento.
Quien no haya vivido eso, difícilmente entenderá lo que sucede cada fin de semana (y muchos días laborables) en los estadios de medio mundo. Tampoco entenderá del todo bien los artículos de esta sección, en la que cada semana escribirá uno de los tres hermanos de una misma familia. Además del ADN (madridista), nos une haber compartido habitación durante muchos años y habernos dejado, durante no menos tiempo, la piel de las rodillas en el mismo patio de colegio. Me temo, eso sí, que los tres pertenecíamos claramente al grupo de los rompepiernas y paquetes. Yo, que soy el pequeño, el Número 3, desde luego siempre fui la última elección cuando en la plazoleta del barrio (en esa suerte de Copa de la UEFA que se celebraba fuera del horario escolar) se echaba a oro-plata la confección de los equipos.
Como tantos jugadores mediocres, fuimos desarrollando nuestra afición al fútbol centrándonos más en la teoría que en la práctica, sentados en el sillón de casa y frente a la tele en lugar de corriendo detrás de la pelota frente a una portería. Sólo uno de los tres, el mayor, el Número 1, ha sido alguna vez socio con carnet, y el que acude más a menudo al Bernabéu en los últimos tiempos es el de en medio, el Número 2, gracias al abono de su suegro. Creo que hablo por los tres cuando digo que nos gusta el fútbol como le gusta conducir al de la mano al viento en el anuncio: relajadamente. Ninguno, por tanto, es lo que se podría considerar un forofo; procuramos confinar la irracionalidad consustancial a éste o cualquier otro juego dentro de unos límites razonables, pero una derrota de nuestro equipo nos puede amargar la semana, no sé si me explico.
Número 1, que es historiador, dice recordar haber visto jugar a Di Stéfano. Yo, que escribo guiones y novelas, tuve que esperar a la Séptima para vivir un final feliz en la Copa de Europa. Número 2 es profesor de filosofía, y por tanto sólo sabe que Luis Enrique no sabe nada. Aquí escribiremos por turnos sobre lo que significa ser madridista para tres hermanos que lo son, madridistas y hermanos, condiciones ambas que ninguno ha decidido pero que aceptamos regiamente, con orgullo y satisfacción. Compartiremos recuerdos y reflexiones mezclando análisis y nostalgia, tratando de ser fieles al sugerente motto de La Galerna: madridismo y sintaxis.
Solamente me resta aclarar que aunque existe una Número 4, al menos de momento no formará parte del proyecto. Es la más joven, pero pertenece a una generación de mujeres para las que el fútbol tenía poco o ningún interés. Según parece, el multiverso de los patios de colegio de monjas no favorecía la afición balompédica. Quizá por ello se enamoró de un colchonero. No es éste, sin embargo, el motivo por el que la mantenemos apartada de esta sección; conviene despejar cuanto antes cualquier duda a ese respecto. Sabemos que por sus venas corre la misma sangre merengada que por las nuestras y si en algún momento quiere intervenir en este diálogo semanal entre sus hermanos mayores, estaremos encantados de cederle la tribuna.
Quedan hechas las presentaciones. Aquí mi familia, aquí unos lectores.
We few, we happy few, we band of brothers…
Number three
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¡Magnífico el artículo! ¡Enhorabuena! Espero que los otros "brothers" estén a la altura. No será fácil. Saludos de un levantinista colchonero que también recuerda haber visto jugar a Don Alfredo… ¡en el Español!, y amigo del número dos.
Gracias, Vicente. Los amigos de Número 2 son amigos de 1 y 3 😉 Y déjame tranquilizarte; soy el más pequeño y también el más "paquete" de la familia. Estoy seguro de que los artículos de mis hermanos mayores me humillarán cariñosamente, como por otro lado llevan haciendo toda la vida. ¡Un abrazo!
Buen comienzo. Expectante estoy con los otros 2 ¿3? un abrazo.