Si la predilección tradicional del Real Madrid por la Copa de Europa hacía predecible que la afición blanca dejase de prestar atención a una liga bien encarrilada para centrarse en el choque de semifinales contra el Manchester City, la presencia de Guardiola en el banquillo inglés convierte automáticamente dicho pronóstico en una certeza irrevocable. La aparición en el horizonte de la esbelta silueta de Pep espolea a todo el madridismo; aunque cada hincha manifieste su agitación de distinta manera, según su carácter particular, resulta seguro que el duelo no va a dejar indiferente ni al aficionado más flemático e impasible.
Han pasado diez años desde que el técnico abandonase el banquillo culé. En puridad, uno se pregunta si se halla justificada esta desagradable inquietud, la viva cada cual con mayor o menor intensidad. Hay quien busca una coartada que excuse su manía hacia Pep en el desbarro de algunas declaraciones políticas del personaje. Es posible que un sector se identifique con este razonamiento, mas me parece una explicación parcial y bastante pobre. Al fin y al cabo, esta tesis desborda los límites de la afición merengue: igualmente podría usarse para explicar la inquina que le mostraron los atléticos en el Wanda Metropolitano en la eliminatoria anterior. Mucho me temo, en cambio, que la relación Guardiola-Real Madrid posee otras connotaciones bastante más profundas, que incluso sobrepasan la rivalidad habitual entre el Barça y el equipo blanco.
Mucho me temo, en cambio, que la relación Guardiola-Real Madrid posee otras connotaciones bastante más profundas, que incluso sobrepasan la rivalidad habitual entre el Barça y el equipo blanco
Para comprenderlo del todo hay que tener en cuenta el contexto. Desde hace décadas —mi juventud me impide referirme al momento de su fundación, aunque tentado estoy—, al Barcelona no le bastaba con ganar en el campo al Madrid, sino que atribuía una importancia capital al relato de la victoria. Por decirlo unamunianamente, no solo había que vencer: había que convencer. Había que transmitir al mundo exterior la imagen que ellos mismos tenían de los enfrentamientos, poco menos que una suerte de batalla entre el Bien y el Mal en el que los papeles ya estaban repartidos. Sin embargo, hasta el trovador más entusiasta encuentra dificultades a la hora de vender la película, limitado en última instancia por la realidad: resulta imposible vestirse de elegante héroe impoluto cuando cuentas entre tus filas con un Stoichkov que pisa al árbitro, celebras goles en el estadio rival con cortes de manga o, llevado por la euforia, eres incapaz de contenerte a la hora de otorgar insignias tras bochornosos espectáculos como el de las ligas de Tenerife. De modo que existía siempre una pequeña frustración en el entorno culé: incluso a las victorias contra el Madrid, tremendamente gratificantes para consumo interno, la mayoría de las ocasiones les faltaba algo inefable. Un no sé qué, un qué sé yo. Una sutileza difícil de explicar, pero dolorosamente comprobable cuando observaban el respeto que el club merengue, al que tanto odiaban, despertaba en Europa.
Sin embargo, y muy posiblemente de manera inesperada al producirse en una época turbulenta, la llegada de Guardiola colmó de repente todos sus sueños y expectativas. No solo alcanzaron logros extraordinarios en el césped, casi inimaginables, sino que su dominio en el eje discursivo fue aún mayor que en el deportivo. Los triunfos del Barcelona por fin llegaron acompañados de auténticas lecciones de urbanidad, de condescendencia civilizadora, de pedagogía social. Una superioridad estética y moral embadurnaba sus logros, ya de por sí incontestables. Goles, títulos, buen juego, ruedas de prensa impecables, futbolistas de la cantera, apología de la modestia, templanza frente al derroche. Ni un asidero dejaron. Y, además, demostraban una absoluta convicción de que el mañana les pertenecía. El madridista medio se sentía como en la escena de Cabaret, rodeado de guapos alemanes que entonan una canción, emocionante y bellísima, que te sitúa cruelmente al margen de una corriente colectiva de trascendencia. Feo y apestado.
La llegada de Guardiola colmó de repente todos sus sueños y expectativas. No solo alcanzaron logros extraordinarios en el césped, casi inimaginables, sino que su dominio en el eje discursivo fue aún mayor que en el deportivo
Nunca en la historia moderna de la rivalidad entre ambos clubes se consiguió inclinar tanto la balanza del relato hacia el lado azulgrana. Y en el centro, él, Pep Guardiola, midiendo sus palabras, respetuoso, pulcro, intachable; su envidiable imagen convertía en esperpénticos los menosprecios que algunos madridistas trataban de hacerle. El uso del término meacolonia, convenientemente desactivado con ironía, descalificaba más al emisor que al receptor. Por primera vez el reparto de los roles se ajustaba a las ilusiones que el barcelonismo llevaba toda la vida deseando proyectar: el madridismo se mostraba impotente, faltón, un punto llorón, muy por debajo de la corrección estilística culé. La llegada de Mourinho consolidó el arquetipo y confirmó la profecía autocumplida desde el punto de vista teatral. Y, cuando en 2012 comenzó a revertirse la tendencia en la cancha, el avispado Pep marchó como esos jugadores de póker que se levantan de la mesa al oler que la buena racha ha concluido, dejando cortados a los demás. El Madrid, que anhelaba la revancha en el campo —en el relato iba a ser necesario que transcurriese más tiempo—, se vio privado de la oportunidad.
Ha habido, desde entonces, algunos fugaces encontronazos. El más feliz, aquel histórico 0-4 en Múnich en el que todo salió a pedir de boca. En aquella ocasión, el papel aplomado lo representó Ancelotti —dicen del italiano que es un entrenador político antes que un genio, y tienen razón; precisamente las virtudes del político no se asocian con las ideas geniales sino con la capacidad de interpretar con temple y carisma las ideas comunes— y quien patinó fue Guardiola, con la máscara de la humildad ligeramente resquebrajada cuando trató de menospreciar a los blancos mediante el envenenado elogio —copyright Simeone— acerca de sus condiciones atléticas. Posteriormente, ya cómodamente instalado en Manchester, le ganó la partida a Zidane en un cruce de octavos atípico, con meses de distancia entre los dos encuentros debido a la pandemia. La victoria le permitió, eso sí, volver a la mesura narrativa en la que se mueve como pez en el agua.
Todo este historial de intensos enfrentamientos explica, en definitiva, la mezcla de efervescencia y tensión que se vive en las horas previas a la semifinal. El Madrid se las ve no solo con uno de los rivales más poderosos del continente, sino con el fantasma que mejor y más inteligentemente supo colocarlo contra las cuerdas ante el resto del planeta. Quizá ese recuerdo suponga un trauma no del todo superado aún. No obstante, no creo que deba obcecar a los jugadores. Se puede tener bastante seguridad de que, con una plantilla liderada por jerarcas tan respetados como Modric o Benzema, así como por la sosegada y entrañable ceja de Carlo, la obsesiva batalla por el relato de héroes y villanos no se halla en absoluto perdida, especialmente teniendo en cuenta la naturaleza del capital que nutre al Manchester City. Y, en cualquier caso, quizá sea la hora de golpear el tablero y dejar de asumir, de una vez por todas, los condicionantes con que el entorno trata de enrarecer el espectáculo y centrarse en el verde. Incluso aunque enfrente esté la figura de Pep Guardiola.
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Me ha gustado el artículo. Muy mesurado. Estoy de acuerdo en que es el momento de poner las cosas en su sitio, pero no solo por Guardiola, es que es por una final en la Champions, somos el p. Real Madrid.
Muy bien escrito el artículo, enhorabuena por ello, pero se limita a una de las muchas facetas de este personaje. Yo diría que Pep es "personaje" por voluntad propia, más allá de su condición humana. Al Guardiola ser humano no le conocemos, la verdad. Conocemos al polisémico actor de los papeles que en cada momento decide interpretar. Curiosamente, esa premeditada ambigüedad causa furor entre sus pares y entre no pocos de sus nones. Pero no todo el monte es orégano. No hace mucho, un periodista (Paco González) decidió ponerle en su sitio, y con sus mismas armas. Después de dejar claro que se trata no sólo de un sensacional ex-futbolista, sino de uno de los mejores entrenadores de la historia, termina definiéndole con el calificativo que mejor ilustra el papel de portador "cum laude" del lacito amarillo: "lame-jeques, eso es lo que es, un lame-jeques".
Pero estoy de acuerdo con Pablo Rivas, Guardiola es mucho más que un personaje político. ¿Mea-colonias? No lo creo. Alguien que es capaz de contradecirse públicamente sin rubor alguno sabiéndose ultra-protegido por la prensa amarilla (con la notoria excepción antes apuntada) no es precisamente eso. Alguien que al inicio de la temporada proclama que el Madrid con los fichajes de ese año (Ronaldo y Kaká, entre otros) está obligado a ganar la Liga y al final de la misma se convierte en adalid de Pellegrini para denunciar la injusticia de su destitución. ¿En qué quedamos? Alguien que dice (con la boca llena) respetar a los árbitros y se permite recorrer la banda acosando a un linier. Alguien que llama a otro entrenador "puto jefe" sólo para dejar claro quien es el auténtico y genuino. Todo eso, al fin, da un poco igual. La historia termina poniendo a cada uno en su sitio. Mañana es el primer asalto de una semifinal de Champions. El City tiene mayor potencial, sobre todo económico (Guardiola guarda silencio, claro) y tiene al mejor entrenador posible, ¿o no?, pero mañana también juega el Real Madrid.
De acuerdo Stielike, con tus loas al artículo del cual este comentario es una coda esencial, no se pueden decir las cosas mejor. Te felicito.
Sigue sorprendiendome que Guardiola a estas alturas siga despertando filias y fobias, cuando no es más que otro entrenador que está a merced de los jugadores, más allá de su método. Eso sí, ha sabido encontrar un club que mantiene un proyecto deportivo contra viento y marea, y eso sí que es destacable en el mundo en que vivimos.
Estoy de acuerdo contigo, todos sabemos de que pie cojea, pero sin olvidar lo del lazo amarillo, a veces parece que quiere dejar el discurso supremacista. Él tiene un ego subido, pero ha adoptado la imagen de genio amable respetuoso y educado, y a veces, yo hasta me creo su papel. Para fobias tenemos a Hernández, al que muchos creyeron que con Pedris, Nicos y Gavis (más algún Ferrán) era capaz de ganar la Champions, pero ahora se han caído del guindo. Pep nunca predicó su mensaje "divino" con palabras, han sido sus discípulos los que según creo yo, han hecho su evangelio sin que él diera a entender que lo pretendiera, eso hace más difícil argumentar en su contra en el momento actual, aunque en tiempos pasados fue desenmascarado por Mou y el mismísimo Vilanova.
No comparto en absoluto
Lo que dice este artículo.
Parece una loa a ese sujeto,
Y lo cierto es que la mayor parte
De lo que logró apesta a tinglao
Y sus logros en Europa coinciden
Con el momento en el que villar
Tuvo más peso en Europa, y si
No pregunten a chelsea, a psg....
Lo único que concedo a este
Tipo es haber mamado de
Els valores, y que de gran importancia a la moral.
Y por eso tiene dos.