El 30 de mayo de 1957, el Real Madrid – que había ganado, un año antes, en París, la primera Copa de Europa – jugó la final de la Segunda frente a la Fiorentina, en el Estadio de Chamartín. En la portería jugó Juanito Alonso; como defensas, Torres, Marquitos y Lesmes; los medios, Muñoz y Zárraga; la delantera la formaban Kopa, Mateos, Di Stéfano, Rial y Gento. Llegamos al descanso empatados a cero pero, en la segunda parte, marcaron Di Stéfano, de penalty, y Gento, después de una gran galopada. Ganó el Madrid dos a cero y volvió a proclamarse Campeón de Europa, algo que parecía imposible, para cualquier equipo.
El 30 de mayo, además de San Fenando, era la fiesta de la Ascensión. Ese día acababan las fiestas de San Isidro. En la Plaza de Las Ventas, cortó una oreja un fino novillero sevillano, Rafaelito, el hijo del gran Chicuelo. En el Teatro Lara, se celebraban las 200 representaciones de “¿Dónde vas, Alfonso XII?”, la comedia histórica de Juan Ignacio Luca de Tena, con un fin de fiesta en el que participaron, entre otros, José María Pemán y la gran actriz Lola Membrives. En el Teatro de la Comedia, recibía un homenaje Alberto Closas, triunfador en “Una muchachita de Valladolid”, de Joaquín Calvo Sotelo. Esa tarde, visitaban Granada el Sha de Persia y Soraya.
Desde el año anterior, la principal novedad del Madrid era la incorporación de Kopa, con el que se había enfrentado en París. Como su puesto de organizador y alma del equipo lo ocupaba don Alfredo Di Stéfano, tenía que jugar de extremo derecho. No era su posición ideal pero lo aceptó con deportividad y aportó al equipo muchos regates y pases maravillosos. En el interior derecho, alternaban Mateos (que jugó esta final) y Marsal, el del gol increíble, después de regatear a medio equipo del Atlético de Bilbao.
Héctor Rial, por su parte, había conseguido ya que Gento supiera administrar sus enormes cualidades (velocidad, regate, verticalidad) para convertirse en uno de los mejores jugadores del mundo. Cuando llegó al Madrid, todavía perdía bastantes balones. Rial le dio la orientación adecuada: cuando él recibía la pelota, Gento ya salía disparado hacia la portería contraria; cuando llegaba cerca del área, con precisión milimétrica se encontraba con el balón, enviado por Rial, en el sitio justo para culminar la jugada. Recuerdo bien que, en la semifinal cuando el Manchester se cerró, con mucho oficio, fue Gento el que rompió la defensa inglesa, actuando como un auténtico “sacacorchos”. En la final contra la Fiorentina, logró una jugada espectacularísima, la del segundo gol.
Unos días antes de la final, se había inaugurado la nueva iluminación del Estadio de Chamartín. Propuso el Madrid que el partido fuera nocturno pero la Fiorentina no lo aceptó. Se jugó, así pues, por la tarde. Se llenó el Estadio, por supuesto. Estaba permitido, entonces, que hubiera zonas de General, de pie. (Allí estaba yo, como uno más de los socios). Con eso, debieron de asistir cerca de 130.000 personas: un récord.
El partido fue más difícil, para el Madrid, de lo que se suponía, después de haber derrotado al temible Manchester. No es una novedad el talento de los jugadores italianos para jugar a la defensiva (ya se hablaba entonces del famoso “catenaccio”). Y eso se completaba con su inteligencia para salir rápidamente al ataque, cuando la ocasión lo permitiera, con Julinho como estrella. Quizá sorprenda saber que las mejores ocasiones del Madrid, en el primer tiempo, llegaron como consecuencia de cabezazos de jugadores a los que nadie identificaría con esa jugada, Gento, Rial y Zárraga.
En el descanso, se vivía una indudable inquietud: el Madrid dominaba el juego y tiraba más a gol, pero no marcaba. Y la Fiorentina podía hacerlo en cualquier contraataque (Juanito Alonso salvó un par de jugadas peligrosísimas).
El equilibrio se rompió en el segundo tiempo, cuando un pase vertical de Kopa superó la barrera defensiva italiana y dejó a Mateos (“Fifiriche”, le llamábamos, cariñosamente por su juego afiligranado) solo delante del portero Sarti, que no tuvo más remedio que derribarlo. La falta era evidente, lo dudoso era la situación del jugador; los italianos, naturalmente, reclamaron que la falta se había producido fuera del área, aunque, luego, el jugador cayera dentro. Después de consultar, el árbitro, Horn, decidió:” Penalty”. Y don Alfredo, que todavía los tiraba (luego, dejó de hacerlo) lo clavó fuerte en la red, por su izquierda, aunque el portero se había adelantado.
Después de eso, los italianos tuvieron que abrirse y el Madrid encontró más huecos. En el minuto 29, Gento estaba situado en el medio del campo, por el centro, no por su habitual banda izquierda. Kopa lo vió y le envió un pase adelantado, muy medido. El velocísimo extremo dejó atrás a Magnini y, cuando llegó delante del portero, elevó suavemente la pelota hasta el fondo de la red. Fue un gol propio de una gran estrella mundial, que acabó de consagrarle internacionalmente. Igual que la volea de Zidane, muchos años después.
Ya sólo quedaba un cuarto de hora para que el Madrid controlara el balón, Juanito Alonso salvara una ocasión italiana clara y Gento sufriera un penalty más evidente que el del gol… Luego, se escuchó el himno nacional y Franco entregó la Copa de Europa al campeón.
En el ABC, mi amigo Lorenzo López Sancho (que había sido cronista municipal y luego lo fue teatral) recordaba el poema de García Lorca sobre Antoñito el Camborio, para exaltar la rareza de la hazaña del Madrid: “Viva moneda que nunca / se volverá a repetir”. También comparaba a los jugadores del Madrid con los cruzados medievales, inasequibles al desaliento, desde que se revestían con la blanca túnica, por encima de la armadura. Y valoraba la proyección internacional de la hazaña: “Futbolísticamente, España es, hoy, más España que nadie. Eso es lo que vitoreaban los cien mil pañuelos al aire, las voces roncas de entusiasmo, el permanecer de la muchedumbre en pie, olvidada de todo, en un primer homenaje a la gloria del ratificado campeón de Europa”.
No fue el único en las hipérboles. Para Jacques Goddet, director de “L’Equipe”,” el Real es un honor para el deporte universal del balón redondo”.
Dicho con toda sencillez: el Madrid demostró que su primera victoria, en la Copa de Europa, no había sido esa golondrina solitaria que no hace verano, sino el comienzo de una etapa única en el fútbol europeo.
Luego, llegaron más victorias y más Copas, muchas más… Pero yo no puedo olvidar esa galopada de Gento que vi yo, de pie, casi aplastado por una avalancha de entusiasmados madridistas, cuando ganamos la Segunda.
*texto escrito en mayo de 2019, reflotado con motivo del 63 aniversario de la segunda Copa de Europa del Real Madrid.
Así viví la Primera: Paco Gento
Así viví la Segunda: Andrés Amorós
Así viví la Tercera: José Emilio Santamaría
Así viví la Cuarta: José Emilio Santamaría
Así viví la Quinta: Luis Miguel Beneyto
Así viví la Sexta: “Pirri”
Así viví la Sexta: José Araquistain
Así viví la Séptima: Pedja Mijatovic
Así viví la Octava: Steve McManaman
Así viví la Novena: Roberto Carlos
Así viví la Novena: Luís Alberto de Cuenca
Así viví la Décima: Juanma Rodríguez
Así viví la Décima: Vicente Ruiz
Así viví la Undécima: Álvaro Arbeloa
Así viví la Duodécima: Antonio Esteva
Así viví la Decimotercera: Jesús Bengoechea
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Qué bonito recuerdo, don Andrés.
Yo no pude ver ese partido por la sencilla razón de que no había nacido. Pero sí estuvieron mi padre y uno de mis tíos en el estadio.
Unos veinte años después, yo ya era socio, y acudía a ver los partidos al fondo norte, a la entrada general de socios de pie.
En los partidos importantes, había que estar con una hora de antelación, para poder coger un sitio apoyado en una valla, y esperar que no se pusiera delante algún tipo demasiado alto.
En partidos contra el Atlético de Madrid, o contra el Barcelona, recuerdo alguna ocasión, en la que casi no pisaba el suelo, porque la cantidad de gente agolpada era tal, que nos sujetábanos unos con otros.
Eran esos partidos en los que las crónicas del día siguiente hablaban de una entrada de 120.000 espectadores, de los cuales, probablemente unos ochenta mil estábamos de pie.
Eran otros tiempos, no necesariamente mejores, aunque uno fuera más joven.
Saludos.
Qué maravilla de texto. La mejor crónica que he leído en años. Queda claro que Don Andrés, además de erudit, melómano y experto taurino, es un auténtico especialista en fútbol. Me descubro ante usted, Don Andrés, y me congratulo de poder leer artículos de esta categoría en nuestra querida La Galerna.
*Erudito
Es un privilegio poder leer una narración de la segunda copa de Europa de la mano de un testigo tan notable. Me quedo con ese "yo lo vi", ese emotivo "yo estaba allí", de quien pudo ver en directo la "galopada" de un mito del fútbol y del madridismo. Si yo hubiera estado allí, con seguridad que tampoco la habría olvidado. Gracias.