“No cabe duda de que, como alguien dijo, el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes”.
A mis 82 años, tener la oportunidad de escribir sobre la entidad deportiva más prestigiosa de la historia, el Real Madrid C. de F., es el máximo honor, a pesar de hacerlo a través de una pobre y humilde trayectoria en escritura como la mía.
No obstante, y a requerimiento de un buen amigo, me voy a atrever a intentar reflejar, en unas líneas de aficionado, algo de lo que fue una de las finales europeas del máximo relieve y que a cualquier club del mundo futbolístico le hubiese gustado haber protagonizado, y más con la inigualable brillantez con que aquellos once futbolistas vestidos de blanco la desarrollaron aquel 18 de mayo de 1960, en el impresionante y mítico Hampden Park, de Glasgow, con 135.000 asombrados espectadores como testigos.
El Real Madrid puso sobre el terreno de juego tal mezcla de clase, eficacia y categoría que, aún todavía, en el Reino Unido se proyectan las imágenes de aquel encuentro todos los años, como regalo de Navidad, para los amantes del buen fútbol.
Todos los componentes de aquel equipo rayaron a una altura difícilmente alcanzable, pero los grandes Puskas y Di Stéfano, dos de los cinco mejores jugadores desde que se inició este deporte, materializaron con cuatro y tres goles, respectivamente, el irrepetible despliegue que aquel grupo del Bernabéu ofreció al mundo futbolístico para marcar un nivel de tal altura que, me temo, no parece que se haya podido superar en las 62 finales ya jugadas.
Pese a adelantarse en el marcador el Eintracht de Frankfurt, el Madrid remontó con facilidad a los alemanes y obsequió al mundo con un fútbol de ataque, desdeñando el conservadurismo propio de una final europea. Un fútbol que no se ha vuelto a ver.
Recuerdo aún grandes anécdotas que viví en persona ya que, como veterano jugador del Real Madrid – pese a haber jugado tan solo un partido amistoso con el primer equipo -, compartí muchos momentos con aquellos grandes jugadores. Por ejemplo, antes de partir hacia Escocia, Marquitos prometió volver vestido de escocés a Madrid si se ganaba la Copa, cosa que cumplió, además de enarbolar una gaita. Mi gran amigo Puskas me comentó que, tras acabar el partido, se apoderó del balón, y que uno de los alemanes, quizás el central Eigenbrodt, le persiguió hasta los vestuarios para solicitarle que le diese el esférico, cosa que el gran Pancho, todo bondad y corazón, finalmente hizo. “Y es que el alemán se puso muy muy pesado y se lo tuve que dar”. Puskas disfrutó especialmente del triunfo ya que aún tenía todavía clavada la espina de la derrota que sufrió su selección húngara ante la alemana en la final del Mundial de Suiza de 1954. Su póker de goles además es considerado como perfecto, ya que marcó con su pierna buena, la zurda, dos goles (uno de penalti y otro de soberbio cañonazo), con la diestra otro y el cuarto de cabeza, que no era precisamente su especialidad.
Alguna vez me ha comentado mi amigo Pachín la ilusión que le hizo, con sus 21 años y casi recién llegado al club, formar parte del once titular de ese equipo de leyenda en la noche mágica de Hampden Park. Como es sabido, Pachín también fue alineado de inicio en la 6ª final de Copa de Europa ante el Partizán.
Quiero plantear, como final a estos comentarios, la analogía que este memorable partido podría tener con la decimotercera Copa de Europa obtenida por el mismo club hace un año (me gusta más Copa de Europa que Champions, aunque sé que son conceptos diferentes), en el sentido de significar, ambos, un fin de ciclo de dos generaciones futbolísticas. Estos fines de ciclo, inevitablemente, se producen en el deporte del balón cada cierto número de años. Como entonces, el Real superará el bache como siempre ha hecho, y seguirá demostrando que el que quiera ser catalogado oficialmente como mejor club futbolístico de todo un siglo, tendrá que esperar 81 años más, además de los 19 en los que ya lo vienen haciendo.
Muy difícil que nadie iguale esa final, y mucho más difícil todavía que al Real Madrid le arrebaten el título honorífico de “mejor club del siglo XX”, entre otras cosas, porque también será designado el mejor del siglo XXI. Es la semilla de D. Santiago Bernabéu, de Alfredo Di Stéfano, y sobre todo, de ese escudo tan envidiado y odiado, pero, aún más, tan admirado y temido.
También quiero, finalmente, agradecer a mis padres que me facilitasen la oportunidad de haber vivido, y seguir viviendo, esta epopeya madridista desde que tuve uso de razón, con la consiguiente herencia para mis hijos y nietos.
*texto escrito en mayo de 2019, reflotado con motivo del 60 aniversario de la quinta Copa de Europa del Real Madrid.
Así viví la Primera: Paco Gento
Así viví la Segunda: Andrés Amorós
Así viví la Tercera: José Emilio Santamaría
Así viví la Cuarta: José Emilio Santamaría
Así viví la Quinta: Luis Miguel Beneyto
Así viví la Sexta: “Pirri”
Así viví la Sexta: José Araquistain
Así viví la Séptima: Pedja Mijatovic
Así viví la Octava: Steve McManaman
Así viví la Novena: Roberto Carlos
Así viví la Novena: Luís Alberto de Cuenca
Así viví la Décima: Juanma Rodríguez
Así viví la Décima: Vicente Ruiz
Así viví la Undécima: Álvaro Arbeloa
Así viví la Duodécima: Antonio Esteva
Así viví la Decimotercera: Jesús Bengoechea
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Emocionante testimonio, rematado con dos párrafos para enmarcar: grande el penúltimo y enorme el final.
Vaya para usted mi aplauso agradecido.
Vosotros hicisteis grande al Madrid. El más grande. Ojalá la semilla que entre tantos hicisteis germinar no deje nunca de florecer y dar, como siempre, frutos magníficos.
¡Hala Madrid, y nada más!
Grande real segumos haciendo historia eres lo mas grande y lo mejor HALA MADRID.