Solo conozco a una persona casi tan humilde como yo, y extrañamente aparece a menudo en televisión. Digo extrañamente porque ya se sabe que la televisión se presta justo a lo contrario de la humildad, concepto que ni siquiera voy a definir de tan humilde que soy, de tan poca importancia que nos damos esa persona y yo, sobre todo yo.
La persona a la que me refiero (a la que quiero hacer un homenaje con este inmejorable artículo humilde) no pierde ocasión de infravalorar lo propio para ensalzar lo ajeno, y hasta tal punto lo hace que se diría que, más que humilde, su paso por la tele –su paso por la vida– es una prueba de complejo de inferioridad. Pero no, no hay complejo alguno en este santo cordero que el azar desnortado ha querido llamar lobo para colmo de la contradicción.
No lo verán gastando tiempo en vanagloriarse de sus cosas, ni escatimando elogios a su rival, ni buceando en la Historia para inventarse su propia historieta. Lo verán, en cambio, amando por doquier el fútbol, cuya definición no para de regalarnos a la cara para que de una vez la aprendan aquellos que, de tan soberbios, piensan que no hay tal definición o, aún peor, que pueden proponer otra definición complementaria o alternativa. Desagradecidos estos soberbios. Está todo inventado y viene el inventor a darnos un simposio sobre su invento, así que en el turno de ruegos y preguntas nos toca a los demás callar y aplaudir, bajar la cabeza y celebrar la histórica oportunidad que hemos tenido de que aquel que sabe nos haya mostrado el camino del balón, del toque, del messianismo, del estilo, del trivium y el quadrivium. Alabado sea el Señor, nacido en Belén de Judea como trasunto de La Masía de Oz.
Así, sin darse importancia, el único pastor al que llaman lobo, el único lobo que quiso ser pastor se entrega a su labor humilde como yo me entrego a la escritura de este artículo, emulando su modélico ejemplo, haciendo gala sin aspavientos de lo bien que se me da escribir cuando el asunto del que escribo merece que sea yo quien lo escriba. No en vano, Ortega estaba de acuerdo conmigo cuando dijo aquello de "yo soy yo y mi circunstancia", pero lo que no supo ver el eminente filósofo es que mi circunstancia (futbolística, estética, existencial, vital, galáctica, universal, ontológica) es la que diga, la que sepa, la que descubra, la que nos revele nuestro pastor.
No seré yo quien les diga lo que tienen que pensar, pero sepan que si no piensan lo que transmiten los aullidos del lobo, armómicos y melodiosos, es que más que sordos serán mudos, porque todo aquello que digan no será respondido más que con una sonrisa irónica que ustedes, ignorantes y pobres de espíritu, confundirán con señal de estúpida altivez, cuando en realidad es un nuevo regalo para la vista, casi tan dadivoso como los estilismos que, por el mismo precio, nos ofrece nuestro pastor como canon.
Así que fútbol no es no fútbol, sino arte y ensayo, avant garde, nouvelle vague, dogma 95, sobre todo mucho dogma. En el fútbol no juegan once contra once, sino un grupo de virtuosos de la ética y la estética contra una amalgama informe empeñada en ganar, esa bajeza impropia de los seres civilizados, esa desvergüenza, esos pozos de ambición, ese sacrilegio. Rivales pequeños todos, y más los que se creen más grandes, el que se cree más grande, más blanco, más inmaculado, ese que evidencia a cada paso la negrura de su estilo, el trazo grueso de su escudo, la mala prosa de su historia jalonada de soberbia, sospechas, llantos de niño y futbolistas que corren, marcan goles, hacen contragolpes y ganan Copas de Europa sin más posesión que la demoníaca.
Tienen ustedes dos opciones: desechar este inmejorable artículo sin importancia -el artículo con mayor menor importancia del mundo-, o atender su ecuménico mensaje y transitar la senda ya marcada por aquel al que rinde merecida pleitesía. Son libres de lo primero, pero solo serán felices en lo segundo. Porque todo el mundo sabe (y si no lo sabe, no es mundo que tener en cuenta) que la felicidad es lo que diga el aquí homenajeado; o mejor, lo que yo diga que dice el aquí homenajeado, que para eso soy yo quien escribe esto en muestra de la mayor humildad que ustedes, queridos corderitos, podrán echarse a la cara en sus desnortadas vidas.
Bravo.
Muchas gracias, compañero.
Magnífico artículo para ese Lobo pedante e insoportable...
Saludos
Me encanta.
Sé que no hacía falta, sé que no merece ser nombrado. Sé que lo evidente sobra decirlo...
Pero alguien tiene que decir esto, y lo haré yo: Xavi Hernández y todos los de su escuela, en realidad desconocen la esencia del deporte: ganar de acuerdo a las reglas. Lo demás no son ni "valors" ni estilo. Es hipocresía o estupidez.
No hay un estilo más lícito que el resto. Lo lícito lo marcan las reglas. No hay un estilo más bello que el resto porque la belleza es subjetiva.
En lo objetivo, el mejor es el Real Madrid. Por lo menos hasta hoy.
'' Porque todo el mundo sabe (y si no lo sabe, no es mundo que tener en cuenta)''
Brutal.
Saludos.
Lobo no, lobito, el Lobo Diarte era una cosa seria, este es lobito saltarin de miedo a cada defensa y mal educado que en las concentraciones de la Selección Espoñola se dedicaba a tirar los platos a las paredes por no ser de su gusto