Escribo muy cerca del mar, con la ensenada del Orzán retorciéndose a lo lejos, y frente al rostro de Arsenio Iglesias. A mi espalda, el estadio que fue suyo tantos años, y alrededor una nube de turistas que lo abrazan y se hacen fotos. Al de bronce, por supuesto, que allí tiene su busto de espaldas al mar, pero mirando a Riazor. El de carne y hueso cumplió hace meses 90 años y ya no se le ve como antaño por las calles coruñesas, saludando en cada esquina. Su última aparición pública fue el pasado año, en el salón de plenos del ayuntamiento, cuando fue nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad, en un acto emocionante en el que hablaron en su nombre sus nietos, mientras él sonreía, sereno y callado, furtivo tras unas gafas oscuras.
La historia reciente del Deportivo, por supuesto, es la historia de Arsenio Iglesias, de sus retiradas y regresos, del penalti de Djukic –todo coruñés recuerda cada segundo de ese eterno lanzamiento-, y aquella primera Copa del Rey, del 94. Pero es también la de aquel hombre, ya jubilado, receloso de cualquier protagonismo, fiel a su forma de ver el fútbol y de tratar a los demás, que regresó de urgencia de su retiro, una vez más, para acudir a la llamada del Real Madrid. Años después, ya jubilado pero esta vez de verdad, me devolvió una pregunta con otra, a la gallega: “¿cómo iba entonces a decir que no al Real Madrid?”.
Lo cierto es que el exfutbolista y entrenador de Arteijo había logrado varios milagros en La Coruña, como el ansiado regreso a Primera División a comienzos de los 90, o la resurrección del Depor en la temporada 92-93. Fue precisamente en aquel SuperDépor donde le tocó lidiar, por primera vez, con el ego y el talento de estrellas –pienso sobre todo en Bebeto-, a los que logró domar con estilo inimitable. Quizá a su pesar, mediada aquella década, Arsenio era el entrenador de moda. Pero ni siquiera eso hizo que me resultara creíble su fichaje por el Real Madrid, para sustituir a un Valdano en horas bajas. Sea como sea, ocurrió, y el Zorro de Arteixo se instaló en el banquillo del Bernabéu, sin opciones en liga, y con el objetivo de lograr la clasificación europea.
Se juntaron así dos de mis amores. El Real Madrid, mi equipo desde niño, y Arsenio, con el que siempre me paraba a charlar por la calle, que era uno de esos tipos que ya no se fabrican: cariñoso, divertido, inteligente, y humilde, pero humilde de verdad, sin necesidad de impostación alguna. Viéndolo en Madrid, sufría, sin embargo, por él. Conociéndolo, con sus paseos coruñeses, su trato paternal con los futbolistas, y su misa de los domingos en Santa Lucía, su llegada a aquel Madrid, más que un homenaje a su trayectoria, era más bien la guerra de despedida.
Habían pasado solo dos o tres meses desde su fichaje por el Madrid, cuando, una noche, me lo encontré en el ascensor de casa de mis padres en La Coruña. Solía ir a cenar al piso de unos vecinos. Los 15 años que gastaría entonces se me hicieron 7, y con la ilusión del niño no pude evitar preguntarle cómo estaba resultando aquello de entrenar a mi Madrid. Arsenio, que venía cabizbajo y sin la sonrisa serena de años atrás, me miró en silencio, sacudió la cabeza, y me dijo: “Demasiado lío aquello, chavaliño, demasiado follón”. Leí en su mirada, entristecida y cansada, que estaba a punto de dimitir –y así era-, algo que finalmente no hizo, cumpliendo el compromiso de aguantar hasta la llegada de Capello.
Arsenio, que venía cabizbajo y sin la sonrisa serena de años atrás, me miró en silencio, sacudió la cabeza, y me dijo: “Demasiado lío aquello, chavaliño, demasiado follón”.
Por supuesto, Arsenio no era entrenador para el Real Madrid. Su sistema había triunfado en muchos otros equipos, pero no podía funcionar allí. Aunque lo justo es decir que aquel vestuario no había quién le hincase el diente. Raúl dejó de celebrar un gol en protesta por el despido de Valdano, y poco después tuvo que ser sancionado por el club por protestar los cambios de Arsenio. Casi nadie allí respondió con empatía a las muestras de cariño y los intentos de motivación del coruñés, y, honradamente, había demasiadas ganas de copas en aquel vestuario, pero de copas de las que me gustan a mí. Colaboradores del entrenador me contaron tiempo después que una de las excepciones en aquel recibimiento hostil fue Fernando Hierro, que ayudó al gallego en todo lo que pudo y trató de aplacar al menos a una parte del vestuario rebelde. Es muy probable que todo lo que necesitara aquel Madrid era a Capello, quien, no por casualidad, dijo en su contundente presentación que había “que correr y luchar más” y “ser más serios en los entrenamientos, no hablar y correr más”.
Al paso de los años, con Arsenio tan envejecido y ya con un eclipse en la cabeza, me enorgullece recordar que, tanto en la derrota como en el éxito, fue siempre el mismo, con los pies y los valores bien firmes en tierra. La noche en que la liga del Deportivo se esfumó en un penalti, salió a pecho descubierto ante la prensa, y rehusó culpar a nadie por lo sucedido. “No tiene sentido atender más preguntas”, añadió en seguida, “porque no sé ya ni qué decirles”. Los periodistas, algo inédito, se pusieron en pie, lo ovacionaron, y se marchó entre lágrimas y palabras de agradecimiento.
Al fin, supongo que, si su breve paso por el Real Madrid no resultó mejor para ambas partes, no fue culpa suya, que a fin de cuentas no era más que –como dijo en su presentación- “un jubilado al que han llamado para resolver una situación”. Un jubilado que, sin embargo, y eso también me consta, dejó una huella profunda en el corazón de muchos con los que trabajó en esos meses raros en el Real Madrid. Quizá por eso aún se le abrazan aquí cada día, entre fotos y recuerdos, turistas y paseantes, aunque a él le costará creerlo si se lo cuentan.
Emotivo articulo.
Particularmente creo que Arsenio Iglesias y su Super Depor se ganaron la simpatía de casi toda España (salvo quizás en Vigo por eso de la rivalidad), además de un respeto a nivel deportivo que no suelen tener los recien ascendidos.
No obstante, el banquillo blanco era demasiado lío, y de igual forma que puedo imaginar esa ovación por parte de la prensa aquella noche en La Coruña, dudo muchísimo el mismo trato de la prensa ante una temporada fallida en un remoto caso de haber estado mas que para una urgencia puntual como esa.
La idea de ficharle en ese momento por parte de Sanz no me parece que estuviese mal tirada. Entrenador milagro que asciende a un segunda y casi lo hace campeón de Liga.... si consigue motivar a la plantilla, quien sabe ..... pero lo cierto es que aunque la plantilla sí que estuvo bien motivada en Europa (si entra el chut de Milla en Turin, a semifinales) en Liga fué un desastre que no se clasifico ni para la uefa...
Por cierto, en su Super Depor habia muchos grandes jugadores, desde los campeones del mundo Mauro Silva y Bebeto, hasta uno de los jugadores españoles de moda, Fran, del cual no se paraba de especular en la radio que lo tenía fichado Mendoza, pero que nunca llego a vestir la camiseta blanca...
Pues si llega a entrar aquel disparo de Milla a semifinales y ¡contra el Nantes!
Qué delicia de artículo.
Es usted un grande. En todos los sentidos.
Arsenio era El típico entrenador que funciona en un determinado espectro de equipo pero que en un grande se estrella. Y más en aquel equipo que estaba en descomposición, aún así hizo lo que pudo.
Cierto. Pero la carrera de Arsenio creo que puede considerarse como exitosa. Y si añades y tomas en consideración su faceta personal, más todavía.