Arrugas

Siempre que muere un futbolista, muere un poco el niño que seguimos llevando dentro. Pese a tanto ruido y pese a tanta furia, y sobre todo pese a otras muchas cosas absurdas y ridículas que no llegan ni a ruido ni a furia, esto del fútbol continúa siendo un juego, un intercambio de cromos, un disfrute, un sueño, una aspiración, un logro, una inquietud, un deseo... Y todo eso se nos arruga un poco cada vez que muere un futbolista, que no es menos que un niño como nosotros que ha conseguido hacerse grande en el juego, en el sueño, en el deseo, en el intercambio de cromos; un niño grande, un gran niño, un futbolista.

Se va José Antonio Reyes a la casi infantil edad de 35 años y nos quedamos un poco más solos y nos hacemos un poco más viejos. Sacamos su cromo de nuestra colección y nos ponemos en pie ante su vigor y su rapidez, su empuje y su dinamismo, su notable currículo y, cómo no, por la parte que más nos toca, su éxtasis en forma de gol contra el Mallorca que acabó por darnos aquella ya mítica Liga de Capello en la campaña 2006/07. Gracias, Reyes. Eternamente gracias, José Antonio Reyes, niño grande que aquel día nos hizo ser grandes niños.

(Sigamos, aunque se pueda mal, arrastrando un poco los pies, los dedos por el teclado)

"Eterno Liverpool", titula As, y un poco sí por haber logrado anoche su sexta Copa de Europa, las mismas que tiene nuestra leyenda Paco Gento y una más que el F.C. Barcelona, inventor del fútbol. Aunque lo que ayer nos pareció eterno no fue tanto el Liverpool, ni tampoco el Tottenham, sino el partido mismo, un pormenorizado catálogo de patapúm parriba de esos que no se veían hace tiempo. Ríanse ustedes del medio campo, el espacio-tiempo que evitaron ambos equipos como si fuera precisamente una pérdida de espacio y sobre todo de tiempo, de modo que, en plena coherencia, al espectador neutral se le quedó la cara de haber perdido el tiempo viendo esa final, coronada por Origi, una especie de Manolito Adebayor reloaded que marcó el gol decisivo, esta vez sin mediar regalo de la defensa culé en forma de pajaritos por aquí, pajaritos por allá.

Cuentan las crónicas que el partido tuvo la decencia de acabarse, pero no cuentan las crónicas lo mejor del partido, lo único bueno si no eres aficionado del Liverpool. Para eso tenemos en La Galerna a Fred Gwynne, que ha sabido ver la Final como nunca lo haría Maldini.

Por lo demás, como inventores del fútbol, en la prensa culé se pueden permitir estar a otras cosas, cosas que suelen coincidir con mirarse un poco el ombligo, llenarlo de cava y bañarse en él todo el día hasta que los dedos de pies y manos empiecen a arrugarse, tal vez como se arrugaron -Messi dixit en los bajos de Mundo Deportivo- los jugadores del Barcelona en (this is) Anfield. Pero nada, no se preocupen, miren ustedes para otro lado, que el eterno bañito de cava y pétalos azulgrana no se acabe, no vaya a ser que nos miremos las vergüenzas y quedemos expulsados del paraíso que nos ha costado tanto construir a base de celofán, cartón y demás materiales nobles.

Así que Sport nos trae para leer en la piscina-ombligo el suplemento especial con todas las estadísticas del Barça, donde no sale el miedo que, repetimos, admite Messi, porque el miedo no se puede reducir a estadística alguna, salvo que hablemos de un miedo equivalente a 4 goles, el último del ya citado Origi-Adebayor mientras María Jesús y su acordeón pasaban por un córner de (this is) Anfield.

Menos mal que la rueda sigue girando y, estadísticas aparte, el 9 favorito de Sport es Rodrigo, delantero del Valencia por el que, según se dijo, se interesó el Real Madrid el verano pasado a razón de tropecientosmil millones que, de un modo siempre mesurado, pide el Valencia cada vez que el Madrid se acerca a preguntar. Veremos cuál es la cantidad del fichaje si es el Barcelona quien lo intenta. Será que la piscina-ombligo es un aval del que otros no podemos gozar.