¡Arriba las manos!

Como nos van a pitar penalti de todas formas, mi propuesta es que el madridismo levante las manos e interprete con alegría el baile del gorila al ritmo de algún hit lionés, en homenaje a Benzema, y a este heroico final de temporada. Tomando en consideración lo que nos espera hasta el desenlace, los estertores fatales de mi sistema nervioso, y el año que hemos vivido peligrosamente, asumo que tal vez sea este un artículo póstumo. Pero, ya sabes, como dijo Empédocles: nunca des por muerto a un madridista.

No recomiendo a nadie retirar el champán de la nevera ni guardar las banderas: el Atlético de Madrid es, probablemente, el único equipo del mundo capaz de perder aún esta liga. La tensión es grande, los jugadores rojiblancos necesitan morfina psicológica —en forma de pausa de hidratación y conjura de testosterona pampera— para superar cada cuarto de hora de partido, los estadios siguen desiertos y silenciosos, y Simeone está a punto de culminar su mutación estética en Andrés Calamaro; de modo que todavía puede cantar.

En frente tendrán a un Valladolid ya entregado a la melancolía. A pesar de las arengas de Sergio González, las declaraciones de sus jugadores son las de quien ya ha asumido el destino fatal del descenso. Pero esto solo rebaja la presión de sus piernas, y la ubica exactamente en las del rival, que lo único que ha asumido es que su larga tradición de gloriosos fracasos de última hora se aparecerá en Zorrilla, como una Santa Compaña sedienta de errores inesperados, en cuanto empiece a rodar el balón. Hay una gran lección de fútbol que la mayoría de los jóvenes aprenden en la adolescencia, cuando la más guapa se va con el más tonto y nadie lo comprende, excepto el tonto: nada hay más peligroso que una mosquita muerta.

como dijo Empédocles: nunca des por muerto a un madridista.

En cuanto al equipo preferido de los árbitros ciegos, lo nuestro es ganar, algo que por otra parte tampoco resulta novedoso, porque es en lo que consiste, a grandes rasgos, toda nuestra historia. Dicen los cursis que el Madrid debe “hacer los deberes” el próximo sábado, no sea que vengan a castigarnos, no sé, sin recreo, o con ración doble de clase de matemáticas. Personalmente, prefiero que ganen el último partido, y ya tendrán tiempo de hacer los deberes durante el verano, que me temo que se llevarán un buen fajo de actividades pendientes bajo el brazo. Aclaro: ganar 1-0 en el partido decisivo no es ganar, sino arrojar a la afición a un colapso cardiovascular colectivo. A veces conviene recordarles a nuestros chicos que no somos el Atlético de Madrid.

En todo caso, no me gustaría perder de vista que, como si fuera una final indirecta, todo puede ocurrir y, por tanto, aún tenemos generosas opciones de ser campeones de esta liga que hemos jugado contra 19 equipos y media legión de árbitros. La mayoría de los madridistas habríamos dado uno o varios órganos vitales si, hace unos meses, alguien pudiera garantizarnos a cambio que estaríamos donde estamos.

Supongo que hay años en que ganas todo porque eres el mejor y hay otros, los más meritorios, en que lograr salir victorioso porque te has empeñado en parecerlo. El segundo es nuestro caso esta temporada. Emociona ver a tantos jugadores, buenos, pero quizá no tanto, que han estirado su talento hasta el infinito a base de esfuerzo y coraje para hacer que el Real Madrid culmine en lo alto una de las ligas más difíciles de los últimos años. Pase lo que pase el sábado, la ovación debe ser fuerte.

Y entretanto, en el último trago como José Alfredo Jiménez, alcemos las manos, bailando con una oscura curiosidad en el fondo del corazón: la de preguntarnos, entre danza y danza, qué penalti, qué fuera de juego, qué gol fantasma, qué delirio interpretativo del colegiado, nos habrán reservado, a los amigos de la Superliga, para la madre de todas las jornadas. Lo espero con más ansia que la alineación de Zidane.

Fotografías Imago.