Álvaro Arbeloa se despidió como se despiden los mejores, con dos grandes fiestas todavía por delante. Nada de dejarlo todo para la última noche cuando ya a nadie le importa lo que pasará al día siguiente. Se despidió manteado, entre honores, ovacionado y escuchando su nombre coreado al cielo de un Santiago Bernabéu al que visitó la lluvia para no perderse el adiós de uno de los nuestros.
Quizá la clave de todo el cariño recibido por Arbeloa en pocos días sea que se trata de uno de los nuestros. El madridista encuentra en él la profesionalidad y el amor por un club que, por muy grande y viejo que sea, sigue necesitando abrazos que le recuerden lo mucho que le quieren.
No faltó nadie. Sus compañeros le mimaron como si fuese el debutante que salta al césped por primera vez con el sueño de que el tren vuelva a pasar. Florentino Pérez lo abrazó con sincero gesto fraternal. Hasta leyendas del fútbol como Gerrard, Xabi Alonso, Roberto Carlos o el mismísimo Zidane hablaron y resumieron su paso por el Real Madrid con buenas palabras y agradecimiento. “Hay jugadores que no deberían salir nunca de aquí”, subrayó el eterno lateral brasileño en la televisión del club.
Algo habrá hecho bien Álvaro Arbeloa para que la gente del fútbol le trate de usted y sean únicamente los de siempre los que intenten empañar una despedida que será recordada por la naturalidad con la que surgió todo. Compararán y se preguntarán que por qué a él sí y a otros no. Cualquier atajo con tal de no asumir una incontestable realidad que arroja como respuesta que uno suele rodearse de los suyos cuando se despide.
Ahora le esperan dos partidos decisivos con el Real Madrid y un final de carrera lejos del equipo de toda su vida. Seguirá jugando y volverá -seguro que lo hará- cuando cuelgue las botas y disfrute de unas merecidas vacaciones con su gente. Arbeloa dejó las puertas del Bernabéu abiertas y no llevó llave. A su regreso las encontrará igual, porque así lo ha querido su trayectoria. Como buen defensa, defenderá a la entidad con el verbo al igual que lo ha hecho mientras las piernas le permitían mezclar la palabra con el juego.
Así todo, y recordando lo que escuché una vez, las mejores historias de amor son las que no acaban. Arbeloa ha llevado a la perfección el guión de la suya. Empezó una relación, se tomó un tiempo para encontrarse a sí mismo y volvió años después para jurar amor eterno y firmar con sus actos que nunca dejaría a esa bella mujer que un día lo atrapó para siempre.
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