Arbeloa: matrícula de honor

Es difícil no hacer comparaciones en este momento en el que se le pide a nuestra máxima estrella que salga a gritar por las calles su madridismo, que le cuente al mundo entero que por el Madrid está dispuesto a poner en riesgo lo que le queda de carrera profesional, que no importa la estrategia que le hayan recomendado sus abogados, que se deje de pensar con la cabeza y que coja el micrófono y anuncie a la vez el divorcio de Mendes y el amor eterno e incondicional al Madrid, a Florentino y a todos sus compañeros.

Es difícil no hacer la comparación y es muy fácil llegar a la conclusión de que, como si fuera fácil, Arbeloa sí parecía, y parece, pensar siempre en lo mejor para el Madrid.

Arbeloa jugaba, y bien que jugaba. Es injusto que se hable siempre más de su perfil fuera del campo. Jugador y titular del puto Real Madrid.

Es injusto pero se entiende porque es enorme. Cada declaración o cada tweet de Arbeloa es una verdad más grande que la anterior y muchas veces también una buena colleja para los anti. Arbeloa fue, por cierto, la segunda persona a la que seguí en Twitter, solo después de mi amiga Palo, que estaba conmigo cuando me abrí la cuenta quince minutos antes de que empezara en Lisboa una noche mágica. Pero si alguien piensa que se puede ser titular del Real Madrid solo por ser mito del madridismo twittero, que le digan a Coentrao que caliente que sale.

Jugaba, se dejaba la piel en el partido y, además, salía del campo y decía exactamente lo que pensábamos, hacía lo que nos gustaría que hicieran todos nuestros jugadores, sin caer en la cuenta de que en la carrera de jugador de fútbol no se estudia madridismo (aunque debiera) sino cómo ser el mejor del mundo, y ahí está Florentino para traernos a todos.

Pero Arbeloa, que sí estudió madridismo y sacó matrícula de honor, ha defendido a jugadores y entrenadores, al equipo, al club, a la afición, ha luchado por lo que creía que era justo y siempre con lealtad a su equipo y a sus amigos. Y puede que eso a él sí le costara parte de su carrera profesional. Él nos ha enseñado que se puede salir a hablar con los periodistas que te están esperando con la piedra en la mano, defender al equipo más odiado (por envidiado) y decir las cosas clarísimas sin convertirse en un payaso BIcolor, y no voy a dar más señas.

Lo bueno que tiene el Madrid es que, hayan estudiado madridismo desde pequeñitos o no, se puede amar a la vez al mejor jugador del mundo, al entrenador que no le ganó a la Roda pero, fíjate, lleva dos Champions en dos años, al central que te ha dado el momento de mayor gloria como madridista (ay, que me dejo a lukita) y a Arbeloa.

Amor para todos, pero hoy un poco más para él.