Antonio, un sabio

Antonio se ha ido y lo ha hecho como todo lo que hacía: con sencillez, con alegría y con un sentido común fuera del alcance del resto de los mortales. “Se ha ido a Ibiza a morirse”, me dijo Jesús este verano cuando le pregunté por él. Efectivamente, Antonio no se ha ido por sorpresa, sino que lo ha hecho de un modo consciente y ordenado, que no por ello menos espontáneo, como cualquiera de sus brillantes razonamientos, de sus diálogos o de sus deliciosos textos.

Hace cuatro años tuvo la generosidad de comenzar a colaborar con La Galerna, donde escribió 229 artículos, lo cual nos concedió la enorme fortuna de poder tratarlo y de disfrutar, desde la cercanía, de su sabiduría. Porque lo primero que cabe destacar de Antonio es que era un hombre sabio. Un sabio en su sentido más extenso. Alguien que dominaba cualquier campo del conocimiento inmerso en un aprendizaje continuo, en una propuesta de reflexión y discusión permanente, todo ello haciendo gala de una honestidad que blindaba con sentido crítico afilado y con la humildad de quien solía proclamar la relativa importancia de cualquier ser humano por sí solo.

Era frecuente encontrar a Antonio debatiendo con el resto de los usuarios en los comentarios de La Galerna. No solo sobre sus artículos, sino sobre cualquier otro. Siempre lo imaginaba con esa sonrisa perenne que iluminaba un corazón satisfecho, envuelto en el humo de su cigarrillo inhiesto y candente, entrando al trapo de alguna crítica en ocasiones, reconociendo la brillantez de su interlocutor en otras, con jocosidad a menudo, pero siempre departiendo como uno más, por más que supiese más que la inmensa mayoría.

Porque, por saber, nadie sabía más que Antonio, tampoco de fútbol. Sus crónicas de los partidos del Real Madrid en La Galerna eran las mejores que uno podía encontrar en cualquier medio. Su capacidad de análisis, de concreción y de exposición eran tales, que bien harían los que desean aprender sobre este deporte en releerlos para captar lo esencial de este juego, sin recurrir a requiebros o artificios, simplemente plasmando las inercias individuales y las sinergias colectivas, hasta formar una explicación completa y entendible.

Pero si de algo sabía Antonio era de la vida. Por eso vivió con intensidad y sin autoengaños. Por eso se fue a Ibiza a morirse con la satisfacción de quien siente que había merecido la pena vivir, despidiéndose de todos y dejando todo bien atado. Sin temor al final de la vida, un territorio que en absoluto le era extraño, pues vivió cada instante como si fuera el último, que es, en síntesis, en lo que consiste la sabiduría. La de Antonio. Un sabio.

Gracias por tanto.

Fotografías: Imago