Una de las primeras imágenes que recuerdo de Vinicius en España fue hace cuatro años, en un duelo de filiales contra el equipo del Frente Atlético. Su capitán, Tachi —hoy sin equipo tras un oscuro periplo en segunda—, no encontró mejor forma de parar al brasileño que pegarle un mordisco en plena cabeza. Desde entonces, Vinicius ha venido sufriendo una violencia en los terrenos de juego que de un tiempo a esta parte se ha ampliado a redes sociales y medios de comunicación. Vinicius y, por añadidura, el Real Madrid.
Contra el Mallorca, Vini fue objeto todo tipo de tarascadas. Maffeo, que ya el año pasado a punto estuvo de lesionarle, y Raíllo, capitán mallorquinista, disfrutaban en redes sociales atacando al brasileño de no se sabe muy bien qué. En los enfrentamientos con Rayo Vallecano y Cádiz, más de lo mismo. Y aquí, como protagonistas, dos jugadores con —casualidad— pasado atlético: el cadista, con el mismo estilista capilar que Maffeo, y el vallecano, con apellido de animal —Camello, para más señas—, vomitaban su odio antimadridista en Twitter e Instagram.
Como puede apreciarse, suelen ser jugadores de medio pelo quienes buscan que alguien les conozca a base de dar hachazos en el terreno de juego y de decir tonterías fuera de él. Son muertos de hambre que nunca llegarán a nada en el mundo del fútbol y que necesitan del barro para que les hagan caso. Cada vez que alguien juega contra el Madrid, sale el animal de turno para repartir estopa y ladrar después en redes, que todo va unido últimamente. Y una buena parte del periodismo deportivo ha comprado esa mercancía averiada a sabiendas, poniéndole además altavoces.
Los futbolistas antimadridistas suelen ser jugadores de medio pelo que buscan que alguien les conozca a base de dar hachazos en el terreno de juego y de decir tonterías fuera de él
Vini debe aprender a contar hasta diez. O diez mil si hace falta. ¿Injusto? A todas luces. Pero es un hecho que cada vez que salte al césped le van a buscar las vueltas, empleando violencia y juego sucio. Y que como ya le han colgado el sambenito de provocador, esas acciones serán poco menos que justificadas. Por muchos. Es fácil desde la comodidad del sofá pedir cabeza fría a quien acaba con las espinilleras gastadas cada partido, y encima tiene que leer después auténticos exabruptos. Pero no le queda otra. Es el precio que ha de pagar quien es infinitamente mejor que sus agresores —físicos y verbales— y quien será recordado como un excelente jugador importunado por gañanes. El club a nivel institucional no debe permitir que los malos ganen la batalla de un relato falaz. Y nosotros tampoco.
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