Estamos empapados de un ambiente tóxico, y no solo en el ámbito del fútbol, sino en general, en las redes sociales, en política, en los medios de comunicación, en el reactor número cuatro de Chernóbil, en la habitación de un adolescente, en las comunidades de vecinos, en la propia existencia, cuya naturaleza se torna cada vez más nociva, tanto, que a este paso la vida terminará por convertirse en la primera causa de muerte en el mundo.
El entorno, en particular el futbolístico, que es el que nos incumbe, es irrespirable. La escalada de crispación se debe a que toda acción provoca una reacción, y tiene una causa primigenia: el antimadridismo, que se escribe sin hache.
El antimadridismo originó que unos señores de filiación blaugrana decidieran buscar un atajo para lograr sus fines y optaran por la compra del estamento arbitral durante décadas vía Negreira y demás colaboradores necesarios, descansen o no en paz. Pero el fin no justifica los medios, aunque estos fueran Busquets, Xavi e Iniesta, por lo que la excelencia futbolística no es eximente del ilícito, sino que queda pervertida a perpetuidad cuando se graba con la mácula del delito.
Como toda acción provoca una reacción, ante una ofensa de tal calibre —no solo a él, sino también a la ley, el deporte, la moral, etcétera— el madridismo responde con vehemencia y exige las pertinentes responsabilidades judiciales y deportivas. Esta legítima defensa del madridismo es tomada por el antimadridismo, que no atiende a razones, como una afrenta, y replica con fuerza utilizando todas las tropas con las que cuenta en instituciones, organismos o prensa. Así una y otra vez.
La guerra es total porque no ha existido ni condena ni reparación tras el delito mayor, el del pago de millones de euros al vicepresidente del CTA por parte del FC Barcelona. Mientras no se haga justicia, cada directivo de los árbitros, de la Liga, del Barça o de la Federación vendrán impregnados del pecado original. Tampoco han tenido consecuencias otras infracciones o delitos, menores en comparación con el anterior, pero perniciosos también e incompatibles con una competición lícita, como las numerosas transgresiones de normativas económicas perpetradas por el universo Barça.
El entorno futbolístico es irrespirable y la causa primigenia es el antimadridismo, que se escribe sin hache
El mal se ha contagiado y cualquier hecho se juzga desde el prisma del antimadridismo, lo que provoca situaciones intolerables con decisiones arbitrales dantescas y posturas mediáticas y sociales repugnantes donde lacras como el racismo lo son o no en virtud de si la víctima milita en el Real Madrid.
Si el reactor número cuatro de Chernóbil estalla a causa de un negligente diseño unido a una manipulación incompetente y las autoridades soviéticas silban y niegan que haya ocurrido nada grave, el ambiente se irá contaminando paulatinamente hasta un grado incompatible con la vida.
Si el fútbol español explota debido a que el Barcelona compró durante años al estamento arbitral y las autoridades competentes silban y niegan que haya ocurrido nada grave, el ambiente se irá contaminando paulatinamente hasta un grado incompatible con el deporte.
Cuanto más tiempo se tarde en tomar medidas, más difícil y más larga será la descontaminación.
Antimadridismo se escribe sin hache porque además carece de humor, y por desgracia no solo afecta a quienes no son hinchas del club blanco, sino a un sector —ojalá ínfimo— de madridistas; a todos se nos viene a la cabeza algún ejemplo. La atmósfera venenosa originada por esta calamidad histórica provoca que el sentido del humor sea mirado con recelo, como si en momentos de máxima importancia y presión este fuera contraproducente, en lugar de una arma casi indispensable en virtud de su doble naturaleza de válvula de escape y arma de denuncia mediante el desposeimiento de la hipocresía que disfraza la realidad.
El humor es lo más serio entre las cosas menos serias
La crítica subyacente al humor a menudo cala en la sociedad de una manera más eficaz que otro tipo de discurso debido a la capacidad que tiene para mostrar la verdad sin aditamentos y causar daño solo en la diana del mal a extirpar, sin más estropicios colaterales que la sonrisa.
El humor no es para tomarlo a broma. No es ni ha de ser la única vía para devolver nuestra realidad, nuestro fútbol, a un ámbito legal y por tanto menos tóxico, pero no debe desdeñarse, tanto por su aptitud para lograr el objetivo, como por ser la máscara antigás que permite sobrevivir en un entorno irrespirable.
Decía Winston Churchill que el humor es una cosa muy seria, y Jorge Valdano —o Arrigo Sacchi— que el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes. Si se combinan ambas ideas puede concluirse que el humor es lo más serio entre las cosas menos serias.
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