El Madrid viaja a Bilbao con la Liga bailándole en el bolsillo como si fueran monedas sueltas. Por detrás no viene el Barcelona, ni el Atlético. Tampoco el Valencia o el Deportivo de La Coruña, sino el Sevilla. El Sevilla, el Betis y la Real Sociedad. Parece un campeonato de los años 30 del siglo XX y ocurre que, cuando la Liga se devalúa en gran parte por culpa de su patrón, también se hace ancha, profunda y evocadora. El mérito es estrictamente deportivo. A lo mejor no será ya «la mejor Liga del mundo», pero la española conserva algo que la superorganización y la mercadotecnia ideal de la Premier jamás podrá lograr, que es el interés y la diversión.
Parece un campeonato de los años 30 del siglo XX y ocurre que, cuando la Liga se devalúa en gran parte por culpa de su patrón, también se hace ancha, profunda y evocadora
La Liga, digo, se ha travestido de campeonato antiguo y en blanco y negro, de liga de los años de la República. La verdad es que el mundo en el que vivimos se parece un poco a aquel del período de entreguerras: la inestabilidad, los cambios y la incertidumbre son similares. En el fútbol pasa lo mismo. A menudo el fútbol anticipa transformaciones profundas o procesos sociales en marcha. Casi siempre, sencillamente, los refleja. A esa gente tan lista que escribe en los periódicos suele escapársele esto. Ya pasó con el Procés. La Superliga cataliza desde su abrupto anuncio en mayo pasado la necesidad de abordar una crisis de interés y de recursos que recuerda la que sacudió al fútbol a finales de los 20 y a principios de los 30 del siglo pasado. La profesionalización y el paso del amateurismo al salario regulado dejó por el camino a la mitad de clubes y personajes que existían en aquel momento en el planeta fútbol, que era un circuito muy estrecho reducido a unos pocos países europeos y sudamericanos. Fue como el paso del cine mundo al sonoro. Y allí, por supuesto, ya estaba el Madrid.
Siempre está el Madrid. El Madrid es la constante del siglo XX español. No sólo en el fútbol, o más allá del fútbol. La Liga debería nombrar socio de honor al Madrid y no por ser el que más veces la ha ganado sino por la puerta abierta al mundo que el Madrid ha sido siempre para el fútbol español. En lugar de ello su dueño le declara la guerra, porque Tebas encarna toda esa pequeñez española, la visión apolillada de las cosas. La pillería, el encono a la hora de preservar la parcelita. Javier Tebas representa esa oposición obtusa y por ello, férrea, de determinación inflexible, a todo lo que se atreva a pensar «out of the box» como dicen los anglosajones. Hace cien años el fútbol afrontaba su primer salto mortal y España cambiaba de régimen político. El mundo se descomponía camino del segundo Apocalipsis pero el Madrid se hacía un estadio nuevo. No sólo un estadio: se pagaba de su bolsillo, gracias a la aportación de socios y simpatizantes, el primer recinto exclusivamente dedicado al fútbol de masas que hubo en España.
Siempre está el Madrid. El Madrid es la constante del siglo XX español. No sólo en el fútbol, o más allá del fútbol. La Liga debería nombrar socio de honor al Madrid y no por ser el que más veces la ha ganado sino por la puerta abierta al mundo que el Madrid ha sido siempre para el fútbol español
Con el estadio vino la gente y con la gente, los buenos fichajes. Y los galácticos. Primero, Zamora, que ya era una estrella que gozaba del estatus social de los toreros. Con las estrellas vinieron los títulos: la primera Liga, las copas, los mano a mano con sevillanos y vascos. El Madrid viaja a Bilbao con el aliento del Sevilla en el cogote y resulta que en el Athletic juega hasta un Lecue, como aquel Simón también vizcaíno que reforzó al equipo tras ganar la Liga con el Betis en 1935. De 1931 a 1936 el Madrid gana dos campeonatos consecutivos (1932 y 1933) y es tres veces seguidas segundo (1934, 1935, 1936). En el 33 se queda cerca del doblete al perder la final de la Copa de la República contra el Athletic, que había sido subcampeón de Liga. En el 34 y en el 36 gana la Copa y se consagra como el segundo equipo de España tras el Bilbao, el auténtico dominador del primer tercio de la historia del balompié nacional. Lo más importante de todo es que meter la cabeza dentro de la terna vascocatalana fue el fruto de un plan preconcebido que destrozó la Guerra Civil y que, sin embargo, puso los cimientos (no sólo morales, el Madrid se reconstruye como sociedad gracias al crédito que puede pedir avalando con el estadio, que estaba en ruinas, pero estaba) del desmesurado gran salto adelante bernabeuísta en los años 40.
Precisamente cuando el Madrid estaba cerca de terminar las obras del segundo Estadio de Chamartín, el que ya llevaría el nombre del patriarca, el Sevilla ganó su única Liga. La historia no se repite, pero sí que lo hacen algunas condiciones materiales, algunas dinámicas. No deja de ser curioso que la Liga española, la Liga del Shylock Tebas, recupere en el campo el interés que sus mercaderes y sus videoárbitros se empeñan en quitarle. La Liga regresa a lo coral, a lo imprevisible, y parece una respuesta espontánea a la consideración generalizada de torneo menor con que los defensores a ultranza de la Superliga se emperran en tratarla. También es curioso que se abra el abanico de posibles campeones a la vez que se despeña su último gran dominador, el Barcelona, y el mejor animador de los últimos diez años, el Atlético de Madrid. Como en la historia y en la vida nunca hay nada que se quede vacío y todo hueco, rápidamente, se rellena, otros equipos ocupan el lugar de los caídos. Pero no es sólo eso. El Sevilla es el equipo, tras Madrid y Barcelona, que más títulos europeos ha ganado en el siglo XX. Lleva, a lo tonto, cerca de veinte años rondando los salones de palacio. Ha ganado finales al Liverpool de Klopp y al Inter de Antonio Conte. No es el Leicester. Que el campeonato se haga horizontal y no vertical no significa que el espectáculo se resienta, ni que por ello el que la gane tenga menos mérito: del desprestigio se encargan decisiones arbitrales corruptas, prevaricadoras.
El Madrid es lo que sobrevive al holocausto nuclear. Ni es casualidad ni es por tener «más dinero» que los demás
El Madrid de Cristiano y el Barcelona de Messi se han peleado como dos elefantes enormes durante diez años. Del suelo está creciendo otra hierba. Pero el Madrid persiste. El Madrid sigue ahí. El Madrid es lo que sobrevive al holocausto nuclear. Ni es casualidad ni es por tener «más dinero» que los demás. El cambio de paradigma en los 30 le cogió con músculo financiero suficiente como para fichar a Zamora, Ciriaco, Quincoces y José Samitier. El de los 50, para traerse a Di Stéfano, a Puskás y a Kopa. En los dos, la clave fue conservar la independencia y preservar los recursos propios. El Atlético casi desaparece tras echarse en manos de la Corona y del consorcio público-privado que levantó el primer Metropolitano: lo salvó el Ejército del Aire que acababa de vencer una guerra civil, y muchas décadas después lo han vuelto a salvar el capital chino y las instalaciones municipales de San Blas. Del Barcelona qué vamos a decir. El Madrid se apresta a estrenar su Tercer Chamartín con equipo suficiente como para disputar la Liga y mirar a la cara a los mejores de Europa. En todos los flashbacks hay una llama de fuego blanco que alumbra el mundo a su alrededor. Sigue siendo el Madrid, que viene de lejos y de cerca, como reza su himno nuevo. Viene del pasado y del futuro, y no hay nada de casualidad.
Fotografías Imago.
El Madrid es el único que siempre está ahí.
Saludos.
Precioso artículo.
Coincido. Gran artículo.
Muy buen artículo.
Historia pura Del Real Madrid.
Estas cosas me las contó mi padre