Al mismo tiempo que el Barsa se derrumbaba en el minuto noventa y dos y veintidós segundos en San Mamés, como si Iñaki Williams, en lugar de marcar un golazo de cabeza con un efecto diabólico, hubiera tirado del cable de conexión a la red (a la Copa) de los culés, el madridismo se conectaba.
No como el encendido del árbol de Navidad del Rockefeller o como el alumbrado de la Feria de Sevilla o como el delirio de los bilbaínos, pero sí como cuando al Terminator bueno, al que creíamos muerto, se le encendía la lucecita roja parpadeante para seguir funcionando.
El gol de Williams fue una millonésima parte parecido al gol de Ramos en la Décima, pero ese millonésimo fragmento de similitud fue para el madridismo esa millonésima alegría de vivir que le sirvió para irse a dormir tranquilo.
El gol de Iñaki fue una pastillita relajante que también ha servido para levantarse esta mañana descansado. Y además es una pastillita proactiva. El madridista piensa en la derrota del Bernabéu y le duele, pero entonces recuerda la píldora vizcaína y se le pasa. Esa pelota de Ibai prometía tanto que el toque de Williams apenas se sintió. Fue tan sutil que parecía que había marcado de golpe directo el extremo rojiblanco.
Luego se vio como el delantero la peinaba de tal forma, con tal rizo, que este sólo se vio cuando parecía que aquella se marchaba fuera de la portería. La pelota giró hacia dentro justo al llegar al palo. Fue como si una mano invisible la cogiera y la introdujera. Y reconozco que imaginé la mano de Zidane, su influjo salutífero, desenrollando suavemente el rulo en el momento preciso.
Yo me tomé aquello y al instante me sentí mejor. Tenía un ligero malestar. Tampoco un dolor. Una molestia inclasificable que se me pasó de una vez. Como si después de tomarme un chupito me hubiera venido un pequeño escalofrío de regusto que me hubiese hecho frotar las manos al calor de una imaginaria chimenea.
De repente, la noche desapacible se volvió confortable y, a pesar de que me acordaba del Bernabéu, me sentía bien. Yo que presumía de ser un madridista ajeno a lo exterior, incluso al Barcelona en sus cuitas personales, he descubierto (en realidad ya me lo descubrió Origi, y anteriormente Manolas) que una eliminación culé nunca está de más, ni mucho menos, y que, cuando además se produce al mismo tiempo que una eliminación del Madrid, tiene un efecto balsámico que yo hasta ayer negaba a pesar de las evidencias. Quizá el mejor madridista ha de sentir siempre y sin remilgos de este modo.
Un sentir despreocupado, casual, oportuno y pasajero. Como quién de repente se encuentra con una luna hermosa en el cielo al volver a casa después de un mal día en la oficina y esto le desahoga un instante lo suficiente, lo justo, para creer en su Madrid, en la vida, incluso más de lo que creía.
El señor Lobo ya lo dejó bien claro. Dejad de chuparos la polla.
Ay Mario, Mario, Mario de mis entretelas... Pones palabras a mis sentimientos, cacho cab... Cómo cojonia lo haces???
NO ERES TU SOLO , Y...............
HALA MADRID!!!!!
La verdad es que nos dejó en un estado de relajación maravilloso. Y escuchar luego a Setien diciendo que salvo el resultado todo había sido perfecto ya nos ha llevado al cielo de los humoristas