Aunque sea del Real Madrid, un partido de pretemporada puede ser tan aburrido como para Camba un museo, a los que el gallego decía acudir para estudiar pero nunca por gusto. Yo tengo la suerte de acudir a mi equipo por gusto igual que al café y disfrutar observando sus cuadros salvo precisamente en pretemporada, donde casi tengo que obligarme a encontrar sensaciones con todos esos jugadores desentumeciéndose en pachangas en las que poco más que se muestran, además del atuendo, sus habilidades de salón.
Ese gris nuevo es como haber salido un día de la mina de no ser por las franjas amarillas. Se me ocurre que es incluso el atavío de Richard Gere, a juego con su cabellera, cuando iba a visitar al Dalai Lama. Un color nada peligroso, un color incluso pacífico al que yo achacaba la violencia de Delph en el barrido a Lukita, que se volvió desde el suelo con cara de: “Esto no me lo hubieras hecho de haber venido de negro y con el dragón en el pecho”. Se ha pasado del animal fantástico en la elástica al color de la cabeza de Pellegrini y eso debe de tener sus consecuencias.
Estaba perdido en disquisiciones de peluquería cuando Carvajal se marchó a la media vuelta en diagonal y se la dejó a Bale (o a Khal Drogo) que lanzó desde la esquina una pelota alta a la olla con la casualidad de que allí no había un área sino una charca en la que bebía el flamenco Benzema. Tenía una pierna apoyada en el suelo y la otra se la sacó de entre las plumas para poner el balón ajustado y con efecto lejos de Hart, ese Dawson (crece) guardameta que se quedó tan triste como para llenar varios capítulos plomizos sobre la verdadera naturaleza del gol y sus perniciosos efectos en la adolescencia.
Ya había valido la pena la entrada en el museo, así que, animado, después de ese impresionismo, me hallé de pronto en la escuela alemana con un pase teledirigido (a mí que no me engañen pero vi el mando a distancia con el que Kroos pilotaba en el aire el balón) que atrapó Cristiano con el velcro de su bota y que después soltó de una patadita sutil para despegarlo. Tocó Hart esta vez pero la pelota acabó traspasando la línea, causándole al portero una nueva, quizá mayor, decepción de juventud.
En realidad lo de Karim es flamenquismo puro y su postura a una pierna lo mismo le sirve para el remate al óleo que para lanzar un contraataque a la acuarela; algo similar al pitido del capitán que lanza a sus tropas desde la trinchera.
El City tiquitaqueaba con porfía y yo no podía parar de imaginarme a los hermanos Gallagher borrachos arrancando sillas en el Cricket Ground indignados ante semejante afrenta. Para responder a esas maneras tan delicadas estaba Isco, que tenía por delante un partido de los que le gustan, uno de esos en los que a su término Del Bosque le hubiera echado una pérfida y sibilina bronca.
El malagueño y Gareth campaban a sus anchas. No había estrategia ni instrucciones de conducción de juego, sino que salía con el balón cualquiera al que le cayera en los pies como si fuera el patio de mi colegio, donde cada vez que se pillaba el esférico, ¡cómo para cederla!, podía ser la última con veinte partidos disputándose al mismo tiempo y en todas direcciones.
Los de Manchester insistían en sus toquecitos acotándolos en canchitas. Parecían decurias romanas avanzando muy juntos con sus cascos y sus escudos y sus espadas. Todo muy light y pseudoartístico. El único que imponía la fuerza y el estilo era Yayá Touré, que tiene una especie de clase pesada, como una elegancia de muchos quilos. Una elegancia distinta a la de Pellegrini (si se va suponer que la tiene) en cuyo banquillo le acompañaban dos clones, o dos hermanos; algo así como la Galerna de los Pellegrini en lugar de los Faerna.
El Madrid había certificado que ya juega con portero cuando marcó el tercero de un cabezazo de Pepe cuyo mérito estuvo en el precioso lanzamiento de esquina de Isco que cayó encima de la cabeza del portugués como la bala de un mortero. La afición australiana enloquecía a cada lance, por tramposo que fuera, y yo no podía dejar de pensar en qué hubieran hecho de haber visto a este equipo en la época de antes del Mundialito. Quizá se hubieran lanzado al vacío desde las gradas.
Las cámaras obviaron a un espontáneo que saltó al terreno de juego, pero nadie podía haber obviado al espontáneo que lleva Ramos dentro. Hubo penalti por mano, que fue anterior de Sterling, y Benítez aprovechó para foguearse en la banda con el árbitro. De nada sirvió y marcó Touré, para cerrar la primera parte, con la tranquilidad que da el haberse caído de pequeño dentro de una marmita de valeriana y pasiflora.
Ya casi no quedaban más ganas de este fútbol. Denayer la tomaba en los primeros compases de la reanudación con Jesé, y el público, como si fuera el de una plaza de tercera, le compraba con aplausos encendidos los saltos de la rana a Cristiano, que siempre quiere cortar orejas aunque sean de poco fuste. Me percaté de que Bale, efectivamente (como temía en el partido anterior), ya no corre sino que caracolea, reconvertido en Cagancho con Benítez como su Pedro Hermoso de Mendoza.
Yo ya no estaba a gusto sino casi obligado a estudiar el partido. Me distraía con que el comentarista de Sky Sports pronunciaba Danilo como J-Lo, Dani-Lo, y empecé a imaginarme a Jennifer López y sus coreografías. Volví al partido gracias a una vistosa combinación de Isco y Cristiano que terminó en gol anulado. Después hubo un poco de Bale que robaba como con un pico. Y otro poco del galés y del malagueño y otro tanto del siete.
Salió Casemiro porque ya debía de tocar irse a dormir en Australia, y también los Lucas, de los cuales Vázquez parece ese “chico tan majo” del que hablan las señoras del barrio en los programas de sucesos. Un tal Fernando, quizá natural de un barrio peligroso de Manchester, le dio con el pie a Cristiano en la entrepierna y yo ya no quise ver más. Le vi salir del campo por el túnel chocando manos igual que en la NBA, precedido de un Ramos que daba la impresión de marcharse para siempre.
Isco seguía en el campo y marcaba el cuarto con una tercera pierna llamada Cheryshev, tal era su omnipresencia; y en el minuto setenta y muchos yo ya me marché definitivamente, comprobando al salir que en la puerta del museo había cola como si hubiesen convocado un cásting.
Estimado Mario: ¿no le dio vergüenza trabajar en MARCA? Saludos
Estimado Chicago, sentiría decepcionarle pero no siento vergüenza. Entiendo el sentido de su comentario y se lo agradezco. Como en todas partes allí hay buenos profesionales y no tan buenos. Un abrazo.
Buenas tardes D. Mario, he pasado unos minutos deliciosos leyendo su artículo, el artículo es gracioso y dicharachero, pero viendo el calendario y que ya va faltando menos para el inicio de la temporada, me hubiera gustado que hubiese sido más concreto y hubiese comentado si le gusto el sistema de Benítez, el 4-2-4 miserable que al final de la temporada, nos condeno a la ruina, aunque intento disfrazarlo como un 4-3-3. poniendo a Isco en la media, me gustaría saber su opinión sobre que posiciones el Madrid debe trabajar para reforzarse, ya sabe, lo que en el argot forero se llama paji-plantillear. Lo repito es usted divertido, pero echo de menos algo de opinión, lo que en el argot forero se llama "mojarse".
Saludos blancos y comuneros
Querido C., me honra que le interese mi opinión al respecto y por ello no descarto del todo incluir alguna apreciación técnica en próximas ocasiones siempre y cuando pueda expresarme con propiedad. Confieso que soy esencialmente un observador y, ya que se me permite, escribo sobre el Madrid pensando en que es algo mucho más allá de tácticas y esquemas. Dicho de otro modo, prefiero pintar un cuadro que redactar un informe.
Si delicioso le ha parecido leer mi crónica, delicioso es también para mí que me lo haya hecho saber. Muchas gracias.