El padre Jarras se encontraba dentro del confesionario esperando pacientemente la llegada de algún fiel arrepentido de sus pecados. Escuchó unos pasos que se acercaban y un hombre comenzó a arrodillarse en el reclinatorio. A través de la cortinilla de separación, el párroco reconoció al señor Aniceto y suspiró para sus adentros con resignación. El señor Aniceto era una buena persona, pero tremendamente madridista. Y esto último no es que incomodase en absoluto al padre Jarras, pues él mismo también simpatizaba mucho con el club blanco. Pero ya estaba harto de reconvenirle y recordarle una y otra vez a Aniceto que el ritual del saludo en el confesionario se iniciaba con un "Ave María Purísima" y no con lo que él decía siempre, de tan madridista que era...
- ¡Hala María!
- Sin pecado concebida -respondió resignadamente el cura elevando los ojos al cielo.- El señor esté en tu corazón para que puedas arrepentirte humildemente de tus pecados...
- No he parado de pecar, padre. Sin ir más lejos, he robado, por ejemplo... ¿Es mucho el castigo por haber robado una percha en una tienda oficial del Real Madrid? Tenía impreso el escudo, tan bonito él... y no pude resistir la tentación...
- Lo primero que deberías hacer es devolverla, hijo mío. Florentino te perdonará. Y en cuanto a la penitencia que te pondré yo por eso, no te preocupes. Es un pecado bastante venial en comparación con otros. Para que te hagas una idea, el otro día vinieron a confesarse Obrevo y Aytekin. Y les puse tal penitencia que se convirtieron al budismo en el acto.
- Bien hecho, padre. Pero en cuanto a mí, el madridismo que profeso me obliga a pecar una y otra vez. No creo que me haya ahorrado ninguno de los pecados capitales...
- Debes estar exagerando, hijo. ¿Cómo puede ser tal cosa?
- No exagero nada, padre. Por ejemplo, la gula... El merengue me vuelve completamente loco. Merengue que veo, merengue que me zampo. Tartas, pasteles, pastelillos... Todo.
- Bueno, hijo; ahí deberías más bien confesarte ante un especialista en nutrición...
- Y luego está la soberbia que tengo. No puedo evitar el presumir constantemente de los títulos del Madrid. Sobre todo de las Champions. ¡Trece, padre! ¡Trece! ¿Qué me dice a eso? ¡Ni siquiera Jesucristo llegó a tal cifra de apóstoles!
El padre Jarras se persignó varias veces ante aquella irreverencia rayana en la blasfemia.
- Debes intentar contener esa soberbia, hijo. Está bien presumir de Champions, pero no tanto...
- ¿Lo ve, padre? Es lo que le decía. No puedo evitarlo. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que quiero más Champions. Todas las que pueda tener. ¡Y todas para mí! ¡Todas para el Madrid!
- No hay que ser tan avaricioso, hijo mío. Hay que dejar unas pocas también para los demás. Recuerda el refrán: la avaricia rompe la sala de trofeos.
- ¡Pues hacemos una más grande! ¿Qué problema hay?
- Ya hablaremos de eso cuando te imponga la penitencia... Pero sigamos con tus pecados. ¿Qué me dices de la lujuria? ¿Has cometido pecado de lujuria?
- ¡Ya lo creo, padre! Cada poco le regalo a mi mujer lencería blanca y prendas picantonas con el escudo del Real Madrid. Y no vea cómo me pone eso...
- ¡Ejem..! -carraspeó nerviosamente el párroco- Ya veo... y... ¿qué me dices de la envidia? ¿Has caído también en este pecado?
- Pues claro que sí. ¿Qué madridista no siente envidia de la prensa deportiva que gozan otras aficiones? Todo son halagos y bendiciones para con los demás equipos, menos para el Madrid, al que solo le reservan sus peores retóricas... ¿No sentiría usted envidia de los demás curas, si el obispo hablara muy bien de todos ellos menos de usted? ¿Y sin ninguna razón para ello?
El padre Jarras recordó lo culerazo que era el obispo y buena parte de sus propios hermanos de congregación, y estuvo en un tris de darle la razón a Aniceto...
- Hay que aceptar con humildad y resignación los designios de nuestro señor, Aniceto. ¿Algún pecado más?
- Sí. Los dantescos arbitrajes que le hacen una y otra vez al Madrid... ¡Me sacan de mis casillas! ¡Me llenan de ira! ¡De furor! Y luego observas los que le hacen al Barcelona... ¡y la ira se multiplica por mil! ¡¡Me consume la indignación!!
- Calma, Aniceto, hijo mío, calma... ¿No ves que estás pecando ahora mismo?
- Lo siento, padre. Pero es que se me llevan los demoniós, con perdón.
- Deberías tranquilizarte. Reflexionar. Tal vez esos arbitrajes tengan una justificación deportiva que los amparen. Podrías informarte debidamente y en profundidad acerca de ellos. Se me ocurre que los periodistas deportivos tienen que ser expertos en ese tema. Y si analizas sus comentarios y sus argumentos al respecto, que seguro que son de mucho peso y de gran objetividad, probablemente encontrarás que tu ira disminuirá notablemente...
- No se ofenda, padre, pero no sabe usted lo que está diciendo...
- Me parece intuir que no tienes muy buen concepto de ellos. Tal vez debieras escucharles con mayor aplicación y poner más atención a sus consideraciones y deliberaciones. Puede que así llegues al fondo del asunto y encuentres por fin la paz y el sosiego contigo mismo.
- Le aseguro que lo he intentado, padre. Pero me da mucha pereza escucharles. Cada vez más pereza...
El sacerdote meneó la cabeza condescendientemente. Aquel Aniceto era un caso irremediable.
- Bueno, hijo. ¿Algún pecado más? ¿No? Bien; pues la penitencia son cuatro Padrenuestros, tres Avemarías y siete Credos.
- Vaya... no llevo suelto. ¿Tiene cambio de diez Avemarías..?
Ya eran cerca de las ocho cuando el padre Jarras cerraba la puerta de la iglesia para irse a casa. En ese momento, se le acercó una mujer que rondaría los treinta y tantos años, con semblante de evidente preocupación.
- ¿Es usted el padre Jarras?
- Sí. ¿En qué puedo ayudarla?
- He oído que en el pasado practicó usted algunos exorcismos. Se trata de mi marido. ¡Tiene que ayudarme!
El sacerdote frunció el ceño y se mostró visiblemente huraño y esquivo.
- Eso fue hace mucho tiempo y... ¿quién se lo ha contado?
- Mi prima le limpia la casa al obispo y le contó nuestro problema. El propio obispo le dijo que no había mejor exorcista que usted. Por favor, ayúdenos...
¡Vaya por Dios! Una recomendada del mismísimo obispo. No podría negarse. En fin, qué se le iba a hacer. Recogió los bártulos necesarios para exorcismos y acompañó a la mujer hasta su casa. Por el camino, le pidió que le diera todos los detalles del caso.
- Mi marido está poseído. Ya no es él. ¡Se ha transformado en un ser horrible! Siempre fue muy madridista. Y ahora, han aparecido camisetas y bufandas del Barça por toda la habitación. Le tenemos sujeto a la cama con correas y no me explico cómo han llegado esas cosas allí. ¡Hasta el edredón es del Barça!
Al llegar a la casa, la mujer quiso que viera una foto de su marido anterior a la infernal posesión. Era un hombre guapo y apuesto. Y cuando entraron en la habitación y le vio tendido en la cama, el sacerdote quedó horrorizado. La cara de aquél hombre se había transformado horripilantemente. Se asemejaba a Luis Suárez protestando a un árbitro. Resultaba espeluznante. Aquella terrorífica cabeza giró casi 360 grados, miró a su mujer y dijo con voz demoníaca:
- ¿¡Has visto lo que ha hecho... la cochina de tu hija!?
Se refería a la niña pequeña de ambos, sentada en el suelo, que había ensuciado los pañales.
- Es mejor que saque a la niña de la habitación -aconsejó el cura a la mujer.- Aquí podría correr peligro.
Una vez a solas, el padre Jarras sacó un crucifijo de la sotana y lo extendió hacia aquel demonio.
- ¡Sal de este cuerpo, Satanás!
- JAJAJAJA... ¿Crees que me asustan los crucifijos?
Parecía que no le asustaban en absoluto. Entonces, el sacerdote sacó lentamente un frasco transparente, le quitó el tapón y se fue acercando a la cama haciendo ademán de salpicar con el líquido a aquél ser maligno.
- JAJAJAJA... ¿Crees que me asusta el agua bendita?
- No es agua bendita -dijo el cura mientras empezaba a salpicarle- ¡Es agua de La Cibeles!
- ¡NOOOO! ¡AAGGGHHH! ¡BASTAAA!
- ¡Sal de este cuerpo! ¡Te lo ordeno en nombre del Real Madrid! -exclamó el padre Jarras, a la vez que iba leyendo y recitando todos los éxitos conseguidos por el club blanco.
- ¡BASTAAA! ¡OOUUUGGGHHH! -gemía la maléfica entidad.
La cama comenzó a traquetear violentamente y fue levitando hasta que aquel ser diabólico se dió con la cabezota en el techo. Luego descendió lentamente, mientras el luciferino ente mascullaba frases ininteligibles en idiomas desconocidos, aunque con acento uruguayo. Al llegar al suelo, el padre Jarras volvió al ataque. Había agotado el agua cibelina, pero ahora había sustituido el crucifijo por un escudo del Real Madrid, y lo empuñaba hacia el Belcebú encamado.
- ¡Sal de este cuerpo, Satanás! ¡Sal de este cuerpo y entra en mí! ¡Entra en mí!
El malvado espíritu lo estaba pasando tan mal viendo aquel escudo y escuchando aquellas jaculatorias madridistas que decidió hacer caso y abandonó el cuerpo del maltrecho marido para entrar en el del cura. Cuando el padre Jarras se dio cuenta de que ya casi estaba poseído por el maligno, tomó la valiente decisión de arrojarse por la ventana. Moriría, sí. Pero tambien lo haría con él el Demonio...
Días después, todo había vuelto a la normalidad. El marido estaba totalmente restablecido y el matrimonio y la pequeña hija desayunaban apaciblemente entre sonrisas y completa felicidad.
- Por cierto, querida ¿Has sabido algo del padre Jarras?
- Algo he oído, sí... Fue muy extraña su manera de marcharse de casa, rompiendo el cristal y saliendo por la ventana, ¿verdad?
- Bueno, teniendo en cuenta que vivimos en un bajo, tal vez tenía mucha prisa y decidió irse por ahí. ¿Y qué es lo que has oído de él?
- Sigue dando misa en la iglesia y confesando a la gente. Pero dicen que ha cambiado mucho y que se comporta de un modo inusitado, sobre todo a la hora de repartir las hostias...
- Bueno, esta tarde iré a confesarme allí con él, en compañía de mi amigo Aniceto, y ya te contaré qué tal le va...
¡¡¡Qué bueno, Van Cleef!!! Lo he pasado muy bien leyendo el artículo e imaginando al poseído como Luis Suárez protestando a un árbitro. Tenía que dar mucho miedo.