Dicen odiar el fútbol moderno, y se proclaman hijos putativos, orgullosos herederos, de la sinrazón de los responsables de la extinción del fútbol antiguo en nuestras gradas.
Por causa de su violencia, hoy no estamos de pie. Por culpa de su maldita, de su estúpida violencia, se extinguieron como los dinosaurios aquellas entrañables chaquetillas blancas. Un meteorito social acabó con su tránsito inverosímil, zigzagueante, entre la masa amontada que en su propia apretura se defiende del frío. Nadie racionará ya, en vasos como dedales, el “Fundador” que nos calentaba los músculos esas gélidas noches de invierno, cuando todavía en Madrid conocemos el significado de la palabra nevada, y el corazón en las tardes lánguidas de la primavera.
No volveremos a vivir aquél “¡Hala Madrid!” sin pausa, sin paréntesis, sin sosiego, que acalla el “A la bim, a la bam,…” de los colchoneros, hechos fuertes a nuestra espalda, en las filas de lateral cubierta, donde no llueve ni nieva, para discutir, que es compartir, una rivalidad de esas de fútbol antiguo, con mucha menos violencia en las gradas que en el barro.
Y entonces llegaron vuestros padres.
¿Qué nos vais a contar vosotros de animar y de gradas? ¿Qué nos vais a contar, sobre todo, del fútbol antiguo que nunca conocisteis? Lo extinguieron vuestros padres espirituales en Heysel. Hoy hace 30 años. Un minuto de silencio.
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