En realidad no sé por qué me pongo a ver un espectáculo con tantas rayas. Porque a mí las rayas me sientan regular. Sobre todo en lunes y en sesión doble. Es como ir de safari y estar viendo pasar constantemente a las cebras delante de ti. Se lo tengo que decir (ya se lo he dicho) a mi querido editor, don Jesús Bengoechea. Yo a estas horas de la noche y con tanta raya me mareo. Para estos casos es buena la biodramina: para los viajes en barco y para hacer las crónicas de equipos rayados. A las diez me he tomado la pastilla y a las diez y cuarto, más o menos, ya podía distinguir algo. Rayas verticales, horizontales, diagonales, cruzadas… Menuda diferencia de verlo todo blanco. Verlo todo blanco es una maravilla, entre otras cosas, porque los ojos no se me cruzan y así luego se puede decir algo coherente que agradezcan los lectores.
Decía que hasta el minuto quince, aproximadamente, no pude ver gran cosa, pero me solazaba con las voces del Manolo y de Kiko, que lo comentaban todo con enorme objetividad. De hecho me llegaba tal cantidad de objetividad que no fui capaz de distinguir si querían que marcase cinco, diez o quince goles el Barsa, equipo que salió con las ideas muy claras pero no tanto como las del Athletic. Cada fuera de juego era casi como aquella celebración loca y fallida de Higuaín. O como los reclutas del sargento Highway cada mañana al comprobar que no habían logrado encontrar la misma camiseta: un amanecer diario con el torso al aire para irse acostumbrando. Beñat, desde el viernes, ha pasado de ser aizkolari a korrikolari, que es algo que habría que explicarle al locutor cuando hablaba de Iniesta y no sé qué galopadas (aunque a lo mejor mi vista aún no estaba preparada para apreciarlas). Porque si lo de Iniesta eran galopadas, lo de Beñat a mí me parecía la cuadriga entera de Messala, con sus cuchillas y todo, viniéndoseme encima del sofá.
Lo cierto es que los korrikolaris eran todo el Bilbao y no sólo Beñat, el aventurero. Cortaban que era un gusto antes de salir corriendo encomendados a Aduriz, esa estrella local que atornillaba las piernas en la yerba para parar la pelota con su pecho del norte. El Barcelona intentaba abrir huecos y lucirse con las paredes. Pero para pared Etxeita, ante el que el genio de Fuentealbilla se chocaba una y otra vez como ante un castillo hinchable. Este Athletic tiene pinta de que, dentro de treinta años, los viejos reciten sus nombres de carrerilla como desde Carmelo a Orúe, que es una cosa muy bilbaína que no sucedía desde hace mucho más que treinta y un años.
Estaban por todas partes esos leones. De hecho le di un sorbo a mi cerveza y creí tener un pelo en mi lengua, pero no: era un jugador del Athletic. Yo, perdonen mi ignorancia futbolística, pero veía posibles jugadores madridistas en todas las demarcaciones. Hasta vi a Beñat sonreírme con los ojos de Lukita. Qué me aspen. Aunque a quien se tenía que aspar era a Luis Enrique, que no terminaba de creérselo. O a Alves, a quien esta vez fue Laporte (Laporte demarraba todo el rato con su nombre de ciclista, y yo le imaginaba levantando los brazos en la meta de los Lagos de Covadonga), después de Sabin el viernes, quien le hizo recordar la importancia de sus cortes de pelo. Ahora mismo el brasileño de uniforme azulgrana y sin sus tocados es un lateral invisible. Y si hablamos de atuendos qué decir de Balenziaga, todo un diseño especial para Messi de paisano. Se adelantaban tanto los vizcaínos que me recordaban a mi madre, que siempre llega media hora antes a los sitios; y quien, por cierto, estaba de visita y al cruzar el salón me preguntó quién era el tal raquítico, y yo le dije que era un jugador muy bueno.
Hubo un momento en que pensé que Eraso quería forzar al pobre Iniesta, tal fue la violencia con la que quiso rasgarle la camiseta. El árbitro lo vio feo y le sacó la tarjeta amarilla. Pasaba el tiempo y el marcador seguía cuatro a cero. Los culés, tramposillos, sacaban las faltas antes de tiempo pero el árbitro les obligaba a repetirlas y, cuando lo hacían, de pronto les salía Susaeta por debajo, como un topo. Fue al final de la primera parte cuando Mascherano, en un eslalon de carácter, trastocó el esquema para que terminara marcando Messi, que ya no reacciona a los estímulos, ni siquiera a los goles. Luego Iraizoz se hizo un huevo alrededor de la pelota dentro de su portería, mientras se podía ver que Pedro ya no es Pedrito, sino el reverso tenebroso de su dibujo animado.
Los korrikolaris siguieron a lo suyo también en la segunda parte. Si cabe con mayor ahínco y efectividad, lo cual hizo que Piqué, la ambición rubia, tuviera un lío con el línea como si fuera el santo de Like a prayer, provocando la condena del Vaticano. Tan bien le iban las cosas al Athletic que se ofuscó un poco y el Barcelona se hizo notar más que en todo el partido. Pero sólo fue un arrebato. Aduriz, en ausencia del gol, comenzó a gesticular como una gran dama de la escena. Primero desmayándose ante un empujón de Mascherano y luego levantándole el dedo a Bravo como le gustaba hacer a Marlon Brando. Al final terminó marcando el empate solo y de rebote, para mayor gloria de la defensa barcelonista. Decía Kiko que a Lionel le faltaba “un metrito”, y después el locutor comentaba en un lance que a Messi le pasaba por encima la pelota: la sangría culé llegaba hasta el subconsciente. Yo en esas, pasados los efectos de la pastilla, ya estaba mareado de verdad y para la próxima (lejana porque ya llega mi Madrid) veré los partidos de rayas con gafas de 3D, que es como los ven los barcelonistas.
Estos aficionados, en su evolución, han desarrollado la facultad de ser vistos sin sus gafas de tres dimensiones, aunque las lleven. Pero si uno se concentra les puede ver. Yo los he visto. Bartomeu las lleva; y también, por ejemplo, Laporta acompañadas de puro y barretina ladeada como el sombrero de James Cagney. Yo me puse unas gafas cualquiera y me observé en el reflejo del televisor y parecía un culé auténtico. Me las quité horrorizado, pero luego me las volví a poner sintiendo un invencible morbo. Yo era como Alicia a través del espejo, que es como debe de sentirse esa gente. Me imaginé a Zanco Panco, y a Tararí y a Tarará, y a todos los periodistas futboleros leyendo el Galimatazo allí en el mundo del espejo donde todo sucede del revés.
Ya no soy solo yo el infectado, su virus se lo he inoculado a mi padre. Que también opina que es brillante, divertido, mordaz...Especialmente nos ha gustado lo de la objetividad y el metrito. En relación al artículo anterior a mi padre le ha encantado las imágenes sobre Kiko.
Un saludo grande.
PD: Entiendo que la referencia a las cuadrigas era un homenaje hacia mí 😉
Es un placer que su padre su una a esta fiesta.
No maneja internet lo máximo el teletexto. Pero le encantan algunas maravillas como esta pagina. No os dará ningún click por visitas pero ya es un ferviente admirador por algunos artículos y crónicas que le he leído. Os anima a seguir así.
Un saludo grande también para los dos
¡Gracias!
Mario, es inevitable leerte desde el título con una sonrisa ya instalada en el rostro. Y, a medida que voy avanzando en la lectura, la sonrisa es más grande; e, incluso, en ocasiones suelto alguna carcajada. Especialmente cuando, al leer tu descripción de una jugada, la recuerdo en mi mente y termino diciendo: ¡¡¡¡pero si es tal cual como lo cuenta Mario!!!
Al final, voy a tener que ir al mercadillo y comprarme una de esas gafas de 3D, para cuando en algún momento vuelvas a narrarnos un partidos de los de las rayas. ;)))
Aunque ahora -ya sí que sí- comienza lo bueno, el verdadero fútbol, el de los blancos (así que guarda la caja de Biodramina). ¡¡¡Hala Madrid y nada más!!!
Amiga Hechi, no había visto tu comentario. Gracias mil. Ya nada de biodramina ni de gafas de 3D!! Jajaja
KorrikAlari, don Mario, korrikalari.
Alguna pega tendría que encontrarle que sino se nos dormirá en los laureles 🙂
Gracias por la corrección amigo G., y mis disculpas. Ese "sino" suyo va separado, por cierto. Jajaja. Un abrazo.