Dos años largos después de que se fuera del Madrid, Ramos, que ha regresado a la liga española, se enfrenta de nuevo al equipo de su vida con la misma camiseta de la primera vez, la del Sevilla. El último gran zar de la historia del autoritarismo madridista, el hombre que movía montañas, rechazó a finales de agosto un quintal de oro por jugar en el campeonato de juguete que se están montando los sheiks en Arabia y prefirió volver a donde comenzó su carrera como futbolista, cumpliendo una deuda “con su abuelo y con su padre” según contó emocionado al bajarse del tren en Santa Justa.
Sergio Ramos, como todos los hombres excepcionales que han modificado con sus leyes el paisaje del mundo, no toma decisiones convencionales ni sensatas, porque la sensatez dictaba que era locura arrojarse sobre el área del Atlético de Madrid en Lisboa, en el minuto 93 de la final de la Copa de Europa, porque estaba llena de alambre de espino y de feroces hombres armados.
La gente no lo entiende y se ríe de él. Luego, como mentó al Madrid tras una decisión arbitral polémica contra el Sevilla en un partido recuente, el madridista se amostazó con él porque en realidad le tiene ganas desde mucho antes, desde que naciera. Así es el destino de los hacedores de mundos, gentes movidos por oscuros designios incomprensibles. Ramos, el tercer emperador romano de Itálica, se llevó toda su infancia ensayando en un descampado de Camas achicharrado por el sol cabezazos imposibles a centros imaginarios que le mandaba el niño Modric desde el aparcamiento de un hotel de Zadar. Esa era su misión, salvar el mundo de millones de madridistas que décadas después abominarían de él tratándolo como si fuera un rey en el exilio.
La gente nunca toleró su estilo personal de andar por entre las cosas, la poesía violenta de su juego, sus espantás toreras y sus declaraciones con el corazón en la boca. El madridismo ultraortodoxo ama la apariencia del chico bueno y bien peinado y Ramos, que es un príncipe gitano, viene directamente del tronco negro del faraón. A él lo escribió Lorca, no un columnista de variedades, y su visión del mundo, decididamente patriarcal, es de otra época, de un mundo en el que los jefes siguen yendo a caballo. Como todos los grandes aventureros, acabó mal, pero valió la pena. En un lugar donde Florentino Pérez es como los emperadores chinos, cuya visión está prohibida para la plebe y cuyas decisiones son incontestables, Ramos decidió jugarle una partida de póker con 34 años y en el crepúsculo de su plenitud que por supuesto perdió porque el presidente es más listo y tenía mejores cartas. Eso también forma parte de la belleza de su tragedia, como el cabezazo de Materazzi traza un grandioso claroscuro a lo Caravaggio en el lienzo de la vida de Zidane. Los héroes de verdad viven sus vidas siempre a un centímetro del disparate.
ramos, el tercer emperador romano de Itálica, se llevó toda su infancia ensayando en un descampado de Camas achicharrado por el sol cabezazos imposibles a centros imaginarios que le mandaba el niño Modric desde el aparcamiento de un hotel de Zadar
Ramos, que es uno de los mejores futbolistas de la historia del Madrid y su mejor capitán desde la Reconquista, merecería una ovación cerrada y larga, como las de las grandes noches en la ópera, cuando volviera a pisar el Bernabéu. Si será extraordinario el camero que la primera vez que volvió, aunque no jugó, lo hizo con el PSG y fue una noche de éxtasis legendario para el madridismo. Transformó la convención social acerca de lo que era un defensa central y se fundió con la tradición de los grandes próceres de la historia del mundo, yendo siempre hacia adelante con la cabeza levantada, como si en cada tackle al delantero rival fuese Hernán Cortés entrando en Tenochtitlán. En lugar de eso encontrará gestos mohínos e incomprensión. Al Pacino decía en Scarface que él siempre dice la verdad incluso cuando miente. Al ser presentado con el Sevilla en su regreso Ramos se disculpó ante los biris, que le habían deseado la muerte a coro y llamado hijo de puta en el mismo campo en que Ramos perdió a Puerta, amigo y compañero de cantera sevillista. Para sobrevivir en la jungla hay que hacer cosas innombrables y cualquiera puede tener una opinión al respecto, pero lo cierto es que Ramos tuvo el coraje de enfrentarse en público a una de las gradas más infames de España regalando para los anales una de las fotos más hermosas del fútbol español contemporáneo, tan cobarde: la de un hombre libre erguido frente a la turba, imponiéndoles silencio desde el púlpito de su talento.
Ramos, que es uno de los mejores futbolistas de la historia del Madrid y su mejor capitán desde la Reconquista, merecería una ovación cerrada y larga, como las de las grandes noches en la ópera, cuando volviera a pisar el Bernabéu
Es una auténtica lástima que Ramos no pueda estrenar el Tercer Chamartín como capitán del Madrid, y que se perdiera la fabulosa catorcena del año pasado, donde como Modric, Kronos, Benzema, Marcelo y Casemiro, él también debió estar para recibir el último gran homenaje del fútbol a un equipo que está fuera del tiempo. Pero un patriarca vive con las consecuencias de sus decisiones y su camino termina completando en círculo junto al Guadalquivir, junto a esa finca que se ha hecho como los reyes de la tauromaquia para criar en libertad niños y caballos. Él es un genuino purasangre que escribió con la suya la historia del mejor club del mundo, y eso permanecerá para siempre como las dos enormes piedras pétreas, sin su tronco, que se yerguen en el desierto, del Ozymandias de Shelley. Nadie podrá jamás borrar la alegría y el amor, y Ramos y el Madrid se quisieron mucho. Fruto de ello es la leyenda, que de boca en boca seguirá siendo contada entre las generaciones de los hombres, mucho tiempo después de que las pequeñas murmuraciones hayan apagado su eco para siempre. Ante Sergio Ramos yo sólo puedo imitar a Belmonte, que se destocaba cada vez que pasaba delante de la casa de la viuda de Concha y Sierra en la calle O’Donnell de Sevilla, la ganadera que crió a Barbero, el toro que le cambió la vida. Ramos nos cambió la vida a cabezazos, y a cabezazos hizo saltar la tapa del laberinto, del que hizo salir al Madrid por arriba, con las orejas y el rabo del minotauro cogidas en las manos.
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Ramos es un héroe para todos nosotros. Eso no significa que haya estado siempre acertado. Las luces son mucho más que las sombras, y hay que quedarse con lo bueno (y lo grandioso) que hizo por nosotros.
Hay dos goles que marcan a los madridistas de menos de 50 años, y por tanto, sus autores deben ser semidioses para nosotros. Pedja y Ramos, son nuestros Hércules
Ramos siempre fue servil con el Sevilla y su afición, y solo se enfrentó a la grada Biri cuando le llamaron hijo de puta. Sus partidos contra el Sevilla, para llorar.
Es una leyenda blanca, pero el Bernabéu no puede recibir con honor y gloria a un jugador despechado y enfundado con la camiseta del Sevilla. Yo lo recibiría así: silencio.
Todos los genios son incomprendidos y tienen su lado oscuro o, cuando menos, desproporcionado.
Lo bueno, lo mejor, que ha hecho Sergio Ramos por el Madrid no puede ni compararse , por lo que de odioso resultaría, con lo que no ha estado tan bien. Todo lo que no sea un recibimiento agradecido , por parte del madridismo, yo no lo entendería.
Sergio Ramos será héroe del madridismo para siempre. Ha conseguido la inmortalidad. Otros, alguno incluso mejor futbolista que él, no llegaron a tanto.
“Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”