El año pasado, más o menos por estas mismas fechas, me animaba a bautizar al Santiago Bernabéu como El rectángulo de las Bermudas. Esto, como una forma de conmemorar los “paranormales” acontecimientos que en ese legendario campo se sucedieron repetidamente, desestimando con la más rotunda irreverencia todos los pronósticos de temarios expertos y de incluso reputados algoritmos, que osaron ir en contra de las posibilidades del Real Madrid de alcanzar la 14ª Champions League de su historia.
Así las cosas, una primavera más nos encuentra a los millones de madridistas del mundo entero atentos al sorteo, a los cruces y a las cábalas que la recta final de tan apasionante torneo nos propone, encontrándonos con que otra vez el empedernido azar reta la capacidad del Real Madrid, al empujarlo por el camino menos deseado por cualquier aspirante a la Final de Estambul, aquel en el que predominan los baches, las emboscadas, los francotiradores furtivos, las arenas movedizas y las minas de mayor riesgo, sugiriendo así, un año más, que levantar otra “orejona” es una gesta muy poco probable de conseguir, incluso para el equipo de los milagros. Sí, el sorteo indiscutiblemente nos ha vuelto a cruzar con los rivales más poderosos y temidos del continente y pocos confían en que seamos capaces de repetir la hazaña por 15ª vez.
No obstante, mucho más que a esa evidencia innegable, temo al mazazo que implicó no tener la opción de jugar los cruces de vuelta en nuestro rectángulo de las Bermudas, en nuestro Bernabéu. Con ello perdimos el comodín de sumar la vibra, el aliento y la fe de nuestra afición a la contienda en el verdadero ocaso de la eliminatoria, si nos resultase urgente generar ese estado de clímax y trance capaz de desencajar, diluir y hacer claudicar, en cuestión de segundos, al más temido oponente, haciéndole bajar la cabeza e hincar la rodilla con la irremediable resignación de quien no pudo, aun habiéndolo dado todo.
Sí, temo muchísimo que nuestros cracks tengan que afrontar los duelos decisivos de vuelta en soledad, lejos del calor de su ejército de aficionados. Sin embargo, debo confesar que me preocupa todavía más que deban afrontar el partido en casa sin el objetivo claro en sus cabezas.
Y me explico. Como consultor y coach puedo asegurarles que tener un plan, óptima y conscientemente diseñado, es fundamental para optimizar las posibilidades de éxito de cualquier emprendimiento (parece obvio, pero la realidad es que normalmente no lo tenemos). Y ese plan, pienso que idealmente debe ser construido detalladamente, haciendo uso del principio que fundamente la ingeniería inversa, por lo tanto, como una especie de cascada partiendo del que debe ser indefectiblemente su origen: un objetivo absolutamente claro y definido.
Por ello, me preocupa inmensamente que jugadores y afición se den cita en el Bernabéu con la máxima ilusión y con la motivación a tope, pero sin ese objetivo claro y definido, porque corremos el riesgo de sucumbir al cansancio y a la dificultad, y dejarnos ir contando con que en la vuelta ya tendremos tiempo para recomponer o completar lo que hayamos dejado pendiente en la ida. Porque es una reacción común de la naturaleza humana que cuando aún nos queda tiempo, cuando todavía no hemos agotado todas nuestras opciones y queda margen de reacción en el futuro, nos permitamos procrastinar el remate de la faena y guardarnos el esfuerzo final para después. Pasa en los negocios, pasa en el fútbol… y pasa en la vida (ténganlo siempre presente y evítenlo, serán más efectivos y más felices). Y les confieso que me da mucho miedo pensar que ese tan común mal hábito nos llegue a impedir sacarle el máximo provecho a la magia de nuestro Bernabéu y llevarnos a afrontar así lo que viene, sin ese ideal marco que suele propiciar nuestras increíbles remontadas: partido en casa + objetivo claro.
autoimponernos voluntariamente salir a ganar el partido de ida al menos por 3 goles de diferencia
Así como en la vida, esta vez los madridistas necesitamos adaptarnos a las circunstancias y revertir la desventaja de competir sin que se nos haya fijado claramente el objetivo a alcanzar. Sí, el destino nos empuja a lanzarnos al combate a ciegas. Por ello, para estos cuartos y semis de la Champions, propongo marcarnos en cada caso un objetivo exigente e innegociable, como si estos estuvieran determinados por resultados adversos en imaginarios partidos de ida que nos obligan ahora a tener que remontar. Por ejemplo: autoimponernos voluntariamente salir a ganar el partido de ida al menos por 3 goles de diferencia, cueste lo que cueste. Sugiero hacer de ello una consigna que dé la vuelta al mundo, empiece a mermar la confianza del adversario y contagie a los jugadores y al cuerpo técnico al punto que acepten el reto que eso supone, y a partir de ahí, equipo y afición, empujar juntos hasta conseguirlo ¿Se animan? Se escuchan propuestas para hacer despegar esta iniciativa…
En todo caso, confío plenamente en que Carletto sea capaz de fijar en el consciente y en el subconsciente de sus jugadores un objetivo en número de goles lo suficientemente ambicioso y lograr alcanzarlo con la inestimable ayuda de nuestro abnegado y cómplice público. Así, el plan habrá funcionado, el objetivo se habrá cumplido y la consecuencia será que dispondremos de un cómodo colchón de seguridad que servirá para iniciar el camino a la 15ª Champions, esta vez, con dos históricas pRemontadas.
¡Hala Madrid!
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