Sin saber exactamente de dónde provenía, había una sensación irreal alrededor del Madrid. Una idea, desde luego no instalada en la plantilla, de que a nada que apretase el equipo le iba a valer para llevarse la Final. Una sensación externa que, si ya vimos en el primer partido tenía poco de real, se terminó por desplomar este domingo, en el segundo duelo, ganado merecidamente por el Valencia Basket (79-86).
Los de Pedro Martínez ya avisaron el viernes que iban a hacer sudar muchísimo a los de Laso si querían renovar el título de ACB. Eso, como mínimo, para así quizá soñar más alto. Pero lo prioritario era regresar a Valencia con un 1-1. Y, de momento, ya han recuperado el factor cancha, de vital importancia en estos playoffs.
El Madrid puede agarrarse a la estadística o salir corriendo ante ella, según de la forma que quiera mirarse. Porque esa estadística dice que sólo una vez en toda la historia de la ACB el equipo con factor cancha a favor no se había llevado la Final tras ganar primer partido. Ese equipo fue el Barcelona, en 2016. Y su rival, el Madrid, capaz de encadenar tres victorias seguidas entonces. Ahora, las cartas están en distinta mano y son los merengues quienes han de pujar por no convertirse en el Barça de 2016. Tras el 1-0 del viernes, se llevan un duro 1-1 para la Comunidad Valenciana. La historia, otra vez toca huir quizá de ella, dice que de las doce ocasiones en que una Final a cinco partidos ha empezado 1-1, siete de ellas se han resuelto para el equipo visitante, hoy Valencia.
Vista la evolución de la serie, se antoja dificilísimo pronosticar nada de aquí en adelante, aunque también estábamos en las mismas durante los cuartos de final de la Euroliga y el Madrid resolvió con dos victorias consecutivas en Estambul. ¿Qué falló en el cuadro blanco? La espesura inicial, el ser incapaz hasta el tercer cuarto de meter el ritmo del partido, de ponerse por delante en el marcador, de ejercer su autoridad. Y no fue así porque el Valencia, ya lo dijimos el viernes, sabe a lo que juega, mueve el balón con una soltura propia de un finalista de tres competiciones oficiales esta campaña, y sabe lo que quiere. Añadan a todos estos ingredientes nombres como los de San Emeterio, Sikma o Boban Dubljevic.
El montenegrino aniquiló la resistencia enemiga con 22 puntos y 9 rebotes. Amo y señor de la pintura y de lo que no fue la pintura. Firmó un 1/4 en triples, pero su único acierto llegó en el último cuarto, cuando el Madrid quería coger la manija de la tarde (66-64). Varios puntos seguidos con su rúbrica y otros tres en la recta final, cuando Llull ya se había liado la manta a la cabeza, bien escudado por Nocioni, prendieron el petardo taronja. Con 79-79, Dubljevic metió una canasta cuando le defendía hasta Pablo Laso. Superó un 2x1, una defensa perfecta ante la que supo sacar el balón desde casi el infierno, por el lado izquierdo y con cinco décimas en la posesión para saltar la banca (79-81). Quedaba poco más de un minuto, pero el Madrid ya había perdido. La templanza de Diot, que antes ya había definido con un triple desde nueve metros, fue insuperable. Toda la flojera de piernas del primer partido no apareció para el Valencia en esta ocasión.
Pedro Martínez sacó pecho en la rueda de prensa con el manido argumento de que se les había dado por muertos tras el 1-0. No me consta nadie que sepa de esto de verdad haya enterrado al Valencia tras lo visto el viernes. Otra cosa son los pronósticos, que siguen muy abiertos. Y el Madrid sigue siendo favorito. El miércoles, más.
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Plantilla confeccionada
con algunas grandes carencias.
Las supera con solvencia
con excepciones contadas.
Con jugadores de clase
es fácil ganar partidos,
pero el problema ha surgido
desde el puesto de base.
Llull no será eterno.
Draper está de paso.
Y Dondic, aunque es muy bueno,
es aún soldado raso.
¡Chacho te echamos de menos!
El primero, Pablo Laso.
Mejor sería decir que el Madrid no sobrevive a Laso.
Es inconcebible que un equipo como éste esté tan poco preparado en ataque , dónde la mayor parte de las veces la estragegia consiste en darle la bola a Llull y que el menorquín haga lo que le salga de los pelendengues. Lo de la defensa con la mirada ya lo hemos asumido como algo cotidiano.
Bojan Dubljevic se pasó, el final del tercer cuarto y toooodo el último cuarto, con cuatro -¡cuatro!- faltas personales. Y, a nadie se le ocurrió forzarle la quinta. Ni los que estaban en la cancha ni los que estaban ¿dirigiendo? el partido. Consecuencia: él solito (casi) nos ganó el encuentro.
¡Para hacérselo mirar!
Buenas tardes hace usted bien en señalar la canasta del Montenegrino, como absolutamente
determinante, ahí se nos fue el partido, claro que si los árbitros hubieran señalado los pasos
así en plural que menudo bailoteo se marco el balcánico, aún reconociendo el partidazo valencianista
no le hubiera costado a usted nada señalar los dichosos pasos, anda que si hubiera sido al revés
hoy noticia en la portada de todos los programas de deportes.
Saludos blancos, castellanos y comuneros