78-89: Real Madrid y Final Four son sinónimos

Quien estuvo en ese día de abril de 2011 en la Caja Mágica, quien cubrió aquella gesta del Real Madrid, que se metía en una Final Four 15 años después, saben que permanecer en la élite europea es una tarea ardua, atroz, de la que el Madrid no obtuvo buenos réditos durante tres lustros. Aquella noche de primavera los blancos culminaban un curso tortuoso, dimisión de Messina mediante, pero amarraban una plaza entre los cuatro mejores de Europa.

Esa gesta, con un vestuario de autogestión, con Lele Molín de títere, supuso el inicio de algo. El Madrid volvía con los mejores, al Madrid le dejaba de perseguir su propia historia, que tanto daño le había hecho desde 1996.

Hoy, 28 de abril de 2017, el Real Madrid sigue instalado con los mejores del Viejo Continente. En las últimas siete Final Four desde aquella de 2011, los de Concha Espina han estado presentes en cinco, tres de manera consecutiva (2013,2014 y 2015). A la espera de lo que suceda en mayo en Estambul, han jugado tres finales seguidas y han alzado ante su gente, en el Palacio de los Deportes, la Novena Copa de Europa. Se trata de un periodo de tiempo brutal, exitoso, con Laso firmando un triunfal 4/6 en clasificaciones a la Final Four. Al Madrid, de siempre, se le pide que como mínimo compita entre los grandes, porque grande es. Lo lleva haciendo desde esa velada primaveral del lejanísimo 2011.

Si de algo puede alardear esta versión de miércoles y viernes turca, de este Madrid de doble partido en casa del Darussafaka, barrio financiero de Estambul, es de haber destapado sus mejores esencias de siempre. Nadie pondrá el grito en el cielo si decimos que estamos ante el mejor equipo de la historia de la sección, al menos de la historia contemporánea. A veces sorprende que todavía se cuestione el papel de Laso en todo lo logrado. Pero esto es el Madrid, también para situaciones así.

El cuarto partido (78-89) fue una continuación del tercero, quizá no tanto en el suceder de los puntos en el electrónico, que también, sino por la idea global que daba el Madrid de tenerlo todo controlado. Y no, no es fácil, nunca lo es, acceder a una Final Four. Lo que sucede es que quizá estemos tan bien acostumbrados a la forma de hilar el baloncesto que tiene este equipo, que a veces nos parezca sencillo. Para quien así lo crea, que repase los dos primeros duelos en España y el 1-1 con el que viajó el Madrid a Estambul. Lo tenía todo complicado, que no todo en contra, y fue entonces cuando, miércoles y viernes, logró salir adelante como mejor sabía, esto es, jugando al baloncesto. No, no es ninguna perogrullada. Creo que me entienden.

Sería injusto individualizar errores y virtudes de ayer y de hoy cuando se habla de un trabajo coral, pero si me permiten, y más allá de la enésima aparición de Llull cuando el rival se acercaba con peligro en el último cuarto, vale la mención de Trey Thompinks, cuatro abierto estelar, 15 puntos. Es curioso lo del estadounidense, que entra siempre en la recta final de la temporada con una finura que no había demostrado previamente apenas. Lo hizo en 2016 y lo hace ahora en 2017. Por impacto y escenario, su mejor encuentro de blanco. Su juego en el segundo cuarto, espectacularmente escoltado por Luka Doncic, sirvió para hacer volar al Madrid.

Y sí, qué bueno es Llull y qué bueno es este Madrid cuando no sólo apela a él como único recurso. En huir de la ‘Llulldependencia’, en aplicar el valor del jugador como recurso frecuente pero no eterno, ha estado una de las virtudes de la victoria. Para qué basar todo en una única pieza si lo que tienes detrás es fantástico. El equipo lo vio y  lo corrigió después del 1-1 y lo transformó en un rotundo 3-1.

Cuarta Final Four en cinco temporadas. Que lo cotidiano de esta maravilla no quite su tremendo valor. El Madrid nació para competir. Y en eso no falla desde 2011.