Hoy, 1 de diciembre de 2022, se cumplen 24 años del aguanís de Raúl, el gol que a la postre —todo artículo deportivo ha de incluir un “a la postre”, “aledaño” o “prolegómeno”— sirvió para que el Real Madrid ganase su segunda Intercontinental, en esta ocasión frente al Vasco da Gama.
En 1998 este campeonato aún se conocía como Copa intercontinental —aunque oficialmente se denominaba Copa Europea-Sudamericana—, se jugaba a partido único, en Japón desde 1980, y su vencedor era el ganador del enfrentamiento entre el campeón de la Champions de la UEFA y el de la Copa Libertadores de la CONMEBOL. Después, al mundo le dio por jugar al fútbol más en serio y hubo que incluir más continentes.
Debido precisamente a que se celebraba en Japón, el horario en España era cuanto menos raro: las 11 de la mañana. Jueves, para más señas. Si Tebas hubiese sido presidente de la FIFA no habría habido problema, porque habría fijado la hora del partido con el objetivo de mejorar las audiencias en otros lugares, es decir, a las 21:00, hora española, las 5:00 de la madrugada en Japón. Café para todos.
Los madridistas adultos que ya estábamos vivos hace 24 años nos encontrábamos pletóricos, entonces era un acontecimiento jugar una Intercontinental, llevábamos 32 años sin ganar la Copa de Europa, por lo que nadie quería perderse el partido. Pero debido al horario y a que se trataba de un día laborable, quien más y quien menos se encontraba trabajando o estudiando, salvo que se dedicasen a tareas políticas, y el seguimiento de la final se antojaba complicado. Hubo quien prolongó el desayuno, quien sufrió una lumbalgia fulminante, a quien se le murió por tercera vez un tío abuelo del pueblo, o quien, como es mi caso, vio el partido mientras trabajaba gracias una solución audiovisual itinerante.
En 1998 era un acontecimiento jugar una Intercontinental, nadie quería perderse el partido. Pero debido al horario quien más y quien menos se encontraba trabajando o estudiando. Hubo quien prolongó el desayuno, quien sufrió una lumbalgia fulminante, a quien se le murió por tercera vez un tío abuelo del pueblo...
En la empresa éramos todos madridistas y alguien llevó una tele de las que por entonces se conocían como “teles de la cocina”, es decir, un armatoste con la pantalla como una tablet cuadrada, no más de 14 pulgadas, y más culo que un Seat 1500. Había que tirar un cable de antena de 10 metros desde la entrada y la señal era como poco mejorable. Lo recuerdo porque era la práctica habitual en eventos de este tipo, hacíamos lo mismo con los mundiales, que por aquella época me interesaban. Lo hicimos muchas veces hasta que dejamos de hacerlo.
No voy a decir que recuerdo el desarrollo del partido perfectamente, pero sí que el Madrid se adelantó con un gol en propia puerta de los brasileños. Roberto Carlos había propinado un centro —porque muchas veces Roberto los centros los propinaba— similar a los que ahora ejecuta Fede Valverde y un defensor había rematado sin querer a gol.
En aquella época no estábamos acostumbrados a ganar torneros internacionales y vivíamos las finales aún más al filo del infarto, un infarto que a punto estuvimos de sufrir cuando Juninho Pernambucano marcó un golazo tras una parada meritoria de Illgner.
Avanzaba la segunda parte, aquello seguía empate y el Vasco da Gama creaba ocasiones de peligro, nos iba a dar algo. El partido se acababa y entonces Clarence Seedorf, que jugaba al fútbol como los ángeles, pasó a Raúl desde su propio campo y el resto es historia. El siete, vestido con la camiseta brillante post-Séptima, mató el balón con la punta del pie izquierdo sobre la línea del área grande, recortó a un primer defensor que se deslizó ante nuestros ojos como un vagón perplejo a la deriva, ejecutó el aguanís y colocó el balón dentro de la portería con la derecha. El deliro del mediodía. No voy a decir que gritásemos el gol como el reciente de Mijatovic frente a la Juve, pero la alegría fue formidable.
Soy capaz de describir el gol con cierta fidelidad tras haberlo visto en incontables ocasiones, porque en mi cabeza Raúl dribló a no menos de veinticuatro futbolistas rivales antes de anotar. Esta hipérbole memorística también me ocurre con el tanto que marcó al Atleti en el que volvió loco a Juanma López, mi sensación fue que regateó a todo el Vicente Calderón.
Como a todo el mundo, el cerebro me engaña constantemente, como es el caso de ahora, que terminando de escribir este artículo me doy cuenta de que en el año 1998 yo estaba en la universidad y probablemente fuera la Intercontinental del 2000 la que acabo de sumar al palmarés del Real Madrid en esta pieza. Ruego que me disculpen, no ha sido adrede, se lo prometo.
Getty Images.
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