Ese traje blanco como para asistir a la boda de Farruquito y no a su presentación como madridista dejó en uno una huella indeleble. Como en una turbia declaración de intenciones completó su atuendo señalado de aquel día con la camisa y la corbata negras. ¿Iba a ser Ramos aquel Cornelius van Baerle, el jardinero creador del tulipán negro? Para todo jugador que llega al Real Madrid, por corta que sea su estancia, la vida de blanco es una existencia plena llena de aventuras, de pasiones, de misterio o de giros del destino. No hay tiempo ni lugar para acomodarse a no ser que uno se llame Casillas, quien después de algunas venturosas escaramuzas juveniles seguidas de un admirable desarrollo profesional, decidió aposentarse bajo los palos en el mismísimo trono de hierro hasta el punto de acabar convertido en Joffrey.
A Sergio la Sociedad Hortícola le encomendó la tarea de crear la flor oscura. El joven defensa sevillano no manejó las perjudiciales semillas que son las pasiones políticas y se propuso aprender. No hubo en él obsesión ni rival alguno como el envidioso Boxtel. El chico era una maravilla y se le perdonaba que hubiera venido como para marcarse un zapateado. Al fin y al cabo iba de blanco. El de Camas ha sido protagonista de todos los cuentos del género: el Colmillo Blanco de London, La Pimpinela Escarlata de Orcz, el Gato Negro e incluso el Escarabajo de Oro de Poe. Algo así sólo puede suceder en Concha Espina y en la literatura, donde Ramos quedó inmortalizado en Lisboa por una cifra (92.48) como Pessoa y sus pseudónimos. Fue su cabezazo una ascensión a las alturas, acaso un canto de cisne, de la que sólo se puede bajar. Y recibió su beso por ello.
Hoy, tantos años después, toda esa trayectoria atlética y poética se epiloga en culebrón de sobremesa. Toda una estrella de Hollywood prestándose a un serial de calidad ínfima: David Hasselhoff apareciendo en la tele borracho cuando antes salvó vidas en Malibú y poseyó el coche fantástico. Ortega le hubiera dicho: “no es esto, no es esto…” como si la República fuera el club más grande del mundo, igual que si la prensa deportiva, siempre dispuesta, hubiera apoyado la disolución de las órdenes religiosas. Mourinho dijo que el futuro del Madrid era él, pero lo mismo hoy escribiría una rectificación de su perfil y de su tono como el filósofo español: “Se trata, señores, de innumerables cosas egregias, que podríamos hacer juntos y que se resumen todas ellas en esto: organizar la alegría de la República española”.
Desde hace unos días el Madrid pesa veintiún Ramos menos sin su alma. La alegría de Sergio pasa por el bolsillo que enseña alegremente, historia vieja y radicalismo y no el viejo y zarandeado señorío cuyo expediente aquí se cubriría con la discreción; de la que no sabía cuándo se presentó en Madrid casi en carroza, y que no parece haber aprendido tras más de un decenio vestido de blanco. Ahora se descubre que nunca se quitó la camisa y la corbata negras, y que no es el Cornelius de Dumas que escribió sobre su puerta, como Grotius en la pared de su celda el día que escapó: “A veces se ha sufrido lo bastante para tener derecho a no decir jamás: Soy demasiado feliz”.
Christopher Lasch, en sus escritos hace una contundente crítica de las deficiencias detectadas en los valores de las élites profesionales y directivas de nuestro tiempo.
Ud, cita a Ortega y Gasset, y perdone mi petulancia reforzando su símil con el criterio de Lasch y con su opinión de las élites, de manera que la "rebelión de las masas " del filósofo español se convierte aquí en la "rebelión de las élites", entes móviles y con una visión cada vez más global que se niegan a aceptar límites o lazos tanto nacionales como locales.
¡Enhorabuena por su artículo y siempre hala Madrid!
Muchas gracias Alex. ¡Hala Madrid!