2-0: Puñalada en Londres

En un lugar llamado Stamford Bridge uno siempre espera sufrir. Sea una puñalada trapera del viejo Jack en un callejón de Whitechapel o sea atrapado en un pub repleto de pintas rebosantes y decenas de hooligans del Chelsea y del Milwall.

Esperábamos pasarlo mal. Lo que no podíamos sospechar es que íbamos -iban- a gritar tanto tan pronto. El arbitraje, tan casero como las croquetas de la amable señora que sustituyó a Marcelo en la mesa electoral, dejó pasar por alto una inolvidable sucesión de leñazos a Hazard, Kroos y Nacho, cuyo grito, dicho sea de paso, pudo oírse en Gibraltar. Más adelante, otro aullido de Mendy tras enésima tarascada blue pudo oírse en toda la Commonwealth.

A los 10 minutos avisó Kroos. Respondió Rudiger, más imponente aún enmascarado, con un tremendo zapatazo. Mason Mount se sumaría poco después al primer intercambio de hostilidades con un regate en una baldosa sobre un Militao voluntarioso pero perdido en un lateral muy poco auxiliado por Vinicius.

El Chelsea castigaba cada pérdida con añejo aroma de The Punisher. Pero Werner no es Frank Castle. Un inocente fuera de juego privó a su equipo de abrir el marcador. Mal bautismo para un 9 llamarse Timo y, sobre todo, un gran disgusto para el comentarista de la tele.

La réplica la protagonizó Karim con una deliciosa media vuelta desde fuera del área que salvó el felino senegalés Mendy bajo el arco blue. Cual forastero mascando tabaco a su entrada en un Saloon del lejano Oeste, cuanto más masticaba la jugada el Madrid más temor infundía.

Sin embargo, al filo de la media hora sería curiosamente Werner quien descerrajara el primer disparo mortal sobre los blancos. Puede decirse que le dieron el revolver desenfundado. El origen, un temerario intento de anticipación de Casemiro sobre Kante que superó al paulista, rompió líneas y sirvió para Havertz, solo, dentro del área. El alemán levantó con clase la pelota sobre Courtois y el balón, pizpireto, rebotó de vuelta al campo desde el larguero para que Werner rematara a un palmo a gol con la testa. Era más difícil fallarlo.

El Madrid, amarrado a la posesión y sufriente ante la agresividad blue, no acabó nunca de imponer su ritmo. Sólo un fogonazo de clase de Modric, que sirvió un espectacular centro para cabezazo solvente de Karim que salvó de nuevo el senegalés Mendy pudo encender siquiera un instante la esperanza en nuestros corazones. Entonces no podíamos sospechar que ésta sería nuestra última gran ocasión. De hecho, nos fuimos al descanso pensando que sólo un gol nos separaba de igualar la eliminatoria.

Al poco de la reanudación sería Havertz, que estrelló su testarazo en el larguero, quien nos recordara que esto iba a ser complicado. El Madrid parecía aturdido, confuso como Hazard en busca del Edén, y desenfocado como un Vinicius sin identidad. Mount, llamado a brillar en la Eurocopa con los Pross, pudo sentenciar ante un equipo grogui. Solo cabía esperar el último gran golpe del boxeador sonado o una intervención divina de Zinedine desde el banquillo. No llegaron ninguna.

Y mientras esperábamos emergió la figura del gigante flamenco bajo los palos. Primero ante Mount y después, mano a mano con Havertz, Courtois mantuvo al Madrid  moribundo pero vivo, en la semifinal.

Así las cosas, ingresaban Valverde y Asensio sobre el verde en lugar de unos barrocos Mendy y Vinicius. Buscaba Zidane que la garra del charrúa y el talento de la zurda del balear, aún como recontrarequete improvisados laterales, provocaran la sacudida eléctrica que necesitaba el partido para los blancos.

El uruguayo lo demostró pronto salvando una nueva contra letal de los ingleses, que se plantaron de nuevo, solos, esta vez Kanté, ante Courtois. El Pajarito contagió su energía a un todavía equipo maltrecho que por momentos parecía sacudirse de encima el desánimo.

Fue un espejismo. Lo que verdaderamente siempre rondaba cual fantasmal Holandés Errante sobre los mares fue el gol de la sentencia. Old Bailey in London que llegó tras un nuevo robo de un pletórico, de nuevo, Kanté.

El Madrid, exhausto, vacío, fatigado, castigado por una temporada pandémica y más de cincuenta lesiones, murió desangrado, apuñalado, en un callejón oscuro de Londres.

Pero nunca solo.

A por la Liga.