La eficiencia retorna poco a poco

Aunque Anoeta no sea precisamente el campo más proclive a reconocer las virtudes del Real, símbolo de un centro detestado por parte de su parroquia, Gareth Bale le debe algunas actuaciones destacadas y el equipo más de una temporada con victorias inapelables. Llevábamos la tira esperando que el galés volviese a correr como nadie con el balón controlado, demostrando otra vez que sus galopadas son letales si el pase resulta correcto. Ahora queda desempolvar el remate de cabeza y el zambombazo de su pierna izquierda, porque conseguir una potencia descomunal trabajando duro desde la segunda infancia le expuso a poder romperse por lo mismo, una ironía reservada al atleta.

Si en vez de músculos hubiese pulido el intelecto con información y reflexión nada parejo hubiese sido concebible ni posible; pero tampoco habría sido nadie hasta varias décadas después, e incluso solo post mortem. El precio de la gloria a corto plazo es rozar el balón de oro un día, para acercarse otro al pelotón de los gregarios, aunque en el caso de Bale las señales sean esperanzadoras y quizá pronto reaccione a la alopecia precoz como Zidane, lanzándose de paso a hablar sin ayuda de traductor.

Excelente fue el partido del joven Mayoral, que corrió, regateó y finalizó como Morata o Aubameyang, cuando hace apenas nada jugaba en el Castilla. Theo anuló por completo a su extremo, sumándose con habilidad y fuerza al ataque; Varane volvió a demostrar que está entre los cinco mejores centrales del mundo, y el resto anduvo de notable, por más que ni Isco ni Modric tuviesen una noche acorde con su maestría habitual en darlo salida al balón.

Este Madrid aprende a presionar cada vez mejor -superando el inconveniente primario aparejado a acumular estrellas galácticas-, y si persevera en ello será un hueso invencible, o muy poco menos.