En la presente campaña se cumplirán diez años de una de las mayores gestas de la competición europea, la conquista de la Décima; para muchos, entonces y ahora, una Copa de Europa al nivel de la Séptima. Palabras mayores.
Existen momentos destinados a permanecer en la eternidad. Del mismo modo que cruce del Rubicón, el asalto a la Bastilla o la toma de Normandía alteraron la historia, el salto de Ramos en el minuto 93 habita en el pedestal del imaginario madridista. Aquel gol agitó como pocos el corazón blanco (bordeando el ataque) y modificó el destino de un partido clave, costumbre arraigada en Chamartín.
En el verano de 2013, el Real Madrid cambió el dedo de Mourinho (con todo lo que ello significaba) por la ceja apaciguadora de Ancelotti. Fue el segundo entrenador italiano que pisaba la Casa Blanca, aunque no podría mediar más distancia con la filosofía y maneras de su predecesor, Fabio Capello. También llegaron Carvajal, Isco y Bale, además de la incorporación de Casemiro del Castilla. El equipo llevaba más de una década sin alzar la Champions, por lo que la tradicional obligación histórica de los blancos comenzaba a virar hacia la obsesión.
El mayor acierto de Carletto fue su solución ante el mayor de sus desvelos: el equilibrio. Con Benzema, Cristiano y Bale como punta de lanza, tenía que encontrar una fórmula de compensación en el centro del campo. Y vaya que si lo hizo. Retrasó a Di María como interior izquierdo, con lo que ganó músculo, toque y recorrido, y colocó a Modric como interior diestro, lugar donde el croata comenzaría a practicar el mejor fútbol de su carrera. Ancelotti convirtió el problema en genialidad.
La Juventus le dio picante a la liguilla de aquella Champions. Era el vigente campeón de Italia y por ahí andaban Buffon, Tévez, Chiellini, Pirlo… ninguna broma. Una victoria por la mínima en el Bernabéu (2-1) y un meritorio empate en Italia finiquitó el asunto. Los otros dos rivales, el Galatasaray de Drogba y Sneijder, y el Copenhague, contaron por derrotas sus enfrentamientos contra los blancos.
Del mismo modo que cruce del Rubicón, el asalto a la Bastilla o la toma de Normandía alteraron la historia, el salto de Ramos en el minuto 93 habita en el pedestal del imaginario madridista
Las eliminatorias previas a la final hablaron alemán. Primero fue el Schalke 04, equipo simpático desde el paso de Raúl por sus filas. Huntelaar, Draxler y Farfán poco pudieron hacer ante el vendaval en la ida (1-6) y la suficiencia en la vuelta (3-1). El Borussia Dortmund subió el nivel en los cuartos. Todavía coleaba la eliminatoria del año anterior en la que Lewandowski se lució con cuatro goles. Tocaba afilar los cuchillos. La ida (3-0) resultó clave, pues la derrota en el Signal Iduna Park por 2-0 fue dolorosamente insuficiente para los germanos. Fue el típico paseo por el precipicio que siempre sufre el campeón en su camino a la cima.
Los tambores de guerra llegaron en semifinales, nada menos que contra el Bayern de Guardiola, defensor del título y de la idea del fútbol (léase la ironía). Su alineación, es cierto, provocaba cierto temblor de piernas a poco que fueras sensato. Los teutones contaban con Neuer, Alaba, Kroos, Ribery, Robben y Mandzukic, un delantero que siempre parecía tener alguna cuenta pendiente. La ida dejó todo abierto (1-0) y Rummenigge, un tipo al que no le hace falta corneta para acudir a cualquier trinchera, aprovechó para soltar aquello de “Arderán hasta los árboles de Múnich”. Y vaya que si ardieron. El Madrid, en un partido casi perfecto, endosó un 0-4 al equipo de Guardiola, que tuvo que mandar a la basura el libreto de aquella noche.
Y entonces llegó la final, un partido histórico desde el comienzo, pues, por primera vez, dos equipos de la misma ciudad se jugarían la Champions League. Los rojiblancos tenían el sello del primer Simeone. Era un equipo incómodo, difícil de jugar, de los que te hacían preferir el dentista antes de vértelas con ellos en un terreno de juego. Y así resultó el partido. Disputado, de rompe y rasga hasta el final… con el pequeño detalle de que el Madrid llegó a los noventa minutos por detrás en el marcador merced a un estrepitoso fallo de Casillas.
El resto es historia. Sólo el Real Madrid es capaz de bailar sobre la cuerda, de enarbolar la fe cuando los suyos comienzan a dudar y los contrarios ya celebran. Al Madrid nunca lo puedes dar por muerto, porque entonces hace lo que mejor sabe: volver del inframundo para golpearte y alzarse con la victoria.
El gol de Ramos, un cabezazo rematado con la fuerza de todo el madridismo, fue el triunfo del ADN blanco. Tres goles más, en la prórroga, coronaron a un Real Madrid que ese año volvió donde le corresponde, la cúspide de Europa, y demostró que remontar también es una forma de vida.
Getty Images.
Única corrección: la exhibición de Lewy no fue en el Bernabéu, fue en el Iduna Park. Por lo demás, excelso artículo.
Detalle corregido. ¡Muchas gracias!
Recuerda el partido de vuelta contra el Borussia que Di María falló un penalti al principio y después a sufrir hasta que entró Casemiro en la segunda parte y las cosas se calmaron, nunca entenderé la poca hola que le dió Ancelotti que incluso se tuvo que ir cedido al oporto la temporada siguiente, en la época reciente hizo unas declaraciones lamentando no tener mejor ojo con Casemiro en aquella etapa aunque yo creo que es algo endémico del Madrid post ley Bosman el no dar opciones a canteranos sin al menos haberse ido cedidos o traspasados con opción de compra a otro club.
Del resto recordar el baño de juego en la primera parte del Bernabéu del Bayern al Madrid pero una contra finalizada por Benzema y luego en la segunda parte ya igualó las fuerzas el Madrid, en la vuelta cerró la boca a la prepotencia bávara y del meacolonias.
En la final decir que el Madrid en la segunda parte ya había hecho méritos de sobra para empatar e incluso ganar el partido antes del gol de Ramos después del cante de Casillas en la primera y en la prórroga ya todos (incluso los del pateti) ya sabíamos que el partido no llegaba a los penaltis y se decantaba del lado bueno de la historia
Efectivamente, el vuelo de Ramos en el 93 fueron segundos históricos que muchos no olvidaremos mientras vivamos. Pocas veces un gol que era un empate ha significado tanto. Ningún equipo en el mundo hace esas cosas, ninguno.