Unos 296 kilómetros separan Madrid de Cáceres, tierra de conquistadores. Hasta allí llegó placido Carletto en autobús disfrutando del paisaje ibérico. No obstante, mayor fue el periplo del equipo anfitrión aterrizado desde el Nepal apenas dos días antes. Al parecer el Club Polideportivo Cacereño derrotó en Katmandú a la selección nepalí, la Roja de por allí, pero sin futbolistas shaolin, en un encuentro amistoso que tenía por objetivo promocionar un centro budista en Cáceres que lucirá un Siddhārtha Gautama “Buda” de 47 metros.
Son las cosas locas de la Copa. Como Juan Carlos Rivero.
Tras un emotivo minuto de silencio en memoria de O Rei, que ni es Borbón ni es mesías, comenzamos el partido en el Príncipe Felipe recordando que la última vez que el Madrid alzó una Copa del Rey —la del Expreso de Cardiff y los isquiotibiales de Bartra— el monarca, por apenas unos meses, aún era su padre, Juan Carlos. De Borbón y Dos Sicilias, no Rivero, que como decíamos también andaba allí flotando en el ambiente.
Sobre un terreno de juego con tantas calvas como el frontispicio de este cronista se activó el cepo mortal que constituyen las tempranas rondas de la Copa de Su Majestad a lo largo y ancho de la piel de toro. El Cacereño, todo pundonor, pronto acorraló a un once de meritorios de Ancelotti, pero, ojo, con dos finalista del Mundial (Camavinga y Tchouaméni) y una delantera digna del ímprobo torneo catarí (Asensio, Hazard y Goes). Incluso debutó esta temporada Odriozola, otrora Puñal de la Concha, aunque en el lateral zurdo.
No se apreció sobre el verde por otra parte mayor entusiasmo. Ocho largos minutos que parecieron una hora y media tardó el Madrid en sobrepasar el centro del campo. Valientes, agresivos y esforzados, los extremeños se vaciaron en anular toda línea de creación merengue. Por momentos asistimos al advenimiento del Zorongollo Mecánico.
Súbitamente, el corajudo Cacereño se tornó leñero. El Madrid aceptó el envite y Cuadra Fernández convirtió un encuentro tosco pero noble en una suerte de coitus interruptus permanente, falta va, falta viene
Un fuera de juego de Asesino señalado por la linieresa malogró el clásico gol de Lucas por los recónditos rincones de los campos de España. Poco después, Ceballos disparó con brío pero sin mordiente sobre el arco Cacereño. Poco más. Na. Un testarazo de Militao en un saque de esquina a las manos del portero, si acaso.
Por el contrario, Lunin, sobrio, sí tuvo que emplearse un par de veces para atajar la amenaza cacereña. Súbitamente, el corajudo Cacereño se tornó leñero. El Madrid de la mano de Camavinga aceptó el envite y Cuadra Fernández, el del pito, convirtió un encuentro tosco pero noble en una suerte de coitus interruptus permanente, falta va, falta viene.
Así llegamos sin goles al descanso y con el vértigo del abismo de la Copa acechando en el horizonte más inmediato. Ancelotti movió fichas, pero poco. Rüdiger sustituyó a Militao y Valverde a un deslucido Tchouaméni en busca de mayor energía en la medular, esa que comenzaba a agotársele al Cacereño. Los jóvenes del Castilla en el banquillo, dadas las circunstancias, despertaban más ilusión en el hincha, aunque pocos minutos después sí pudimos ver a Kaiser Vallejo, que entraba en sustitución de Odriozola, al parecer y lamentablemente aquejado de un pinchazo en el bíceps femoral.
El Madrid, aún gris, sostuvo mejor a los locales en los primeros compases de la reanudación. Hasta Rodrygo se quedo mano a mano con el portero, pero había fuera de juego.
Otro offside tardío dejó en nada una fenomenal intervención de Lunin tras varias cabriolas del más fino extremo extremeño, Iván Fernández. Respondió Asensio con un latigazo duro pero centrado sin problemas para Moreno. Conocedor de su superioridad, proponía el Madrid un intercambio de golpes, pero el Cacereño no picaba y ya se adivinan los problemas. Lunin, exigido, ya lucía demasiado barro en su zamarra.
Ansiedad, angustia, batacazo, que rima con Alcorconazo.
Son los fantasmas propios de una Copa, siempre sufriente, siempre sufrida, mortal a veces.
Hazard, por cierto, seguía en el campo. Otra cosa ya era verlo hacer algo. Un poco como todos, pero él especialmente. También se debió acordar Carletto, que por fin dio una oportunidad a un castillista. El charrúa Álvaro “El Toro” Rodríguez entraba en lugar de un alicaído Edén, como decíamos en líneas precedentes.
Cuando aciago comenzaba a pintar el panorama, que hasta Rüdiger lucía sus macabras y enloquecidas muecas faciales, un destello de la magia paulista de Rodrygo, al filo de los 70 minutos, iluminó la noche de Cáceres. Goes arrancó por la banda de Vinicius y en un preciso, fugaz y letal eslalon se coló entre dos defensas locales para después clavar el balón en la escuadra con un disparo enroscado. 0-1 y alivio.
Supo controlar sin mayores sobresaltos el resto del encuentro el Madrid que, demasiado tarde quizás, se permitió incluso el lujo de dar algunos minutos al gran diamante del Castilla, Sergio Arribas, más que acostumbrado a jugar en estos campos de España.
No pudo lucirse. No hizo falta.
El golazo de Goes vale unos octavos de la Copa.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos